.Capítulo 5.

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|Darien Amell|

La primera vez que vi a Isobel tenía 13 años, y ella rondaba los 12 como mi prima. Era una de las primeras reuniones familiares en donde nos encontrábamos ambos. En ese momento, vivíamos en Bahía Azul, así que muy pocas veces viajábamos a Clemencia. Ella había pasado toda la reunión en silencio, observando y escuchando a los demás, mientras que Claire y mi hermano jugaban a los videojuegos en la sala. Yo me había quedado relegado a un costado, siendo parte de la reunión pero no interviniendo, tal como ella.

Al verla, lo primero que me llamó la atención fueron sus ojos, grandes, serenos y ambarinos. Eran como los ojos de un león. El resto de ella me parecía tan bonito como sus ojos. En aquel momento era más pequeña, y su rostro era angosto de rasgos suaves, y el pelo tan largo que llegaba a su cintura, lacio y dorado.

Isobel en ese momento no reparo en mi presencia, mucho menos de mi atención completamente dirigida a ella. Yo la contemplaba como si acaso fuese un león, absorto y maravillado. Y lo único que pude hacer en ese momento, fue agarrar lápiz y papel, y comenzar a dibujarla.

Tras ese episodio, la vi contadas veces pero nada de importancia. No había diálogos entre ambos, y no cruzábamos miradas. Solo se concretaban las formalidades familiares. Hasta que volví de Francia, tras un año fuera del país, con 18 años. No empezamos con el pie derecho, pero yo nunca me hubiera imaginado que ella y mi prima entrarían a mi antigua casa, donde estaban de vacaciones.

Escuché un ruido seco, y tras eso:

¡Santo infierno! —la oí gritar, y ahí fue cuando comencé a disculparme mientras Claire gritaba y reía para luego buscar hielo.

¿Podrías dejarme ver tu frente? Quizás se esté saliendo parte de tu cerebro y no podemos darnos cuenta —le dije bromeando, y ella me miró venenosamente. Noté cierto sobresalto al verme, y no supe si se debía a que mi aspecto le desagradaba o no se esperaba que fuese yo.

¿Intentabas asesinarme? —preguntó ella y yo sonreí con malicia.

Quería intentar muchas cosas con ella en ese momento, tras ver lo cambiada que estaba, pero ninguna de esas cosas era asesinarla.

Su expresión se volvió dura, y pareció tomar una actitud defensiva que se ablandó un poco cuando Claire volvió. Pero luego de ese momento, mi curiosidad había sido raptada por Isobel. Ella se veía como alguien fácil de codificar, pero realmente no lo era. Ella era un misterio, y mi cuenta pendiente. Tardé mucho en poder conocerla, pero a diferencia de los enigmas que una vez que se revelan pierden toda la magia, Isobel se volvía más interesante.

— ¿Qué estás haciendo acá? —Preguntó Isobel al verme unos días después de mi regreso, con ese tono que mezclaba sorpresa y reproche—. Claire no está —agregó, abriendo más la puerta de su casa para dejarme entrar.

Ya sabía mi que prima no estaba, y esa era la idea...

— Oh, qué pena —dije con fingido dolor. Ella me miró de soslayo, y supo de inmediato que mis intenciones allí no eran buenas. Entornó sus ojos sobre mí, y sonreí. Me encantaba hacerla sentir incomoda o molesta—. Tengo una propuesta que hacerte, estaba pensando en pasar un día en Bahía Azul y quería que me acompañaras —le dije antes de decidiera interrumpirme.

Silencio, y luego, esa expresión de que había una trampa oculta en algún lado.

— ¿Esto es alguna especie de broma? —preguntó. Dios santo... como la conocía.

— No, solo quiero salir de esta ciudad un día, es todo lo que pido. Y qué mejor que hacerlo con mi mejor amiga —insistí, ladeando mi cabeza para verme como un perro abandonado e inspirarle ternura.

Besos en el cuello |Finalizada|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora