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Estaba frente a mi el hombre que me hizo suspirar, incluso, pasados los años de estar casados.

Su cabello negro y ojos azules seguían siendo los mismos, nadie imaginaría que él me causara tanta pena, sobretodo por lo amable que era su sonrisa.

Me quedé paralizada cuando el olor de su perfume llegó a mi nariz, un nudo se formó en mi garganta e intenté tragar la saliva. Quería vomitar por los nervios que sentía, igual a cuando tienes que leer un discurso frente a muchas personas.

—¿No me dejarás pasar?

Su voz... oír su voz nuevamente me quebró, y el repudio a su persona brotó desde lo más profundo. Fruncí el ceño y apreté la puerta con mis manos, podía notar la presión por lo blancos que estaban mis dedos.

—¿Qué es lo que quieres? —lo miré a los ojos intentando no desarmar me. —¿es que acaso ya se te acabó mi dinero para gastar? —miró el piso un momento. Reconocía ese gesto, estaba avergonzado o quizás con culpa.

—Y-yo... venía a... —volvió a verme. —Marinette, perdóname. Vine a pedirte perdón y que por favor vuelvas conmigo. —hizo el intento de tomar mi mano pero me aparté. —Mari.

Guardé en silencio y caí al vacío de mi mente por unos segundos. ¿Venía a disculparse?, ¿quería arreglar nuestro matrimonio?, ¿de verdad cree que soy tan estúpida?

—Sé que hice mal, sé que será difícil y sé que debo explicarte muchas cosas, pero yo... te amo. Eres mi esposa y siempre será así. Cometí un error... un grave error, —reafirmó. —pero quiero remediarlo. Te he extrañado mucho.

—No. —respondí tajante, sin apartar la vista de él. —lo que hiciste no podré olvidarlo nunca, aunque te perdone.

—Pero nosotros tenemos sueños juntos. Queremos tener una familia, ¿lo recuerdas?, una niña como tú. —sonrió otra vez, pero lo único que provocaba en mi era un dolor sofocante. —tus padres también quieren que...

Eso fue la gota que derramó el vaso.

—¿Mis padres?, están muertos. —reí falsamente y parpadeó un par de veces. —así que puedes irte por donde viniste.

—¿Qué? —su cara de asombro fue un poema para mí, uno que quería arrugar hasta el cansancio para no leer jamás.

—Lo que oyes. Cuando tu te fuiste y yo estaba aquí destrozada, me llamaron del hospital. —miré el suelo. —no pude despedirme de ellos. —murmuré.

—Mari... lo siento tanto. —alzó su mano y acarició mi mejilla, limpiando así una lágrima que se había escapado de mis ojos.

Volví a apartarme y desvié la mirada un momento. No quería verme débil ante él, no quería que supiera todo lo que me causó su traición.

—Vete. De verdad, ya vete.

—No te dejaré sola. —abrió la puerta y me abrazó. —perdóname... por favor perdóname. —podía sentir el latir de su corazón contra su pecho, pero no me reconfortaba como antes, tristemente ya no era así. —déjame estar contigo. Arreglemos todo, vámonos de viaje... —intenté soltarme, no lo quería cerca.

—No quiero estar contigo, Luka. Suéltame. —hice el intento de empujarlo y tomó mi rostro con sus manos.

—Pero si los dos nos queremos... tenemos una casa, un matrimonio.

—Ya no te amo. —por fin lo dije. Tomé sus muñecas para que me dejara de una vez, para que se diera cuenta que de verdad ya no había vuelta atrás. —suéltame y no vuelvas.

—No...

Luka ya no me sostenía. Un calor familiar me envolvió, una escencia que me hacía sentir feliz se inmiscuyo por mi nariz.

—Te dijo que te fueras.

No reaccioné, pero sabía que él me tenía entre sus brazos contra su pecho. En este momento no pensaría en lo que había hecho Adrien, simplemente deseaba que Luka desapareciera de mi casa y me dejara en paz.

Alcé mi cabeza lentamente, apareció la piel desnuda de su cuello y luego su mentón. Llegar hasta sus ojos verdes fue una perdición, miraban seriamente hacia mi ex esposo.

Sonreí por lo satisfactorio que se sentía tenerlo cerca.

—Adrien.

Lo Mismo Que Tú...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora