Extra II

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Abrí mis ojos lentamente y con dificultad. Sentía el cuerpo pesado, un fuerte dolor de cabeza me golpeó en el momento que intenté sentarme en mi cama.

—Oh, Dios... —exclamé cubriendo mi rostro con ambas manos. —juro que no volveré a beber de ese modo. Necesito un analgésico. —acaricié mis sienes con mis dedos y oí un ruido venir desde fuera.

Me levanté rápidamente y saqué de debajo de mi cama uno de mis zapatos aguja, apuntando con el tacón hacia al frente. Con sigilo abrí la puerta de mi habitación y me aproximé hacia la cocina.

¡Quien sea que fuese el que irrumpió en mi casa no saldría bien librado!

Tomé aire cuando vi a un sujeto agachado en el mueble donde guardo las ollas y rápidamente me lancé sobre él.

—¡Ah! —grité como si fuera la mismísima guerra y este dio un salto golpeándose con el borde del mueble.

Auch. —se quejó y luego soltó una risa, dejándome perpleja sobre su espalda.

Me puse de pie y tomé distancia aún sujetando mi arma mortal con una de mis manos. Él también se levantó y cuando se giró quedé con la boca abierta.

—Buenos días también para ti, Marinette... —sonrió, pero esa sonrisa es esfumó cuando vio mi zapato, el cual oculté rápidamente tras de mi, sonriendole nerviosa.

—Buenos días. —musité.

¿Cómo es que estaba aquí?, ¡casi lo mato!

—Por tu cara, puedo deducir que no recuerdas mucho de anoche. —se acercó a mi y me quitó el zapato que ocultaba. —esto definitivamente dolería, es una buena arma. —dijo observándolo detenidamente a una escasa distancia y yo sólo me limité a ver cada expresión que hacía. —por cierto... ¿cómo te sientes?, ¿te duele la cabeza? —dejó el tacón a un lado y acarició mi frente con sus dedos. Su pequeño toque me tranquilizó.

—Pues... un poco. Pensé que te habías ido. —volvió a sonreír y,  juro por mi vida que sentía que en cualquier momento perdería el conocimiento.

—Si quieres me voy. —negué con la cabeza y me abracé a él más rápido de lo que había pensado.

—¡No!, Quiero decir...

—Que bueno porque te hice el desayuno. —me interrumpió correspondiendo mi abrazo. —iba a llevártelo cuando fui atacado en mi labor.

—Pensé que eras un ladrón. —hablé por lo bajo sintiendo la calidez de su pecho en mi rostro.

—Ya me dí cuenta. —soltó una risa y suspiré. —pero descuida, no te demandaré por daños y perjuicios. —gemí quejumbrosa.

—Por favor dime que no dije ninguna tontería. —guardó silencio unos segundos, los suficientes para hacerme preocupar y verlo hacia arriba.

—Tranquila, cuando llegamos te dormiste casi al instante y te llevé a la cama para que descansaras.

Algo internamente me decía que dije alguna estupidez y sabía que Adrien no me lo diría tan fácilmente. Podía ser muy cruel conmigo cuando se trataba de querer fastidiarme.

—¿Y dónde dormiste? —pregunté haciendo un puchero. —no tienes cara de haber descansado muy bien.

—En el sofá. —besó mi nariz y me arrastró con él al borde del mesón. —iba a irme, pero no quería dejarte sola en ese estado. —se volteó ligeramente y con una de sus manos abrió el azucarero. —¿cuántas de azúcar?

—Tres.

Todo un desayuno estaba en la bandeja y el olor a tostadas recién hechas llegaba a mi nariz, casi podía saborearlas.

Adrien puso tres cucharadas en mi tazón y lo revolvió. Yo lo observaba embelesada y con curiosidad. No tardó en pasarme el café, bebí un sorbo sin despejar mis ojos de los suyos y de la misma forma volví a dejarlo a un lado.

Se había preocupado tanto por mi, que incluso se quedó conmigo y ahora me había hecho el desayuno. ¿Podía ser más perfecto?

Su respiración... no se que tenía su respiración que me hacía seguirla y querer perderme en ella. Me puse en la punta de mis pies y giré su rostro con una de mis manos, acariciando así su mejilla y luego su mentón sin dejar de verlo a los ojos.

—Gracias.

¿Qué más podría decirle?, creo que todos los días a partir de ahora me nacería agradecerle por todo.

—No tienes que...

No dejé que terminara y me aproximé a besar sus labios con total entrega. Mi corazón latía con fuerza y más aún cuando me alzó poniéndome sobre la mesa, correspondiendo así mi beso.

—Creo que este ha sido el mejor buenos días de mi vida... —susurró sobre mi boca y no pude evitar sonreír, dando pequeños toques en sus labios.

—El mío igual. —me atrajo a él nuevamente y luego juntó su frente con la mía sin apartar su mirar de mi.

—Sabes... creo que un hámster por ahora está bien. Los tres niños pueden esperar un poquito más.

—¡¿Qué?!

¡Que alguien me diga qué fue lo que le dije!

Lo Mismo Que Tú...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora