Darien
Me encontraba en Bologna, junto a Isobel. Y todo se había dado improvisadamente para mí. Intuía que ella tenía cierto temor de verme, siempre era así, pero cuando me miró con aquellos ojos ambarinos todo el temor, inquietud y preocupación se fueron. Solo me sonrió y fue a mi encuentro.
Así éramos los dos. Los años no pasaban para nosotros, y cada vez que nos encontrábamos era como si nunca nos hubiésemos alejado. Isobel era con la única persona que aquello me sucedía. Ni siquiera con mis padres podía sentirme tan cómodo en el instante luego del reencuentro. Siempre flotaba era ligera incomodidad de sentirme un tanto perdido, pero nunca con ella.
Podíamos hablar, escribirnos, mandar audios, dedicarnos temas y chistes, pero nada se comparaba con tenerla junto a mí; poder observarla, sentirla, y tocarla. Ella era un vicio para todos mis sentidos.
— Necesito tu aprobación —me dijo Alain, hablando en francés para que las chicas no pudiesen entendernos; nos encontrábamos en un bar tranquilo para ser un sitio que Alain eligió—. Si tú eres lo suficiente idiota como para no avanzar, ¿puedo hacerlo yo? —inquirió, con una sonrisa maliciosa, hablándome de Isobel.
Sonreí sin humor y haciendo que contemplaba el bar con buen humor, le pegué con mi puño en el abdomen. Él se quejó, con una risa ahogada y cerró los ojos.
— Voy a tomar eso como un no —dijo tosiendo para aclararse la voz—. Ella es agradable, pero en serio, no entiendo como aún no has hecho más —comentó tras recomponerse. Alain me hablaba con solemnidad y cierta curiosidad.
— Es complicado —le dije, porque aunque eso sonaba a cliché, era lo más cercano a la realidad. Él sabía toda mi historia con ella; creo que era una de las dos personas que sabía sobre ella y yo. La otra era Seth.
Alain puso los ojos en blanco, y continuó bebiendo de su vaso. Él se volvió a mí, abriendo su boca probablemente para hacer otra pregunta desubicada hasta que lo liquidé con la mirada, y él resopló con indignación. Estuve unos minutos más a mi lado hasta que se distrajo con una bonita chica de pelo negro, y decidió irse a dar vueltas por ahí.
Respiré hondo y comencé a caminar hasta el pequeño balcón que tenía aquel sitio; daba hacia el centro de la ciudad y había bastantes personas, entre ellas, Isobel. Ella estaba apoyada sobre la barandilla contemplando el paisaje, meditabunda. La notaba calma y analítica. Estaba a unos pasos de ella, cuando suspiró y se volteó para verme. Saliendo de la hipnosis que le generaba la ciudad de noche, ella me sonrió suavemente, iluminando su expresión.
Me fue imposible no devolverle la sonrisa, y percibía claramente como mi cuerpo reaccionaba a ella. Siempre lo hacía, pero nunca me acostumbraba. Ni estaba seguro de querer acostumbrarme.
— ¿Y Mel? —pregunté apoyándome en la barandilla, a su lado.
— Fue a buscar otra Porter —respondió. Asentí, sintiéndome extrañamente torpe como un pequeño adolescente que no sabe cómo hablarle a la chica que le gusta—. Gracias por todo esto, no era necesario que te unieras a nuestra aventura —comentó ella, reconocí por el movimiento de sus manos y su cuerpo, que se sentía tan inquieta como yo—. Tienes tu vida... tu trabajo —se encogió de hombros.
Entorné mis ojos sobre ella. Había una especie de muralla a la cual ella no podía, o quizás, no quería acceder. Me gustaba pensar que ella era renuente a mi vida en Paris, como yo lo era a su vida, por más que no me creyese. Nos interesaba el otro, y al mismo tiempo, éramos recelosos. A mí no me alcanzaba con verla feliz, porque quería que la causa de esa felicidad fuese yo, y no otra persona. Sentía celos incluso de mi prima, por poder compartir cosas que yo no podía, aun cuando sabía que yo era quien guardaba todos sus secretos, sueños y miedos.
— Sabes que no puedo negarme a una aventura —comenté. Ella asintió suavemente con una ligera sonrisa—. Además, no es como que tenga un trabajo que necesito cuidar —suspiré. Izzie se volteó para mirarme con expresión preocupada y curiosa—. Te lo iba a decir la próxima vez que habláramos por teléfono, ya que por mensaje era largo... pienso renunciar en el sitio de diseño en el que estoy —reconocí, y me preparé para una expresión de indignación que nunca llegó, y le agradecí por eso.
— ¿Sucedió algo para que quieras renunciar? —inquirió. Respiré hondo canalizando mis emociones, y me estiré un poco.
— Me siento estancado, y es como si me hubiese preparado por años para hacer algo que no llega. ¿Sabes lo frustrante que es trabajar de cualquier cosa menos de lo que deseas? —le pregunté, y ella torció sus labios con disgusto.
— Si, solo sirvo cafés y archivo cosas —respondió con indignación—. He pensado en renunciar o pedir hacer otra cosa, pero estoy intentando ir paso a paso y no usar el apellido de mi padre, y necesito la experiencia —agregó.
Experiencia. La maldita experiencia que todos piden y nadie tiene. Luego se quejan de que no hay personas que quieran trabajar...
— A eso voy —exclamé, sonriendo ante la felicidad de saber que ella me comprendía, y ella sonrió a pesar de lo decepcionada que se veía por su trabajo—. He hablado con un par de colegas y estamos armando una idea para juntarnos. Todos tenemos ganas de avanzar, así que no queda otra que seguir perfeccionándonos —suspiré, volviéndome solemne.
— ¿Crees que te falta perfeccionarte? —inquirió, apoyando rostro sobre sus brazos reposados en la barandilla.
— Me falta tanto, y hay tan poco tiempo —pensé—, pero creo que podría empezar con algo relacionado a los negocios. ¿Quién dice que me vuelvo un empresario de la publicidad y la gráfica? —pregunté sonriendo. Ella levantó la vista hacia mí con aquella expresión serena que me hacía saber que ella creía en mí, y me daba confianza.
— Logras todo lo que te propones, así que no me sorprendería si eso sucede —me dijo con una suave sonrisa.
Contuve la respiración, contemplándola hipnotizado por la belleza y confianza. No conocía a nadie que reaccionara como ella, cada vez que decía algo así. No había burlas sobre cuán malditamente soñador era, ni comentarios para tirar abajo mis delirios. Ella aceptaba mis sueños porque era una soñadora como yo.
Tenerla a mi lado, sentir su perfume y cercanía no me alcanzaba en ese instante. Estiré mi mano hacia su rostro, con mi tacto quemando por su piel a medida la acariciaba. Ella no renegó ni se alejó; solo permaneció contemplándome en el mismo silencio con el que yo la observaba. Suspiró profundamente y cerró los ojos por un momento.
Me contuve para no agarrar su cara y besarla. Me contuve por respeto a ella y a sus convicciones. Había tenido que esforzarme para que aceptase vernos allí, así que quizás me hubiese evadido. O tal vez no. Pero en el momento en que me sentí valiente, ya era demasiado tarde, y Mel volvió a estar con nosotros.
La frustración me recorrió, pero no fue nada que no pudiese solucionar un buen vaso de cerveza, buena música e Isobel intentando hacerme reír. Aquella noche fue tranquila en comparación de otras salidas con Alain, y lo agradecí. Estaba intentando tomarme todo con calma, aunque eso no significara que no aprovecharía cada oportunidad...
Volvimos a la casa tan tarde, que era temprano en un nuevo día. Los ánimos habían caído con el cansancio, y en silencio nos acomodamos para dormir. Alain dormía en la cama de su primo, mientras que Izzie y Mel compartían una cama en la otra habitación. Yo me encontraba analizando el techo, en el sofá de la sala, asombrándome con las curiosidades de la vida.
De pronto un suave sonido me obligó a girarme, y me encontré con Izzie acercándose a mí para acostarse a mi lado.
— Mel pega patadas y ronca —susurró acomodándose junto a mí, y no pude contener una sonrisa. La armonía se dibujaba en su expresión mientras me miraba, y me moví contra ella.
— No hay problema, yo te protegeré de ese demonio —le dije, y una pequeña sonrisa se deslizó por sus labios. Ella cerró los ojos, haciéndose un pequeño bollito a mi lado, y besé la cima de su cabeza enlazándome para no dejarla ir.
No quería pensar en futuro; en ese instante era mía, y no iba a soltarla. Y así, me dormí feliz luego de un largo tiempo.
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Besos en el cuello |Finalizada|
Ficción GeneralIsobel detestó a Darien desde el primer momento en que lo conoció. Darien se intrigó en Isobel desde que puso los ojos en ella. Algunas relaciones están destinadas a ser efímeras, y otras a traspasar las barreras del tiempo. 1º Edición Agosto 2015 2...