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Jump City estaba tranquila y en silencio. El suave respirar de la ciudad la delataba a esas altas horas de la noche, durmiendo igual que un niño que no puede esperar al día siguiente para salir a jugar. La quietud solo era quebrada por el traqueteo ocasional de algún auto extraviado en la carretera o las canciones pegadizas de una disco, donde todavía bailaban algunos jóvenes despreocupados.

Las sombras se desplegaban a sus anchas, solo arrinconadas por las luces de las farolas y los letreros fluorescentes de las tiendas de veinticuatro horas, que barrían el brillo casi inexistente de las estrellas.

Sin embargo, toda la paz fue interrumpida de repente cuando los perros comenzaron a ladrar y las puntas de los edificios se estremecieron. Las alarmas de los vehículos durmientes resonaron en un escandaloso concierto y las palomas que dormían en los cables de luz alzaron el vuelo, espantadas. En el aire se escuchó algo parecido a un silbido y un crepitar, y las pocas personas que aún transitaban por las calles alzaron la mirada, justo cuando un enorme meteorito surcaba el firmamento, dejando tras de sí una estela verde que partía en dos el cielo nocturno.

La noche corrió a resguardarse bajo la cama. La gran sábana negra que era fue reemplazada por el cálido fulgor esmeralda que desprendía el astro, el cual parecía querer dejar su huella tatuada en el cielo, como recordándoles a los humanos que las estrellas y los planetas estuvieron allí primero.

Pero en el momento en que el mundo se preparaba para cerrar los ojos y pedir un deseo, el meteorito se sacudió en el aire, como una nave a la que se le ha acabado el combustible, y descendió cuan misil perdido sobre los tejados de la ciudad solo para estrellarse contra el pavimento, levantando nubes de polvo, tierra y asfalto.

Starfire recibió el golpe sin que pudiera evitarlo. Un aguijonazo de dolor atravesó la parte posterior de su cabeza, y ella apretó los dientes para no ponerse a gritar. Sus sienes le palpitaban como un segundo corazón y, tendida sobre el suelo, solo era consciente de un incómodo hormigueo recorriendo sus extremidades, que se negaban a responder. Luego gimió y se llevó las manos a ambas orejas, en un vano intento por acallar el terrible zumbido que había estallado contra sus oídos.

Alzó la mirada hacia el cielo en busca de algún consuelo, mas un sollozo escapó de sus labios cuando advirtió que, desde allí, no se podían ver las estrellas.

Todo su entorno era un panorama de imágenes borrosas y luces incandescentes que no hacían otra cosa sino irritarle las pupilas. Los sonidos llegaban distorsionados debido al zumbido en sus tímpanos, y entre todo el caos que apenas lograba captar sus sentidos solo reconocía el sonido de sus latidos acelerados y el de su propia respiración, que intentaba adaptarse, en cada inhalación, al nuevo aire de la atmósfera terrestre.

Aunque también podía distinguir las construcciones que se cernían sobre ella. Altas y delgadas como las torres del castillo de Tamaran. Y solo deseó escapar. Huir volando de aquella prisión, volver a su planeta, volver con los suyos, volver con...

Galfore.

El rostro de su k'norfka se escurrió entre sus pensamientos como un único punto de luz en el cielo. Su mirada preocupada y sus ojos gentiles, el firme agarre que ejerció sobre ella antes de meterla a la fuerza en la cápsula de escape y las últimas palabras que le dedicó antes de que la nave despegara para perderse en la eterna negrura del espacio.

"Huye, princesa, eres la esperanza de Tamaran. Regresaremos por ti cuando la guerra haya terminado".

Y luego nada más. Solo vacío, oscuridad, la nave saliéndose de su curso, los astros haciéndole compañía hasta que en el abismo interminable del universo se perfiló un planeta azul, flotando en la nada como una luz o una promesa.

Starfire se levantó con dificultad, aunque estuvo a punto de tropezarse con los escombros que había provocado su caída. Su delgada figura se recortó contra la columna de humo verde a sus espaldas, y se incorporó hecha una sombra de ojos brillantes, encendidos como dos farolas esmeraldas en la penumbra.

Trastabilló. La gravedad era diferente. El aire también. Por lo que aspiró una nueva bocanada de oxígeno para acabar de acostumbrarse.

Poco a poco las siluetas fueron haciéndose más reconocibles. O en realidad no. Nada le era familiar. Ni las calles ni las formas de los edificios. Y luego estaban unas voces hablando en un idioma que nunca había escuchado antes, una lengua que no se parecía en nada a la que utilizaban los planetas vecinos de su sistema solar.

—¡¿Viste eso?!

—¡Rápido! Saca la cámara.

Alejándose de los pedazos de grava y cemento desperdigados a su alrededor, buscó el origen de las voces. Cuando, frente a ella, dos criaturas que se le asemejaban bastante la miraron con ojos alucinados. Pero Starfire negó con la cabeza para no hacerse ilusiones. No eran tamaraneanos. No tenían el cabello rojizo como el suyo, ni tampoco portaban las clásicas vestimentas moradas que caracterizaban a los de su nación.

Por favor, ayúdenme. ¿Qué planeta es este? ¿Cómo regreso a Tamaran? —dijo en su idioma natal, pero lo único que consiguió fue que los dos sujetos dieran un par de pasos hacia atrás.

—¿Es una chica?

—¡Tómale una foto!

Por favor, si uno pudiera decirme en qué planeta...

De pronto escuchó un clic y una luz cegadora incidió sobre su rostro, desorientándola. Ella protestó y retrocedió; sus ojos más encendidos que nunca. Tenía que salir de allí.

Se alzó en el aire, ante el grito de sorpresa que soltaron los otros dos y, sin girarse a mirarlos por última vez, salió despedida hacia el infinito, donde su figura se perdió hasta fundirse con la oscuridad.

Voló a través de la noche, tan perdida como la estrella fugaz que colisiona contra un mundo desconocido.

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Y es con este horrible prólogo que empiezo la historia de Robin y Star (o Dick y Star). No olviden decirme de qué punto cojeo en la narración, para corregirme más tarde. Ya saben que me encanta leer sus críticas constructivas ^^

Hola otra vez, por cierto.

From outer spaceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora