El amanecerVolví a observarla, con los ojos achicados y una mano sobre ellos para que la claridad bajara y no quedara ciego. Llevaba tanto tiempo en aquel lugar, pero seguía sin estar acostumbrado a la claridad.
Corrió dando vueltas por el campo, con su capa escarlata de terciopelo que ondeaba cual espíritu libre por el viento. Sonrió, con pequeños hoyuelos marcándose a cada lado de sus cachetes. Amaba esa sonrisa más de lo que podía admitir, pero sabía que cada cosa que amara de ella, sería utilizada en mi contra.
—¡Vamos! —elevó la voz, para que la escuchara con claridad, pero su voz siempre la escucharía aunque nos separaran kilómetros de mar y tierra. —¡No seas un gruñón, Sev!
—No soy un gruñón, tú eres una infantil, Sarah —dije sin bajar la mano. Debí traer los lentes oscuros.
Ella hizo un puchero, sus gruesos y rosados labios arrugándose con indignación. Volvió a correr, pero esta vez en mi dirección, tan rápido que por unos segundos pensé que estaba alucinando. Me tomó por los hombros, arrojándome al suelo y ella siguió el mismo camino.
Su rostro estaba lo suficientemente cerca como para robarle un beso, su cabello caía en una serie de anillos escarlata con oro que difícilmente pude ignorar. Se veía como un ensueño; salvaje y delicada como un hada, pero grácil como una reina.
—No olvides Sev, que yo tengo tu corazón en mis manos, y que puedo controlarlo fácilmente. —susurró sobre mis labios. Comenzó a morderlos, sus manos subiendo solo un poco mi camisa azul.
Odiaba estos juegos, siempre terminaba con la temperatura elevada y con ella corriendo lejos de mí. La miré, directo en sus ojos negros. La chispa de ellos nunca desaparecía, ni aunque la situación fuese dura.
—Sarah, —Mi voz salió suave, mi aliento moviendo algunos de sus cabellos —quita tu pierna de ahí o lo lamentarás luego.
Volvió a sonreír, pasando de nuevo su podilla por la parte interna de mis piernas. Sus espesas pestañas rozaron mis mejillas cuando se acercó para besar mis labios. Si alguien nos veía —si su madre nos veía— movería el cielo y la tierra para encerrarme en una jaula de fuego.
Sus manos comenzaron a subir de nuevo mi camisa, acariciando la piel que se iba descubriendo con el paso. Sin duda, su madre me mataría y nadie pensaría que aquel ángel era capaz cometer tal pecado.
—Te cortaré el cabello si sigues sobre mí, Sarah —dije entre las pausas de sus besos.
Era sorprendente que yo no la pudiese tocar y ella sí a mi. Era tan injusto. Si yo la tocaba dejaría una marca roja en el lugar donde la tocara, aunque estuviese cubierta de tela. Pero si ella me tocaba, solo dejaba un leve rastro de electricidad en ella.
Si llegaba a su casa con una marca de mano en su cuerpo, su madre sabría que estuvo conmigo porque yo era la única persona capaz de dejarle la piel marcada.
Soltó un gemido, con sus ojos mirándome con intensidad. Nadie podía tocar su cabello, lo odiaba. Ni siquiera Nadyr podía tocar su cabello.
—Te lo dije, eres un gruñón. —se levantó de un salto, alisando su vestido blanco con margaritas.
Sonreí. Después de que ella se iba, dejaba de sentir aquella electricidad, una clara advertencia de que nuestros cuerpos no estaban hechos para estar juntos. Me sentía vacío cuando ella se alejaba, pero Sarah siempre volvía a mí.
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Pacto con el diablo
Fiction généraleAmelee toda su vida tuvo problemas con sus padres, peleas, gritos, abusos, amenazas. Ella ya estaba cansada, solo quería salir de ese terrible mundo del que estaba enfrascada, pero no sabía exactamente quién estaba escuchando sus plegarias. Cuando e...