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Parecía que nunca había alguien en casa.

A veces olvidaba que su tío estaba allí, encerrado en su habitación, respondiendo llamadas de gente importante. Su presencia se deslizaba por los cuartos cuan sombra sigilosa, ignorando todo a su alrededor o ignorando aquello que no estuviera relacionado con su trabajo. En esos momentos, cuando el silencio se escabullía bajo su ropa como una segunda piel, Dick sentía que era el único ser viviente merodeando por los pasillos.

La quietud de las cosas tenía su propio universo. Eso aún se le escapaba de las manos, pero sabía que una especie de principio del silencio actuaba sobre los objetos de su entorno cuando escuchaba sus propios pasos resonando en el piso o sentía su respiración levantando las palabras que no se atrevía a pronunciar.

Un mundo donde el único habitante era el sonido constante, indiferente de las manecillas del reloj. Era extraño y ajeno, y no paraba de recordarle que no pertenecía allí, que su presencia alteraba el equilibrio de lo invisible, aquel que solo podían captar las motas de polvo y los muebles de la casa.

Y, por supuesto, su tío.

Él tenía al tiempo atado en la muñeca y un maletín con documentos importantes en la mano. Era la clase de hombre que "no está para tonterías" y cada vez que les tocaba estar en la misma habitación, Dick evitaba hablar, como si estuviera prohibido hacerlo, mientras se tragaba ese incómodo sentimiento de la misma forma que alguien se traga una bola de ácido amargo.

Para Dick, vivir bajo el mismo techo que Bruce Wayne se parecía mucho a vivir dentro de un cascarón vacío.

O, por lo menos, había llegado a esa resolución esa misma mañana, mientras observaba Jump City a través de la ventana del auto. Los edificios se emborronaban hasta perderse en la lejanía, hechos siluetas grises y borrosas que se recortaban contra el azul del cielo. Era temprano, pero la ciudad ya estaba despierta y varias personas caminaban por las calles; aunque siempre lo hacían en silencio, como en el rollo de una película muda.

Intentaba recordar la tonada de una de sus canciones de rock favoritas. Le hacía un poco de gracia, porque Rachel la detestaba. "Esa canción es capaz de revivir a los muertos", solía decir.

Sin embargo, la voz de la chica se encontraba muy lejos y sus palabras, casi olvidadas entre las paredes de su memoria, por lo que lo único que podía hacer en esos momentos era intentar traer de regreso esa vieja canción que tanto le gustaba. Así pretendía que había algo llenando el incómodo silencio dentro de ese espacio tan pequeño. Todo porque no se atrevía a alzar la mano para encender la radio.

Justo como en casa.

Si su madre lo hubiera visto así, le hubiera codeado amistosamente las costillas para luego sonreír de esa forma que hacía brillar sus ojos azules, entonces diría:

"¿Por qué tan callado, pajarito?"

—Dile a Jamie que hable con la prensa... Lo de siempre, la broma de unos adolescentes o algo... Tengo a los de arriba rondando sobre mi cabeza, ¿crees que tengo tiempo para esto?... Mira, solo habla con Jamie. Tengo que colgar, estoy conduciendo.

Volteó a su izquierda. Su tío mantenía los ojos en la carretera y las manos fijas en el volante. Hablaba con algún colega suyo, pero eso era solo lo de afuera. El chico había descubierto no hacía tanto, gracias a las series policiales de Netflix, que las personas decían más con los gestos y las miradas que con las palabras. Por ello, a Dick le hubiera gustado poder leer sus pensamientos. A menudo le resultaba fácil hacerlo, pero cuando no podía, una parte de su mundo se desestabilizaba. Sentía una serpiente transparente deslizándose sobre su espina dorsal para poner sus sentidos alertas.

From outer spaceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora