12

269 27 83
                                    

En el camino de regreso, quiso olvidarse de los problemas, deshacerse de ellos con la misma facilidad de quien arroja una bola de papel a la basura, mas resultó inútil. Los recuerdos de la mañana le llenaban la mente de ácido. El peso de sus errores seguía allí, vivo, latente en el dolor punzante de sus sienes, en los latidos aletargados de su corazón y en el dióxido de carbono que expulsaban sus pulmones. Sin darse cuenta, en poco tiempo se había convertido en un desastre ambulante que solo podía sentir repulsión por sí mismo.

Dick exhaló un suspiro y apretó los párpados, buscando transportase hacia un lugar donde él no tuviera que pensar demasiado las cosas. Al cabo de unos segundos, abrió los ojos nuevamente, sin conseguirlo.

Frente a él solo estaba la puerta de su casa, observándolo con una indiferencia desesperante.

Antes le habría propinado una patada, pero ahora se encontraba demasiado cansado para siquiera intentarlo. La gravedad parecía querer dejarlo tirado en el asfalto hecho un ovillo de miseria humana. Incluso, a esas alturas, debía hacer un esfuerzo enorme para poner un pie delante del otro.

Dick palpó el bolsillo de su chaqueta, y las llaves tintinearon. Al extraerlas, sintió que le pesaban en la mano.

La puerta se abrió. Ante sus ojos, apareció la imagen familiar de la sala de estar. Sin embargo, la tapicería de los muebles le pareció más opaca que de costumbre, las paredes parecían estrecharse a su alrededor, mientras la lámpara del techo irradiaba una luz gris sobre la alcoba que, en ese momento, le resultaba extraña, como si hubiera entrado en la casa equivocada. Al pensar en ello, solo tuvo ganas de salir, devolverse sobre sus pasos para buscar un lugar al que en verdad perteneciera.

Hasta que recordó por qué estaba allí.

La pesadumbre del camino se esfumó de golpe. Su mirada se paseó, frenética, por los muebles de la sala intentando localizar una melena pelirroja. Su corazón, volviendo a reanimarse, comenzó a martillear con insistencia, en un golpeteo doloroso, pues la ansiedad se colaba en cada latido, en cada segundo en el que podrían haberse llevado a Starfire.

Un sudor frío recorrió su espalda cuando no la encontró. Miró a las escaleras, lleno de horror, imaginando que, a través de estas, podía avistar las paredes del ático.

Hubiera emprendido la carrera escaleras arriba de no ser porque la tamaraneana alzó la cabeza desde el sofá y salió a su encuentro, contenta de verlo de vuelta. Hablaba algo sobre la migración de las ballenas jorobadas. No obstante, el sonido de su voz llegaba distorsionado a los oídos y la vista de la sala se volvió borrosa. Dentro de su mente, solo había cabida para la presencia vivaz de Starfire, que se perfilaba como lo único real en la habitación y hacía que la casa no pareciese tan triste.

—Y luego los ballenatos le susurran cantos a su madre hasta que... ¿Dick? —la chica se interrumpió. Dick advirtió sus ojos preocupados clavándose sobre él—. ¿Te sientes bien?

El muchacho por fin reaccionó. La miró a los ojos, constatando por segunda vez que ella no se trataba del engaño de su mente enfermiza. Al reconocerla, dejó escapar un suspiro de alivio. Una oleada de tranquilidad lo envolvió con amabilidad y le hizo creer que no todo estaba perdido.

Sin embargo, una vez quitado ese peso de encima, la realidad volvió a golpearle en el rostro. Una serie de recuerdos colisionó contra las paredes de su memoria, dejándolo tembloroso y enervado en medio del pórtico de su casa; una voz en su interior le gritaba al oído que era el peor amigo del mundo.

Sentía que iba a desfallecer allí mismo. Su cuerpo tironeaba hacia abajo, reclamando una siesta de mil años. Por eso mismo, cuando alzó la mirada hacia la extraterrestre, se dejó caer sobre ella. Sus rodillas se doblaron, incapaces de seguir soportando el peso que cargaba en los hombros desde que salió de la escuela.

From outer spaceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora