.Capítulo 6.

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— Sigo pensando que la 4 no me agrada, y que la lista es poco desafiante —me quejé

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— Sigo pensando que la 4 no me agrada, y que la lista es poco desafiante —me quejé. Isobel entornó los ojos manteniendo la paciencia.

— Es muy desafiante para mí. ¿Alguna vez me viste manejar? —preguntó, y negué—. Genial. La última vez que maneje casi choqué un auto y zafé de terminar estampada a un árbol. Soy un peligro de seguridad vial, así que eso, para mi es desafiante —comentó—. Y la 4 se queda —insistió.

Yo la miré, y ella me miró. Permanecimos en silencio como si fuese una película del viejo oeste. Ambos éramos tercos y nos gustaba tener razón. Pero si algo aprendí con los años, es que no continuar con una batalla no te hace un perdedor, y hay que aprender que batallas valen la pena luchar hasta el final.

Simplemente suspiré, y ella me sonrió soberbiamente. Levanté la capucha de su campera de abrigo y le tapé la cara. Isobel gritó pero no se alejó de la cercanía que teníamos. Estábamos sentados sobre la arena, con la mirada puesta en el mar que se extendía vastamente frente a nosotros; las olas rompían a unos metros de nosotros con fuerza, y el sonido se extendía como un murmullo que hipnotizaba. El límite entre el cielo y el mar era difuso, y te sentías tan pequeño e insignificante frente a todo eso, que era imposible no sentirte fascinado.

— ¿Puedo ofrecerme como voluntario para la cuatro? —pregunté, recostándome un poco sobre mis brazos.

— No, tú no vales. Debe ser alguien que no conozca —respondió.

Sonreí, aunque internamente seguía sin agradarme la idea. Sabía que ella tenía una vida en Clemencia, donde probablemente pasara un chico tras otro, pero una cosa era saber y otra verlo.

— Cómo digas —susurré, mientras jugueteaba con las tiras de su campera.

Ella me ofreció parte de su pastel de chocolate y pese a no tener hambre, lo comí solo para probar que era lo suficientemente bueno como para convencer a una chica. Ni siquiera Alain, uno de mis amigos en Francia, era tan eficaz como ese pastel.

Tenía que reconocer que era muy bueno.

— Cuéntame sobre mi prima y Christian —le pedí, y ella movió las comisuras de sus labios como señal de estar rememorando cosas.

— Claire y Christian se conocieron en la biblioteca. ¿Dónde sino? —Respondió con una sonrisa—. Él estudia en sociales, y tiene nuestra misma edad. Una tarde Mel, Claire y yo estábamos en la cafetería, y cuando él entró, ella no podía sacar los ojos de él. Claire nunca reconoció que le gustaba, pero tras conocerlo no dejaba de hablar de él —agregó—. Por fortuna, Mel lo conocía así que lo invitó a unirse a nosotras. Y a partir de ahí, no se han separado; siempre se las ingenian para andar uno alrededor del otro.

Esa situación me resultaba tan familiar...

— ¿Nunca pasó nada? —pregunté incrédulo.

— Si sucedió algo, nunca me enteré —dijo, volteándose hacia mí.

Besos en el cuello |Finalizada|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora