.Capítulo 35.

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|IZZIE|

Unos meses después.

Estaba nerviosa, inquieta. Daba vueltas en mi casa a la espera de que el teléfono sonara. Habría ido directamente hasta allí, pero estaba segura que no haría otra cosa más que molestar. Así que allí estaba, a punto de hacer un hueco en mis pisos de tanto dar vueltas. No solo esperaba una, sino dos llamadas.

La televisión sonaba de fondo pero no le prestaba atención. Ese día no había clientes así que no tenía ninguna forma de canalizar mi inquietud.

De pronto, el sonido de mi teléfono se oyó resquebrajando mi calma. Una punzada me recorrió y me abalancé a mi móvil, pero me sentí defraudada cuando vi el nombre de mi hermana. No es que no la quisiera, solo que no era a quien esperaba oír.

— Abbie, ¿Todo bien? —le pregunté; últimamente era raro que me llamara. Ella decía que su vida de adolescente le ocupaba el tiempo y yo le decía que era la pereza quien la gobernaba.

No la podía culpar, las personas de hoy en día tenían tantas redes sociales y tecnologías que los entretenían, y a pesar de que eran para acercarse a los demás, muchas veces los alejaban. Yo prefería verla cara a cara para hablar, pero ella solo me mandaba audios, cinco mensajes para decirme algo corto y miles de emojis.

— No, tenemos un problema —me dijo tras saludarme—. Papá quiere irse al estudio y no quiere oírme cuando le digo que se quede. No lo soporto más, no soy su niñera —se quejó.

Hice una mueca de disgusto ante sus palabras. Ninguna de las dos éramos sus niñeras, sino sus hijas a las cuales debía oír en teoría. Pero él simplemente omitía nuestros comentarios acerca de alejarse del trabajo. Hacía muy poco tiempo había tenido una angina de pecho que no se transformó en infarto porque Abbie y yo estábamos a su lado.

Nuestro padre estaba con vida, pero podría no haber estado más, y todo por su trabajo. Él estaba tan obsesionado con eso que me hacía dar miedo hacia donde se encaminaban mis aspiraciones. ¿Terminaría casándome yo también con mi trabajo, o acaso podría no llegar a trastornarme? La duda siempre estaba pero no quería que los errores y defectos de los demás me afectaran a mí.

— Pásame con él —respondí. Tras oír a Abbie criticar a nuestro padre y a él quejarse por haberme llamado, por fin pude acceder a él—. Papá, ¿entiendes lo que significa hacer reposo o acaso tu orgullo y amor por el trabajo ocupa todo tu cerebro? —pregunté.

— ¿Perdón? ¿Ese es modo de dirigirte a tu padre? —preguntó en tono serio y profundo.

— La verdad es que ya no sé si hablo con mi padre o con un niño —sentencié—. Déjate de tonterías, ponte el pijama, prende la televisión y descansa. No tienes vacaciones de verdad desde que tengo 9 años, y le vendría bien a Abbie relacionarse un poco contigo —agregué.

— ¡No, no lo necesito! —oí que gritaba desde el fondo.

Abbie, no estas ayudando...

— Pero —quiso defenderse mi padre, pero no detuve bruscamente.

— Pero nada, vuelve a la cama. Esta noche ceno con ustedes y más vale que hayas hecho una buena comida.

— Yo no sé cocinar Isobel —sentenció él, elevando su tono para querer hacerse respetar. Era el tono del modo abogado, pero mi tono de modo abogado era mejor.

— Entonces aprende, te va a hacer bien distraerte. Y más vale que sea rico —lo amenacé—. Y no digas que no. Me lo debes a Abbie y a mí por todas las veces que hemos comido solas, hemos enfermado y no has estado, además de todos los cumpleaños ausentes. ¿Quieres que siga enumerando? —pregunté desafiante.

Besos en el cuello |Finalizada|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora