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—¿Qué quieres decir con eso? —el volumen de mi voz bajó notoriamente y no sé porqué me sentía tan afligida con su mirada.

Me observó por unos segundos en silencio, apretó sus puños con fuerza y tragó con dificultad. No hice más que golpear mi cabeza mentalmente, era primera vez que lo veía tan extraño.

—Lo siento... Lo siento mucho.—musitó. Acarició mi mejilla antes de rodearme y subirse a la baranda del puente.

Todo fue en cámara lenta. El golpeteo constante de mi corazón era distante, mis pulmones no querían soltar el aire y el nudo en mi garganta era insoportable. Estaba segura que una patada en el estómago se sentía mucho mejor que esto.

Mi vida pasaba nuevamente ante mis ojos, sólo que esta vez no era porque yo me encontrara en peligro, ni mucho menos porque estuviera colgando de un puente, ahora era por alguien más... Por un extraño que, estúpidamente, se había vuelto la razón de seguir sintiéndome miserable en este mundo.

La última mirada que me dio fue tan fugaz como el último rayo de sol que ves en un aterdecer. Su cuerpo desapareció de mi campo de visión en cosa de segundos, los cuales no pude hacer más que quedarme admirando su desvanecido rostro en el aire.

Sonrió.

Sonrió y mi alma se quebró en miles de pedazos.

Mis pies no pidieron permiso, subí la baranda de la misma forma que él, miré hacia abajo y me dejé caer. Estaba decidida a que no dejaría que él también me dejara.

El impacto fue duro, todo se volvió negro y la risa de una niña comenzó a resonar en la profundidad.

Mamá se enojará si nos comemos las galletas.

Sólo será una, Marinette. La podemos compartir.

Pero...

No se dará cuenta.vi una sonrisa tan cálida y pacífica.

Está bien, Adrien. Pero sólo una.

Adrien... Adrien... Adrien...

Adrien.

Lo Mismo Que Tú...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora