Capítulo 29: Ir a preguntar

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Algo malo va a pasar.

Le tengo miedo a tanta dicha. Y aun percibo esa incómoda sensación de estarme perdiendo un trozo gigante del pastel que supone Leitan. Se lo he preguntando, pero responde como si no tengo razones para estar dudosa. Pero sigo dudosa. ¿Y quién va a ayudarme si hasta Presley cree que mi sentido agudo es un fastidio?

Quizás necesito una opinión distinta.

—Cuando miras fijamente, sé que no estás oyendo.

Toco mis párpados, cansados de estarse abiertos. Tuerzo el cuello a ambos lados, sintiendo el dormir poco en mis hombros cual dureza y en algunos músculos que no debiera sentir.

Melina populariza una de mis modas favoritas, la de los años ochentas con pantalones bota ancha naranjas de corte alto y blusa escarchada, tipo top, de mangas cortas y cuello redondo. Y unas plataformas grises con abertura.

—Te ves tan guapa que me da pereza ver mi atuendo.

Ríe y saca de detrás de su espalda un frappé de manzana que tanto me encanta, junto a uno de sus favoritos: de maracuyá. Ya va a mi trote, como una mujer observadora y que mide mis estados del día, igual a lo que hacemos Presley y yo la una por la otra. Estar en ropa deportiva, tampoco era algo antinatural en mí.

—Sin Presley hay demasiada quietud —comenta, tomando sitio en una de las sillas para visitantes. Me hace gracia; es una forma indirecta de decir que la extraña.

—Melina... ¿alguna vez te mencioné que tengo una sensación extraña cuando alguien miente?

—Tu no, pero Presley sí. Dice que es tu octavo sentido —exagera, imitándola—. ¿Ella entiende que todos tenemos cinco y las mujeres seis, por lo que tendrías un séptimo?

—Lo obvia adrede —digo defendiendo el poco común modo de expresarse de mi mejor amiga.

—Es un poco extraño, qué te digo —encoge sus hombros, como si el que lo sea, no tiene porque ser importante—. ¿Lo sientes ahora?

—Con Leitan. Hay algo... —suspiro, finalizando en que no tiene respuesta—. Yo lo siento.

—Si lo sientes, lo sientes —dice afable—. Pero no creo que me lo cuentes para que te diga lo que sabes. ¿Me necesitas?

No quería hacerle esto a él, y esta decisión que estoy por tomar no me pone en una buena situación si le doy explicaciones. Por supuesto que poner en duda su honestidad bajo un presentimiento es absurdo; no es posible que lo encierre en un agujero de desconfianza. Pero suelo tener la razón y si me equivoco no me importaría pasarme el resto de la vida pidiendo perdón con tal de no sentirme así mas.

—Te necesito.

Sonríe poniéndose en pie.

—Tu dirás.

Nos entablamos en un cuasi plan que incluía discreción y el por vez primera no meter a Presley; porque va a pasar lo que viene pasando desde que conoció a Leitan: defenderme siempre poniendo una parte de sus opiniones del lado del caballero.

Y hablando del rey de Roma.

—Si no te importa... —digo, mostrando la pantalla de mi móvil con una llamada entrante. Hasta que no estoy a solas, no respondo.

... un inconveniente —es lo que escucho, pero su voz amedrentaba. Miré que el remitente fuese el correcto; quizá llamó por accidente.

—¿Mi Leitan?

Un exabrupto conjugado con un golpe seco y otros sonidos que no diferencio. Una voz desconocida y la de Leitan contestando; no entiendo de qué habla, pero sé que justo en la llamada, no se encuentra.

Si el Vestido te quedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora