Gregori Salinas fue declarado muerto el 16 de febrero de ese año a las 12:30 P.M. con apenas dieciocho años y una familia destrozada que lloraba a un lado del establecimiento.
Cuando había dicho «cadáver» casi todos los chicos de baloncesto salieron corriendo a ver qué había ocurrido con él, mientras otros chicos se quedaron conmigo para calmar mi ataque de pánico. Apenas podía ver con claridad todo cuando llegó la policía, con esa detective pelirroja que me tomó de uno de mis brazos y me arrastro como animal muerto hasta la patrulla, sin ninguna razón aparente.
Ahora, el frío de la tarde calaba cruelmente en mis huesos, haciéndome temblar sobre el helado asiento de cuero. A todos los que quedaban en la escuela los estaban interrogando, más que todo a los del equipo de baloncesto —que ya tenían ropa puesta— y, a mí, sobre todo a mí.
La puerta del auto estaba abierta con esa detective grosera mirándome como un león a su presa, que en cualquier va a cometer un error y así podrá alcanzarla y devorarla. Yo no era una presa y, mucho menos sería la suya, porque yo no había hecho nada.
—¿No te parece extraño, cariño? —preguntó ella, apretando su bolígrafo rojo y su libreta negra. La miré sin entender exactamente a qué se refería, esperando a que al menos tuviese la amabilidad de aclarármelo. —¿No? Qué raro, porque a mí si me parece extraño.
¿De qué diantres estaba hablando esa mujer?
—Es extraño que a una chica, la cual sus padres golpeaban —Ese conocimiento de ella me tomó por sorpresa —, "descubriera" el cadáver de sus padres y luego, que descubriera el cadáver de su compañero de laboratorio, con el cual te peleaste hace poco tiempo, ¿o me equivoco?
No recordaba haber tenido una pelea con Gregori desde que cortó una vena en el corazón de una vaca y me empapó toda de sangre podrida. Eso había sido hace como dos años, cuando apenas nos estábamos conociendo.
—Yo no...
—En el hospital —ella me interrumpió, acuclillándose frente a mí con su intento de intimidarme. —Él te fue a llevar unas flores y tú le gritaste, lo insultaste y lo rasguñaste —dijo lentamente, mis ojos abriéndose más con cada palabra. —Tuvieron que sedarte, preciosa.
—Yo no recuerdo nada de eso.
—¿Te muestro el vídeo? —Su sonrisa de gato me hizo querer cerrar la puerta del auto y ponerme en el otro extremo, lo más lejos posible de ella.
—No. Gracias —giré sobre el asiento, concluyendo de esa forma el interrogatorio.
Ella bufó molesta y se levantó. Con su uña de acrílico me señaló y me dio una dura mirada. —Te estaré vigilando.
Ahora fue mi turno de bufar, giré mis ojos y seguí viendo el parabrisas.
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En cualquier momento terminaría muerta sin algunos órganos en mi cuerpo y partes como mi brazo o piernas, todo porque no podía -por alguna razón- decirle a los investigadores que desde el día que mis padres murieron he estado viendo a su asesino. Tal vez la razón era porque, si fuese así, el chico ya habría intentado matarme, pero sorpresivamente no lo había hecho, aún.
Era en esos momentos, cuando estaba sola en mi casa, completamente a oscuras, que deseaba haberlo dicho antes para que al menos tuviese un poco de paz mental. A donde sea que iba, llevaba mi teléfono con el número listo para marcar de PJ, más la linterna de este activada. Esta pensando en adoptar a un perro, así tendría compañía en momentos como ese en donde la tía Sofie decidía que no tenía cincuenta y dele de años e iba a un bar a emborracharse, encontrar a algún hombre y tener relaciones toda la noche si era posible.
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Pacto con el diablo
Fiction généraleAmelee toda su vida tuvo problemas con sus padres, peleas, gritos, abusos, amenazas. Ella ya estaba cansada, solo quería salir de ese terrible mundo del que estaba enfrascada, pero no sabía exactamente quién estaba escuchando sus plegarias. Cuando e...