Capítulo 11.

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_____ se tapó la boca para ahogar otra carcajada. Tampoco veía la hora de que ese momento llegara. Se moría de ganas de volver a sentir sus brazos fuertes, su boca exigente... Sacudió la cabeza y se obligó a regresar a la realidad. Tenía que admitirlo, aunque sentía por él algo muy fuerte, lo que había entre los dos solo era sexo. Sexo por dinero. Sonrió divertida. Debía reconocer que el trabajo de fulana se le estaba dando mejor de lo que esperaba. Claro que, con un cliente como el banquero...

Sacó los pies de la cama, se puso de nuevo el camisón y salió de la habitación. Nada más poner un pie en las escaleras un olor familiar le inundó el olfato. ¡Tortitas con arándanos y frambuesa!
En la cocina había una mujer de complexión gruesa que llevaba puesto un delantal por encima de un uniforme. _____ supuso que era la asistenta.

-Buenos días, señorita Jung, veo que ya se ha despertado -dijo saludándola con una sonrisa de oreja a oreja.
-Sí -contestó ella igual de risueña-. Y yo veo que ha preparado tortitas con arándanos -agregó, intentando disimular el sonido de sus tripas.
-El señor Oh dijo que era su desayuno favorito.

De repente _____ se quedó congelada.

-¿Y cómo lo sabe el señor Oh?

La asistenta se echó a reír.

-Ay señorita, porque se lo habrá dicho usted en algún momento. El señor Oh es una persona muy observadora y tiene una memoria increíble. Fíjese que una vez le conté que siempre había querido ir al Gran Cañón del Colorado, y al cabo de medio año me sorprendió con un billete de avión para Arizona. ¿Tortitas? -le ofreció con la espumadera y la sartén en las manos.

Pero _____ no acercó el plato para que le sirviera. Seguía demasiado aturdida con lo que acababa de pasar. Estaba completamente segura de que nunca se lo había mencionado. Ella también tenía buena memoria para recordar ciertos detalles. Y pensó en su manera de hablarle a veces -tan cercana-, su capacidad para saber ciertas cosas de ella -como su alergia al marisco-, su propia sensación de resultarle familiar y se preguntó si quizás...

De repente se levantó de la silla, salió como un rayo de la cocina y se puso a rebuscar en los cajones del mueble del salón. Algo le decía que las respuestas a sus preguntas tenían que estar por algún sitio en aquella casa. Entonces encontró una fotografía en la que aparecía una mujer que reconoció enseguida. Era la señora Oh. ¡Su antigua ama de llaves!
Oh se apoyó contra el mueble del salón para no caer desplomada. ¿Qué demonios tenía que ver la señorita Oh con el banquero? Decidió que no iba a quedarse con la duda y recorrió la casa en busca de nuevas respuestas. Pero no encontró nada importante. Nada que le hablara del pasado de Oh Sehun. Hasta que recordó un pequeño detalle. Su padre siempre guardaba las fotografías y todo lo que realmente le importaba donde más tiempo pasaba, su lugar de trabajo.

-¿Dónde está el despacho del señor Oh? -le preguntó a la asistenta.

Ella enseguida negó con la cabeza.

-El señor Oh siempre lo cierra con llave. Solo me deja entrar a veces para limpiar.
-Así que tiene cosas que esconder bajo llave. Bien. Pues démela -le ordenó con la mano tendida.
-Señorita yo no puedo hacer algo así.
-Entiendo su postura pero sospecho que el señor Oh me oculta cosas importantes de su pasado, cosas que también me atañen a mí. Así que tiene dos opciones: o me entrega esas llaves, o tendrá que recoger todo el apartamento después de que yo lo ponga patas arriba. Y créame que lo haré, porque no me pienso ir de aquí sin saber la verdad -le aseguró con una mirada decidida.

La señora Johnson la observó en silencio durante un segundo y cuando comprendió que hablaba en serio, sacó la llave del bolsillo de su delantal. Esa joven era capaz de cumplir su amenaza y no quería tener que recoger los añicos de objetos valiosísimos. Ya solo el jarrón que había al lado de la ventana costaba su salario de cinco meses.

-Por favor, sea cuidadosa. Al señor Oh no le gusta que le revuelvan sus cosas -le pidió con semblante alicaído.
-Tranquila, dejaré todo tal cual está. Solo quiero comprobar algo -le prometió.

Y se encaminó enérgica hacia allí, abrió la puerta y se detuvo en seco, contemplado todo con atención. El despacho tenía un sofá oscuro en una esquina, una estantería repleta de libros y fotos, y un sillón de cuero tras una mesa grande de madera pulimentada. _____ se fijó en que varios de los retratos eran de su niñez, de cuando él tendría doce o trece años. Entonces _____ retrocedió al pasado y se vio así misma siendo también una adolescente. Tenía dieciséis años y había una mujer a su lado que le ayudaba a hacer los deberes. Era la señorita Oh.

A su lado se encontraba su hijo, el pequeño Hunne. Un niño de mirada muy despierta, aunque delgaducho, pecoso y con dientes de conejo. Bugs Bunny lo apodaba ella de forma cruel. Pero al pequeño Hunnr lejos de importarle, seguía sonriéndole como si fuera la única chica en el mundo. La idolatraba, se derretía con una simple mirada de ella. Y _____ sabía sacar provecho de eso. Le pedía que fuera su recadero, su sirviente, que hiciera sus deberes. El chaval era un cerebrito y ya desde pequeño despuntaba en los números. Y él se moría por hacerla feliz, por complacerla, por serle útil de alguna manera.

_____ también recordó el día en que llevaba una falda plisada muy corta. Una ráfaga de viento se la había levantado hasta la cintura. El accidente solo había durado un segundo, pero había sido suficiente para que el muchacho se fijara en las braguitas que llevaba puestas y se pegara un castañetazo contra una farola. Mucho se había reído aquel día. Sin embargo ahora solo podía pensar en esa anécdota con amargura porque aquel niño dulce, torpe e ingenuo, era el mismo hombre del que estaba enamorada. Y se sintió engañada.





Amor a Débito ||Sehun y tu||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora