.Capítulo 4.

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— ¡Estamos en casa! —gritó Claire en cuanto entramos a la casa de nuestros padres; aún teníamos las llaves como para sentirnos parte de la casa. Nos encontramos con silencio, y Claire me dio una mirada llena de incógnitas. Sus ojos se afinaron aún más, antes de dar un rápido vistazo a todo.

— ¿Estarán teniendo sexo? —pregunté con horror. Claire negó inmediatamente, con expresión asqueada.

— ¡Ew! No quiero pensar en eso —dijo indignada. Yo pensaba lo mismo, aunque no había tenido la misma suerte que ella de no escucharlos nunca.

Hoy en día continúo traumada con eso.

De repente, se oyó la puerta de la cocina abrirse y una rápida figura ingresó corriendo hasta colisionar con ambas en un abrazo simultáneo. Jesse era un huracán, pequeño y capaz de arrasar con todo a su paso. Como todo Amell, su cabello era castaño claro y tenía los ojos celestes grisáceos. Solo Claire era la única que disentía de los demás, porque tenía los mismos rasgos aniñados y delicados de su mamá.

Con 12 años, Jesse era el rey de la casa y de nuestra familia. La mayoría de las cosas giraban alrededor de él, y nadie renegaba de eso. Todos lo amábamos, sobre todo por ser la prueba de que dos familias que se habían disuelto podían volver a reconstruirse.

— ¡Era hora de que volvieran! —dijo alejándose de nosotras, reprochándonos lo mismo que más tarde probablemente nos dirían nuestros padres. Claire y yo nos miramos. Ella le sonrió a nuestro hermano mientras yo lo miré con ironía.

— Si nos vas a reprender de ese modo, mínimo necesitamos dos abrazos más —me crucé de hombros. Él elevó sus cejas con desdén, y esa peculiar expresión que me recordaba a Darien.

¿Acaso había un gen en los hombres Amell que codificara esa expresión?

— ¿Qué está pasando acá? —preguntó Julia, mi mamá entrando a la sala; ella era una versión más madura que yo, alta y curvilínea con el pelo rubio oscuro. La característica más sobresaliente que nos diferenciaba era el color de ojos; los de ella, castaños y los míos, ambarinos.

— Fue él —dijimos con Claire al mismo tiempo, apuntando a Jesse.

Mi mamá entornó su mirada sobre nosotras.

— Muy maduras —canturreó hasta llegar a nosotras para darnos la bienvenida a la casa—. Estamos afuera con Henry, vamos —dijo tras abrazarnos.

Claire no paraba de hablar con mi mamá sobre todo lo que habíamos hecho, mientras que yo me encargaba de oír a Jesse. Él me decía nombre tras nombre sobre compañeros, chicas que le gustaban, lugares a donde fue, maestras que lo retaron, juguetes que quería, películas que vio, y llegó un punto que quedé completamente en blanco, sin saber que responder.

Mi hermano de 12 años tenía más vida que yo, que me lo pasaba en clases o estudiando. Ni siquiera iba al gimnasio porque no tenía tiempo... Ok, esa es una completa mentira.

Rodeado de comida y bebidas, al aire libre, se encontraba Henry. Él nos vio y sonrió, con sus ojos celestes grisáceos brillantes. Era un hombre de contextura grande con un maduro atractivo, de rasgos acentuados y un envidiable cabello castaño claro. No sabía si él estaba más feliz por ver a su hija o por la comida que lo rodeaba. Nos saludó con cariño, y una vez que estuvimos todos sentados en nuestros lugares, simplemente nos sentimos en nuestro hogar.

— Y llamaron de la escuela nuevamente porque estaba generando disturbios en el aula —explicó mi mamá, totalmente horrorizada con esa situación y dedicándole miradas venenosas a un Jesse que sonreí inocentemente. Claire y yo intentábamos no reír a carcajadas con todos los hechos que nos relataba, mientras Henry tapaba con su mano la sonrisa de su cara.

Besos en el cuello |Finalizada|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora