No me importa si ella entró en depresión y pasó los últimos años en terapia. Se fue. Me dejó. Y no me escribió ni llamó hasta este año. No puedo fingir que estoy bien con ella.
Sé que esto es infantil. Inmaduro. Pero es lo único que tengo. Es lo único que hará que se vuelva loca.
Me agacho y recojo la bolsa de colillas de cigarros del suelo mientras miro el reloj y pongo unas cuantas en la mesa. Subo al cuarto dónde ella estará, su antiguo cuarto y dejo otras colillas en diferentes sitios, algunas tiradas al lado de mis cosas, para que se de cuenta de que soy yo quién entra a esa habitación y que los cigarros son míos, no de mi hermano. Porque si Charlie fumara, ella le regañara pero le dejaría en paz, conmigo, nunca, nunca, jamás me lo perdonaría.
Abro la puerta de mi habitación y me pongo una blusa pequeña de tirantes, que es lo suficientemente baja como para que se me vea el tatuaje. Me hago una trenza floja de lado acomodando mi mechón azul para que se note mucho. Y de mi escritorio tomo una pegatina para la nariz que simula un percing. Puedo soportar las perforaciones en la oreja, pero no en la nariz ni en las cejas, tampoco en el obligo. Me da cosa.
Me meto a mi baño para tomar el delineador y el rímel y maquillarme hasta morir.
Dios, a ella le dará un ataque.
Y Charlie me matará.
Hago una mueca mientras bajo a la cocina. Charlie fue por ella hace media hora al aeropuerto, más o menos. Estará aquí en cualquier momento. Así que saco una cerveza de Charlie del refrigerado y la dejo en la encimera, cerca de unas de las colillas de cigarro y de la cajetilla. Con un suspiro repaso mi vestuario: Botas, medias me encaje, un vestido corto. Todo negro.
Ella odiaba que vistiera de negro.
Con toda su alma.
Camino al pasillo dónde hay un espejo colgado y me miro fijamente. Porque yo ahora represento todo lo que mi madre alguna vez odió: Los percings en las orejas, la pegatina que simula el percing en la nariz, el maquillaje oscuro, el mechón azul y el tatuaje.
Suspiro mientras miro mis nuevas perforaciones, que duelen porque todavía tengo sensible.
Me empiezo a arrepentir, pero de pronto oigo el carro estacionarse en la entrada. Ya es demasiado tarde para eso. Así que saco mi celular y lo sujeto con una mano mientras con la otra sostengo la cerveza. Me recargo en la isla de la cocina, dándole la espalda a la puerta de entrada, para que así mi madre pueda ver las aves y acomodo los pelos que se soltaron de mi peinado para que también pueda ver las perforaciones.
La puerta se abre y yo muevo la cerveza en la tabla, acercándola a mí.
--¡Ridley, estamos en ca…!—Oigo a Charlie decir, pero no completa la frase.
Literalmente puedo sentir sus ojos en mi espalda. En mi tatuaje.
Me volteo, y ahí cerca de la puerta puedo ver a Charlie, mirándome fijamente, con la boca ligeramente abierta y sorprendido. Y luego, está mi madre.
La última vez que la vi llevaba su cabello teñido de rubio, pero ahora su pelo oscuro natural está de vuelta y parece más delgada y con más arrugas.
Algo dentro de mi pecho se retuerce.
Sonrío cruel y cínicamente, esa sonrisa de “Soy más inteligente que tú”, y dejo el bote en la mesa, al lado de unas colillas de cigarros.
--Deborah—Le sonrío—Me alegro verte. ¡No puedo creer que seas tú! No has cambiado nada.
…Soy tan hipócrita…
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Reckless.
Teen FictionRidley Sutton salta de corazón en corazón, rompiendo todo. Harry Conrad no. No la va a dejar. *Esta historia fue publicada en un blog anteriormente, con mi nombre de autor similar. *No es el Harry de One Direction. -Derechos reservados-