.Capítulo 22.

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|Isobel|

Los últimos días en Alemania estaban siendo una locura. No nos habíamos detenido ni un momento en lo que restaba del viaje. Compramos en el Victuals Market; volvimos a recorrer Marienplatz, la plaza central de la ciudad; fuimos a la catedral de Múnich y varios museos; comimos en McDonal's; descansamos en Marienhof, sobre aquel césped verde bajo y bajo el sol. Tomé tantas fotografías como pude y en el momento en que los cuatro nos metimos en el auto junto a nuestras pertenencias, estábamos necesitados de silencio y calma.

Revisaba mis fotos y admiraba la belleza de Múnich a medida la abandonábamos. Todo era tan hermoso que temía olvidarlo. Amaba la mezcla entre antigüedad y modernidad que había en Europa. La forma en que todo se había fusionado de tal forma que resultaba armónico.

Los cuatro permanecimos tanto tiempo en silencio que fue irremediable que algunos no cayeran en el sueño. Alain conducía junto a una Mel que dormía, con su rostro hacia la ventanilla, en una posición extraña que le resultaba cómoda. Yo me encontraba en el asiento de atrás, hundida entre los brazos de Darien, quien dormía profundamente. Revisaba los mensajes de mi familia y les respondía rápidamente, mientras oía a Alain cantar por lo bajo.

No cantaba mal aunque precisamente no afinaba. Era una canción de Rod Stewart que me sabía muy bien, y me resultaba imposible no acompañarlo. La cantamos una y otra vez hasta que dejó de ser divertida. Nos comunicamos torpemente para hacerle saber al otro que canción podíamos llegar a saber, y ambos nos sorprendimos por tener un gusto muy similar para la música. A mi solía gustarme cualquier canción, pero cuando estaba acompañada de Claire o Mel debía ser un poco más restrictiva; una prefería las baladas románticas y la otra la música electrónica.

Darien me dijo que eres una muy buena abogada —me dijo, en inglés, tras una pausa en nuestro repertorio, mirándome analíticamente con sus oscuros ojos a través del espejo retrovisor. Sonreí tenuemente, y le habría aclarado que aún no tenía mucho trabajo como para que Darien dijese eso de mí, sin embargo, me callé por él parecía continuar hablando—. Pero he visto tus fotografías y son muy buenas, ¿Nunca has pensado en dedicarte a eso? —inquirió.

Suspiré profundamente, meditando aquella pregunta.

La fotografía era una de las cosas que más amaba en el mundo, y a pesar de que no fue mi primera opción en el momento de elegir una profesión, siempre estaba la idea flotando sobre perseguir mi sueño cuando fuese posible. ¿Y cuánto era ese momento? Todavía no lo sé, pero seguía esperándolo.

Quizás esperaba a tener más estabilidad económica para poder hacer lo que quisiese y no sentirme culpable luego.

Algún día supongo que lo haré. Solo espero no ser lo suficientemente grande como para arrepentirme de no haberlo hecho antes —respondí jugando inquietamente con mi móvil. Él y yo hicimos contacto visual por un momento, y lo vi sonreírme con entendimiento.

Hazme un favor, y persigue tus sueños antes de que sea tarde. Ya sabes, la vida es una y si no la vivimos, luego nos podrimos por dentro —comentó, torciendo su sonrisa con aire arrogante.

Ahí fue que comprendí dos cosas: una, porque las chicas podían estar atraídas por él, era atractivo cuando sonreía y te miraba con aquellos misteriosos ojos; y dos, la razón de su amistad con Darien. Tanto Alain como Darien compartían ese amor por el desafío, la aventura y la libertad.

Lo intentaré —dije, y su mirada se volvió desafiante—. Está bien, lo haré. ¿Mejor? —pregunté.

Por supuesto —respondió sonriendo divertido, volviendo a prestar atención en la ruta.

Besos en el cuello |Finalizada|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora