⊰CAPÍTULO 1⊱

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El café que tenía al frente aún seguía caliente, el el humo saliendo de él empañando mis lentes cada vez que me acercaba

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El café que tenía al frente aún seguía caliente, el el humo saliendo de él empañando mis lentes cada vez que me acercaba. No había tomado ni un sorbo, odiaba el café, toda la vida estuve esclavizada para prepararlo todos las santas mañanas sin falta alguna. Nunca lo probé, pero el olor nunca me gustó. Sólo lo estaba utilizado para darle calor a mis gélidas manos, sólo lo veía para saber que estaba en la realidad y no en un sueño.

En los sueños todo es frío, en la realidad, el café desprende un olor terrible y el vapor te empaña los lentes.

Sabía que tenía personas esperando por una respuesta de mi parte, pero me era muy difícil resolverla en estos momentos en mi cabeza. Sabía que estaba consciente, pero no sabía qué realidad estaba viviendo.

Mis padres estaban muertos, y yo había visto y escuchado a su asesino, y aún no podía creerlo.

Después de haberme desmayado, con mis gritos logré que mi hermano se despertara de su extraña siesta. Según lo que tengo entendido, cuando él bajo por las escaleras, no había nadie más que mis padres y yo tendidos en el suelo, todos llenos de sangre y cortaduras, pero sólo yo viva. Él fue quien llamó a la policía, además de mis vecinos que escucharon mis atormentados gritos en plena madrugada.

Cuando me desperté, estaba en este lugar, en la estación de policías, dos días después de la muerte de mis padres. Todos decían que yo había despertado antes, que había gritado y que me había lanzado al suelo. Decían que me había querido arrancar la piel de mi rostro y que había vomitado todas las pastillas que me habían dado, pero yo realmente no recordaba nada. Solo a él, a su voz, a su aroma, a una extraña imagen de animal que comía los órganos de mis progenitores.

Tal vez desde que desperté en este lugar habían transcurrido días, hasta semanas, pero yo solo recordaba que había llegado a las 15:51 y el reloj en la pared detrás de los detectives seguía indicando la misma hora. ¿Estaba dañado o mi cabeza era la dañada? No lo sabía, sólo el dolor en mi trasero me daba a entender que ya llevaba mucho tiempo en la misma posición.

—Amelee, querida, —escuché de nuevo la voz de la detective pelirroja. No recordaba su nombre, sólo sabía que debía comenzar por J o G. —¿Qué tal si comenzamos de nuevo? —me preguntó. Estaba segura que todo lo que me decía era una orden, llevaba años viviendo con personas que lo único que hacían era ordenarme. —¿Qué viste?

Ella me observaba impaciente, esperando a que yo le respondiera de una vez por todas, pero no podía. ¡Me tomarían por loca! Y sabía perfectamente que esa voz, ese animal eran reales.

Un escalofrío subió por mi espalda y casi podía sentir de nuevo ese aroma, estaba segura que lo estaba oliendo, mi nariz jamás me engañaba, por algo PJ siempre me llamó sabueso.

Aunque la había escuchado perfectamente, su pregunta realmente no era procesada por mi cerebro tamaño maní. Algo me decía que ella era el tipo de detectives que no pensaban que nadie era inocente.

—No lo sé, sólo recuerdo a ese... esa extraña criatura.

Mentira. Lo recuerdas a él. ¡Mentirosa!

Podía sentir el peso de su mirada sobre mi. Irritada, estaba irritada y sabía por experiencia que eso no era algo bueno.

—Querida, eso no me dice nada, —Casi me dolían mis propias muelas al escucharla hablar. —¿Puedes ser un poco más específica, querida?

Levanté sólo dos segundos la vista, y ya me sentía de nuevo desprotegida, acorralada y asustada.

Después de unos segundos, las lágrimas se escaparon de mis ojos.

—¡Ya le dije todo lo que vi! —chillé, con mis lágrimas saladas aflojando mis mocos y callendo en la mesa de aluminio. —¡Solo vi a esa cosa! Nada más.

La detective golpeó fuertemente la mesa, asustando a su compañero y a mí, haciendo que me acurrucara en el pequeño asiento. 

—¡Lo que dices no tiene lógica!

—Que sea ilógico no significa que no sea real, —susurré para mí misma.

Ustedes los adultos nunca entenderán a los niños. Pareciera que olvidan lo que es ser joven e inocente. Parecen olvidar la diversión de la vida.

—Creo que ya terminamos, ¿no lo crees Joy? —dijo el otro detective, quien estuvo callado todo el tiempo.

—Pero... —protestó la detective pelirroja. Al levantar la vista de nuevo, vi que él le dirigía a ella una mirada irritada, cosa que la calló y la hizo poner una mueca malhumorada.

—Ya puede irse señorita Castillo, —el oficial me hizo una señal suave indicándome la salida.

No me quería ir, si me iba de ese lugar no sabría a dónde debía ir. Mi casa ya no era mía, ir a casa de PJ sería como ir a ser una carga para una familia que no era mía, y mi hermano... él se me había desaparecido. Según lo que había escuchado, él estaba de nuevo en la universidad, tan lejos de todos estos problemas, tan lejos de mí.

Asentí después de unos minutos, recopilando todas mis fuerzas para levantarme del asiento incómodo y caminar con mi pijama de hace dos días, la cual ya no tenía vomito. ¿De dónde sacaría ropa? No podía comprarme más, yo no tenía dinero.

Al salir de la pequeña sala, el aire frío del día impactó con mi rostro, encendiendo mis mejillas y levantando mis pezones. Tampoco llevaba sostén, genial, ahora todos me verían como si fuera una exhibicionista. Crucé mis brazos sobre mi pecho y comencé a caminar sin rumbo alguno, hasta que reconocí el olor de la colonia de PJ, ni nariz nunca me miente, porque al levantar la vista, él estaba ahí, corriendo a mi con los brazos abiertos.

Más lágrimas bajaron por mi rostro ya rojo e hinchado. Cuando me recibió en sus brazos, busqué esconderme en su sudadera, sentir su olor familiar era lo mejor de mí día hasta hora. Sabía que él estaba preocupado por mí, su gran abrazo me lo decía, sus manos tratando de subir mi rostro me lo decía.

Sus maravillosos ojos me miraban esperando encontrar algo diferente en los míos, tal vez buscaba algún rasguño producido por el asesino de mis padres. Él tal vez pensaría que las marcas en mis piernas también lo había hecho esa persona, que me maltrató hasta que me desmayé en el suelo toda llena de sangre, y que en algún momento vomité todo lo que tenía en mi estómago.

Se me rompió en mil pedazos el corazón cuando sentí sus labios sobre los míos, como si estuviera esperando eso durante mucho tiempo, como si le estuviera diciendo al mundo que ya nadie podría hacerme daño, porque él estaría ahí. Mis labios comenzaron a moverse a su ritmo, intentando seguirlo; mis manos buscaron sentirlo, saber que era él, pero ese olor...

El asesino de mis padres debía estar detrás de mí, porque sentía muy cerca ese olor. Lo sentía a él de nuevo respirando en mi oído.

Pacto con el diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora