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A los catorce años, Dick era la clase de chico que era amigo de todos y no era amigo de nadie en especial. Se llevaba bien con sus compañeros de clase, complacía a los profesores con sus buenas notas y era bueno en los deportes, pero no tenía ese grupo de camaradas con los que uno acordaría ir a una pizzería el sábado por la tarde.

Por lo menos, no lo tenía hasta que llegó el partido de baloncesto del primer semestre, donde conoció a Víctor Stone y a Garfield Logan.

Al principio, había pensado que se trataban de dos sujetos normales. Tampoco había tenido muchas razones para creer lo contrario.

Durante los entrenamientos, lo habían elegido líder del equipo. Aunque esa decisión cayó sobre sus hombros de manera repentina y casi sin consultarle, Dick aceptó esa responsabilidad sin ninguna queja. Es más, hasta sentía cierta calidez en el pecho, como si hubiera nacido para tal labor. Y a él le gustaba ser líder, por lo que quizá el único aspecto negativo de su nuevo puesto era el temor que a todos les producía la cabeza del equipo contrario.

Víctor Stone.

Moreno, de hombros anchos debido a su complexión musculosa, poseedor de una reluciente cabeza calva y ojos de oso hambriento cuando lograban quitarle la pelota. Así era como lo describían. Sin embargo, Dick ignoró todos los rumores tal que se trataran de habladurías sobre brujas, fantasmas o  alienígenas. Víctor Stone era solo un chico, como él. ¿Qué tan intimidante podía ser?

Por fin, el día del partido llegó. Dick recordaba ese momento con exactitud. Los estudiantes gritaban en las gradas y sacudían banderitas con los colores de los equipos. Víctor estaba frente a él en medio de la cancha, portando una camiseta con el azul correspondiente. Él, por otro lado, llevaba una roja. Sentía el corazón bombeando con fuerza en su pecho, anhelante de una victoria segura.

Víctor exhibía una sonrisa ufana. Lo miraba igual que a un escarabajo en el suelo. Al chico no le gustó aquello, porque para responderle tenía que echar la cabeza un poco para atrás. Le sacaría por lo menos unos veinte centímetros.

El oso hizo rebotar la pelota en el suelo. Dick la cogió a duras penas, evitando que no se le fuera de las manos.

—Tú sacas, enano —dijo él, colocando una mano en su cadera. No podía existir una postura más confiada y, al mismo tiempo, más desesperante. Dick clavó sus uñas en la pelota.

Una vez el árbitro tocó el silbato y la pelota rebotó sobre el piso recién encerado de la cancha, supo que no iba a perder contra alguien como él.

En el inicio, el juego parecía empatado. Los del equipo rojo eran ágiles y se coordinaban entre sí. Una vez que uno cogía la pelota, otro estaba cerca para recibirla. Dick procuraba seguirlos y, a la vez, mantener en la mira a Víctor Stone, quien era el que más canastas encestaba, debido a su altura.

Pese a todos sus esfuerzos, pasado medio partido Dick empezó a percibir el agotamiento de sus muchachos. Las camisetas rojas se les pegaban a la espalda y habían empezado a jadear. Necesitaban un respiro y, aunque él mismo hubiera deseado una banca donde sentarse, el líder azul no denotaba la más mínima señal de cansancio. Dick resopló, molesto consigo mismo, se enjugó el sudor de la frente y comenzó a correr a través de la cancha, intentando hallar un hueco donde quitarle el balón a Víctor. El equipo contrario les ganaba por cuatro puntos.

—Juegas bien, enano —resolló el moreno mientras corrían—. Pero yo ganaré este partido.

—He vencido a más grandes que tú —dijo el chico, tratando de regular su respiración.

—Oh, vamos —sonrió el otro—. Ganar no es todo lo que importa.

—No —respondió, ensanchando una sonrisa—. Es lo único.

From outer spaceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora