13

234 27 56
                                    

El corazón de Starfire aún latía con fuerza. Era una especie de recordatorio para que todo lo malo se grabara en su cabeza. El rechazo de Dick era una daga que se clavaba en sus costillas, e incluso refugiándose en el interior de su tienda, no había forma de desprenderse de su recuerdo.

Cuanto más empeño ponía en entenderlo, más preguntas afloraban dentro de ella. El comportamiento del chico no era tan fácil de interpretar. Distaba mucho de los animales, que solo cazaban y dormían. Aunque ese aspecto también era una de las cosas que le gustaban de él, pues detrás de cada faceta podía encontrar una sonrisa divertida, unos ojos amables o un adorable sonrojo en sus mejillas. Sin embargo, había ocasiones en las que estas daban un giro inesperado. La gravedad de la Tierra se invertía, dejándola sin un camino estable bajo sus pies. En esos momentos, ella no sabía si estaba haciendo algo bien o si, por el contrario, estaba equivocada.

¿Por qué los terrícolas eran tan complicados?

Se encerraban en un mundo aparte, se iban sin dar explicaciones y nunca hablaban de sus sentimientos. Sería lindo que los chicos terrestres vinieran con un manual. De esa manera, podría entender por qué Dick se fue como lo hizo.

Justo cuando lograba comprender un poco mejor el afecto que sentía, él desaparecía, ¿por qué?

Le dolía pensar que ella tenía la culpa de lo sucedido. Quizá había cometido un error descomunal. A fin de cuentas, no entendía las costumbres de ese planeta en su totalidad, y no era imposible creer que tal vez hubiera asustado a Dick de una u otra forma. Porque así se veía el muchacho cuando huyó: tembloroso y asustado.

No. No tenía por qué suceder así.

Starfire apagó la lámpara de la tienda. La oscuridad se materializó a su alrededor, y ella se llevó las sábanas hasta la coronilla, apretando los párpados con fuerza. No quería que sus lágrimas asomasen por sus ojos.

Dick recorrió el pasillo convertido en un huracán. Su corazón estaba a punto de estallar, sus pies lo guiaban hacia ninguna parte. Pasó de largo por su habitación y el cuarto de su tío. No sabía a donde se dirigía, solo tenía entendido que era casi una obligación alejarse del ático, de la extraterrestre, de sus sentimientos.

Al alcanzar el rellano de la escalera, se apresuró a bajar los escalones. Trastabilló en el camino, pero se sostuvo a tiempo del barandal antes de caer. Su intención era llegar al primer piso y abrir la puerta principal para salir de allí, mas una nueva figura en la sala lo obligó a detenerse.

Bruce se giró hacia él. Lo examinó de arriba a abajo, enarcando una ceja.

—¿Todo en orden? —dijo con voz calmada.

Dick se tomó unos segundos para conocer la estancia donde estaba. El reloj de la pared daba las siete de la tarde, hora en que su tío le daba por regresar de trabajar. Los sillones no habían cambiado de lugar, el televisor de pantalla plasma seguía en su sitio y la lámpara italiana todavía colgaba del techo igual que un pequeño sol artificial intentando iluminar los rincones oscuros de la Tierra. Al querer responder, el chico se dio con que otra vez era incapaz de emitir un vocablo coherente, por lo que simplemente sacudió la cabeza.

En los ojos de Bruce apareció un ligero rastro de preocupación. Bajó las cejas y esbozó una amable sonrisa.

—¿Quieres que prepare café?

Dick alzó la vista hacia él. De repente, sus latidos comenzaron a apaciguarse. Tras soltar un largo suspiro, le devolvió la sonrisa y asintió.

Necesitaba poner en orden sus pensamientos.

From outer spaceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora