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Star los ayudó a descargar el equipaje. Lo hizo con una sonrisa en el rostro, cantando canciones de su planeta natal. O eso suponía, porque él nunca había escuchado ese tipo de melodías, poseedoras de un ritmo intenso y constantes altibajos. Se asimilaban bastante al ritmo de un oleaje embravecido: azul, salvaje, impredecible.

Cada quien iba y venía con sus maletas, un corto trayecto entre la cajuela del auto y la sombra del roble donde habían decidido instalarse. También armaron las carpas. Vic había llevado tres que tenía en casa, y Gar había encontrado una en el polvoriento desván de su casa, por lo que había cuatro. No se hicieron mucho problema al respecto. Para que cada quien tuviera su propia tienda, ambos muchachos decidieron dormir en una sola.

Así fue como, una vez todo estuvo instalado, los cinco se sentaron bajo la sombra del viejo árbol a reposar a la luz de las linternas, mientras el cielo se coloreaba de naranja, y el naranja se convertía en rojo, el rojo en rosado y el rosado en un violeta cada vez más oscuro. Sus risas se las llevaba el viento, las discusiones pasadas eran enterradas en el fondo del subconsciente. En sí, aquella escena salía de un pasaje idílico, donde los viejos rencores acababan olvidándose. La tamaraneana también les hacía preguntas constantes. Cómo se habían conocido, qué tan monstruosa era la escuela, qué hacían los chicos de su edad para divertirse. Dick a veces no se podía creer que estuviera al lado de sus personas favoritas, compartiendo y contando chistes como si Star hubiera nacido en la Tierra y aquella solo fuera una típica salida de amigos en un fin de semana.

El moreno había traído unas latas de Coca-Cola. Le lanzó una a cada uno y, cuando Starfire atrapó la suya en el aire, empezó a examinarla por todos los ángulos en busca de una forma de abrirla. La acercó al rostro y la olfateó, sin entender su funcionamiento.

Dick, sentado a su lado en la hierba, se la quitó de las manos con delicadeza.

—Ven, déjame que te ayude.

La lata se abrió en un chasquido. Con una sonrisa, se la tendió de regreso a la chica. Ella volvió a olfatearla y, finalmente, le dio un pequeño trago. Aunque casi en el mismo segundo alejó la lata de su boca, arrugando la nariz de una manera que le pareció adorable.

Víctor osciló su mirada entre uno y otro. Luego soltó un bufido de gracia y, ante la sorpresa del resto, se puso de pie, todavía con la lata de soda en la mano. Ya arriba, paseó su mirada por cada uno de los rostros, y cuando llegó a Bestita, se aclaró la garganta, a la par que alzaba su bebida con gesto dramático.

—Damas, caballeros. Creo que, dada la compañía que tenemos esta noche —dijo, guiñándole un ojo a Starfire—, es menester darle una bienvenida como corresponde. Aprovechen y grábenlo con sus celulares, amigos, porque esto solo lo oirán una vez en su vida.

Rachel, recostada a su lado, se llevó una mano a la boca, sin creérselo.

—No puede ser —murmuró, intentando ocultar su sonrisa.

El moreno flexionó sus anchos hombros, preparándose para lo que estaba a punto de hacer. El hielo de su soda se derretía en su mano, creando caminos de heladas gotas de agua. Dick pensó en un bar, en hombres demasiados borrachos para darse cuenta de cuanto sucedía a su alrededor. Una vez reconoció la canción que su amigo comenzaba a tararear, enmudeció al instante. El moreno dio una sacudida, desperezándose, extendió un brazo hacia la extraterrestre, simulando alcanzarla con sus dedos, y a continuación, balanceó la cabeza al ritmo de una melodía invisible.

Hay un hombre-estrella esperando en el cielo. Él quisiera venir a conocernos, pero teme que vayamos a enloquecer.

—Oh, por Dios —Garfield se cubrió la boca con ambas manos, conteniendo una risa—. En verdad va a hacerlo.

From outer spaceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora