Faltando cuatro horas para tomar el avión, recibí una sorpresa. Una sorpresa apenas agradable.
Presley se adelantó a recibirme, pues no quería pisar un hotel si mi estadía no excedería los cinco días. Cumpliría con mi corazón que aun está entristecido, y hablaría de negocios con ella, como quedamos.
Ahora bien, mi hermano y los gemelos no son buenos entendiendo mis negociaciones individuales.
—Les he dicho que no necesito que vengan. Presley será mi niñera, no quiero tres más.
Owen y sus dos amigos se miraron y rieron a mis costillas. El comportamiento de chiquilla no me gustaba, pero obligan a que lo use.
—Ella cree que tiene alternativa —se burló uno con los dos.
—¡Es que la tengo, Owen! —me exasperé. No se puede ser racional con ellos, ni porque insista eternamente—. No los perseguiré, no lo haré.
—Ya, ya —fue a abrazarme, mecerme cual bebé—. Seremos tus guaruras.
—Tu definición y la mía de guaruras, es distinta —digo con mi voz amortiguada por su hombro.
No es que no los quisiera acompañándome, pero no vamos a turistear y es a lo que temo con ellos. Mis planes...
—Prometemos no intervenir con tus precisas previsiones —intervino Elias. Owen tomó uno de los lugares de espera; la espera antes de la próxima sala de embarque. El gemelo se inclinó, atrayendo mi atención dividida—. ¿Te deja mas tranquila? —persistió.
—No.
—Pues es lo que hay —dijo Eliseo, por último.
Le diese mi beneplácito o no, los tres autoproclamados guaruras viajaron conmigo lejos, muy lejos de sus hogares.
En circunstancias ajenas, adoraría pasar unas vacaciones con cero trabajo y cero responsabilidades con mis personas favoritas, pero la situación no daba para añadirle diversión. Perdí a una de esas personas; voy a enfrentarme a la idea de no volverlo a ver y a la segunda idea de la que con esfuerzo luché por cubrir con tierra. Enterrar y desenterrar, ¿no es malo para la salud? Me aterraba acabar enterrándome a mi misma en el proceso.
A Elias, Eliseo y Owen los dejamos en un hotel, mientras que, junto a Presley fuimos a su apartamento.
—Pareces un alma en pena —dijo ella—. Apártate de la ventana, por favor.
Obecedí, sentándome en su comedor y recibiendo una taza humeante.
—Va a llover —aviso, llevando el té a mis labios—. El peor escenario para un funeral.
Bebió de su taza con chocolate, pues no tolera el té de durazno.
—¿Como te encuentras?
Los recuerdos fueron como mini explosivos desde mi llegada. No paraban, no perdonaban, no desistían. Un café en la esquina, una palmera, un saludo entre amigos, lo insignificante traía a colación épocas llenas de Miguel y de mí, de sueños y expectativas en conjunto. Momentos de momentos.
Pero no me sentía como esperé.
—Sorprendentemente bien —sorbo un trago largo—. Y no miento.
—Sé que no —entrelaza sus dedos en torno a la taza—, pero tampoco mentiré diciendo que no estaba aterrada por ti.
—Estoy muy bien, o bueno —reí perdida en la gracia que no tiene—, lo bien que se puede estar.
Afirmó con un ademán. Revisé que la hora en mi reloj fuese la correcta y, en una señal mía, nos pusimos en pie.
—Tengo pañuelos —me avisa al cerrar la puerta con nosotras en el pasillo—, porque no llenarás mi hombro de tus fluidos, gracias.
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Si el Vestido te queda
RomancePrimera parte de la Trilogía "Si te queda". Una mujer enamorada, ilusionada y con un bello vestido puede ser todo un sueño. Brillas, idealizas y apruebas lo que no. Lastimosamente, no es el sueño de Monilley. Nunca tuvo oportunidad de decir que sí...