0̷7̷: "d̷o̷l̷o̷r̷"

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Una vez cerrada la puerta, Rena respiró la mayor cantidad de aire que pudo mientras mantenía sus ojos apretados entre sí. Entonces, decidida, caminó suavemente llegando a andar de puntitas para hacer el menor ruido posible.

No quería que sus padres se enteraran, no podía. Y si lo hacían, entonces...

—¿Rena?

El fin.

La pelirroja volteó sonriente encarando a la señora de cabellos marrones con manos en la cintura que la miraba expectante y con la cabeza ladeada.

—Mamá —rascó su nuca—, llegaste de trabajar.

—Sí, y me gustaría que me dijeras de quién es el carro que acabo de ver irse por la ventana.

Rena tragó la saliva duro. Miró por detrás de su madre al señor que leía el periódico sentado en el sofá de la sala. Al parecer su padre también había llegado más temprano de lo normal y fingía no estar prestando atención a la conversación.

—¿El que se acaba de ir? —se hizo la desentendida.

—Ay Rena, ¿cuál más? El del chico a que le acabas de dar un beso en la mejilla —la pelirroja se creyó frita—. No vi su rostro, me percaté cuando estaba entrando al carro. Sin embargo, él no conducía. ¿Quién es el susodicho?

—Y-yo... —miró al suelo como si este le diera la respuesta que tanto buscaba.

—No, espera. Ya entendí.

Rena cerró los ojos esperando el mayor sermón de su vida. Incluso cerró sus manos apretando sus palmas como si de esa forma ella misma se castigase por ser tan descuidada. No debía traerlo, era por eso que estaba evitando que de ninguna manera él la llevara a casa. Pero ese día simplemente quiso no preocuparse y las cosas terminaron así. Nada salía como ella lo quería, y ahora probablemente había condenado a Soobin a la furia de sus padres.

Tonta, tonta, tonta...

Ideó todos los escenarios posibles en su cabeza, aunque las palabras que salieron de la boca de su hermosa madre no se parecieron en nada a lo que esperaba. Ni siquiera se acercaron.

—¡Tienes por fin un novio rico! —exclamó la señora aplaudiendo con sus ojos cerrados debido a la sonrisa que evitaba que ella pudiese ver con ellos.

Rena no sabía si alegrarse o largarse a llorar por las razones de su madre por la cuáles alegrarse.

—S-sí, aún no se los decía porque quería que fuese sorpresa... —decidió mentir.

—Esa es mi niña, siguiendo la cadena familiar —murmuró la señora con una mano en el pecho—. ¿Escuchaste, amor? Nuestra hija mantendrá la fortuna de la familia.

—Oh, por supuesto —el apuesto señor cerró el periódico—. Lo supe en cuanto vi aquel auto costoso, ese chico es rico —se puso en pie acercándose a su esposa e hija—. Pero dime, Rena, ¿por qué si el auto es suyo aquel chico no conducía?

Bien, buena pregunta. Rena movió su pie inquieta hasta que una alocada pero creíble idea se le ocurrió.

—Se lastimó la mano. El que conducía era un chófer que contrató por mientras.

Se felicitó a sí misma por lo que dijo, pues la sonrisa de satisfacción que sus padres dieron mas el asentamiento con sus cabezas quitaban todas las dudas de que pudo haberse metido en problemas.

—Te felicito, mi niña. Muy bien —la abrazó su madre. Rena solo dio palmaditas en su espalda con una sonrisa incómoda—. Espero pronto lo invites a cenar.

p̷a̷r̷t̷-t̷i̷m̷e̷ b̷o̷y̷f̷r̷i̷e̷n̷d̷ - c̷h̷o̷i̷ s̷o̷o̷b̷i̷n̷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora