Capítulo 8: Mamá gallina

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—Le di mi dirección a Leitan. No te extrañes si viene a verte, tiene todos mis permisos.

Saqué mi cara de un libro y corrí en pijama y medias a la habitación de Presley.  

—¿Oí bien?

La seguí en su armario, una habitación con ropa y zapatos los cuales la mitad no ha usado. De paredes rosas y muebles marrones. Abría y cerraba gavetas, moviendo ganchos entre percheros y aventando lo que sí tomaba, al suelo.

—¿Crees haberlo alucinado? —pregunta sarcástica, lanzando otra tanda de ganchos y otra de zapatos—. No, no lo alucinaste, Monilley. ¿Es una pesadilla salir con un hombre guapo? ¡Pásame tus pesadillas, tus horribles pesadillas!

Atravesé el piso llevándome las prendas sobre mis pies hasta tenerla a menos de un metro.

—Estás haciendo un desorden —le muestro, en voz muy baja, no queriendo molestarla más.

—No me importa.

—Sí te importa, odias el desorden. En eso te parecías a Miguel —confieso para su conocimiento. Me ve, impresionada—. Los dos igual de intensos con los reposa vasos.

Me convenzo de que algo grave le tuvo que haber pasado en las horas en que no nos vimos cuando me envuelve en un abrazo y gime en cada respiración. La sostengo, preocupándome que se deje llevar por el llanto.

—Se supone que soy la sensible que llora por todo y tu la que nunca llora, Pres. —Cruza sus brazos con mayor fuerza tras mi espalda—. ¿Tienes una enfermedad incurable?

—No habías dicho Miguel en años.

Lamí mis labios, afirmando sobre su hombro.

—Lo vetamos —insiste.

Me agacho para sentarme y la llevo conmigo a la pila de ropa, usándola de cojín. Está roja y con el maquillaje corrido, pero podía ayudarla a sincerarse siendo sincera.

—Presley, era el amor de mi vida —manifesté sintiendo el recuerdo como uno mas, pero memorable entre tantos—. Lo amaba muchísimo. Hice una vida entera con él en mi cabeza y nada me habría impedido casarme con el hombre mas maravilloso que pudo existir. No vetamos su nombre, solo no lo dijimos. Por mi parte porque no había qué decir, y el de ustedes porque no querían verme sufrir si ya sufría lo suficiente. Si lo menciono es por ti —tomo dos prendas esparcidas—. La tu normal no mezcla tonos neutros con primaverales así sea sin querer.

—Porque eso lo hacen las principiantes y yo no lo soy.

Esa es mi señal. Regresaba a ser ella misma, confiada y certera. Los misterios son un gran género, si no implican a tus amigos.

—Cuéntamelo todo.  

*

¡No encuentro mis cosas!

Ideas, solo ideas pasan de un lado al otro y no tengo centro. No encuentro las infusiones para inducir el sueño; mi neceser de pronto, desapareció y casualmente, justo ahora en que lo necesito en la maleta, decide irse caminando y dar una vuelta. ¿Por qué iba a irse a dar una vuelta cuando estoy al borde del auto sueño?

—¡Mony! —grita Presley—. ¡¿No oyes el timbre?! ¡Debe ser el taxi, le pedí que nos ayudara con el equipaje!

Di por perdido el neceser con mi cepillo de dientes, crema hidratante y lo único claro que mi mente hilaba hasta hace unos minutos.

¿Por qué todo se pierde cuando mas prisa cargas?

—¡Monilley, estoy desnuda, ve a abrir!

Acabé de amarrar las agujetas y asicalar mi pelo para abrirle al taxista.

Si el Vestido te quedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora