Capítulo VIII: ¿Orión?

285 27 40
                                    

*Tres semanas después*

-Mayordomo, creo que ya es suficiente por hoy-dijo Artemis-. No voy a aprender a armar tu Sig-Sauer semi-automática de aquí a mañana, menos puedo sostenerla el tiempo suficiente como para apuntar y disparar.

Estaban en el gimnasio personal de Artemis, hoy tocaba estudiar uso y ensamblaje de armas. Aunque la teoría del funcionamiento de las armas era pan comido para Artemis, lo que más le costaba era sostener el peso de los artilugios, aún cuando había pasado las últimas tres semanas ejercitando.

No se había vuelto musculoso ni nada parecido, pero había conseguido que sus escuálidos miembros fueran un poco menos escuálidos. Salía a trotar todos los días una hora en la mañana. Podía haberse quedado en la trotadora, pero el panorama de Londres era fascinante.

También hacía yoga. Se dio cuenta de que este ejercicio le ayudaba a relajarse, a despejar su mente. Luego de hacer yoga se sentía completamente renovado, tanto así que en ese poco tiempo había escrito un libro sobre el tema, y había compuesto dos conciertos de violín en Do menor que había enviado a la orquesta de Dublín.

Con unas cuantas clases básicas de defensa personal había aprendido a desarmar a un posible atacante, y podía noquear a una persona presionando ciertos centros nerviosos situados en la base del cuello y tras de las orejas.

Habían sido unas tres semanas fructíferas, el tiempo le había alcanzado incluso para recorrer la ciudad, y había visitado a la reina en persona. Le asombró la riqueza del palacio de Buckingham, por un momento se encontró preguntándose cuantos kilos de diamantes podría sacar de allí con ayuda de su amigo Mantillo Mandíbulas. Rápidamente desechó la idea. Si robaba al palacio, la reina no lo nombraría caballero...

-Esta bien, Artemis, puedes descansar- accedió el sirviente.

Quién hubiera pensado que la relación de Artemis y Mayordomo cambiaría al punto que el chico le pediría permiso para descansar a su propio empleado. Ironías de la vida.

Luego de darse una ducha y ponerse ropa cómoda, Artemis se dirigió a la sala de música. No era en si un salón de música, pero dentro había un piano de cola, un par de violines y otros instrumentos de orquesta, además de su colección completa de música clásica.

Artemis se sentó al piano y comenzó a tocar. Se había impuesto el desafío de aprender canciones de gusto popular de los adolescentes, no podía quedarse para siempre escuchando sinfonías de Mozart y Bach. Ahora estaba aprendiendo A thousand years de Cristina Perri. La canción en si no era complicada, pero debía estirar al máximo los dedos para lograr la nota adecuada.

Mientras sus pálidas manos se deslizaban sobre el piano, pensaba en el día siguiente, su primer día de clases.

Sentía más ansia de la que demostraba, incluso había llegado a pensar que Orión podría reaparecer. Sintió el incontrolable impulso de ordenar cosas por tamaño, pero se ordenó a si mismo calmarse. Las manos le comenzaron a temblar demasiado, así que paró de tocar. Respiró hondo y se masajeó las sienes.

Sintió que le vibraba una mano. Para ser más específicos, el dedo anular de la mano derecha. Era su comunicador mágico, disfrazado de anillo. Holly.

Giró el anillo para contestar.

-¿Hablo con el príncipe Orión?- fue lo primero que escuchó al otro lado de la línea. Era Potrillo, riéndose entre relinchos.

Artemis frunció el ceño. Obviamente Holly había instalado alguna cámara la vez que fue de visita. Lo raro es que ni Artemis ni Mayordomo se habían percatado de que estaba allí,  así que era más probable que...

Una historia de Artemis FowlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora