Leitan
Una de mis ambiciones mas grandes, además de conseguir el éxito personal que desde pequeño deseé, era formar una familia como lo habían hecho mis abuelos. Las pretensiones nunca fueron su motor para estar juntos; sus hijos fueron fruto de un amor sin igual. Oí cada historia, cada paso que dieron y mi abuelo, Estéfano, fue un hombre que procuró la memoria de su esposa como la de la sin igual, la única que tendría su corazón, hasta la muerte.
Su lapida lo decía, que habría sido muy triste morir sin haber podido amarla.
Entendí a corta edad que mis padres se unieron por un convenio. Se quisieron, con el tiempo. Se amaron, gracias a la paciencia, al respeto e indudablemente por obligación y cierta soledad. No los juzgaba abiertamente, tampoco en mis pensamientos puesto que si yo estaba en este mundo era por ellos y su persistencia, como la que tenían para conseguir lo que querían. También he sido víctima de ello. ¿A cuántas mujeres conocí? ¿a cuántas, les interesé? ¿cuántas quisieron complacerme y al mismo tiempo complacer a mis padres?
No había que ser muy inteligente para entender que, si me casaba, no sería con una Lady Caroline que tuviese un tres en uno: de buena familia, de buenos genes y de gustos exactos a los de mi madre. No vivía en un mundo de fantasía.
Lo que es extraño, hay que recalcar. Porque a Monilley la llaman Fantasía y hasta hoy no sé de su boca el motivo. Pero Owen no cree, para mi dicha, en las amenazas de su hermana -yo sí creo en ellas-, así que hizo bien en decirme que ella de adolescente soñaba con una boda tipo cuento de hadas, con hadas incluidas, mucho verde como aquella hada que a mis sobrinas las vuelve locas, y un vestido digno de una princesa.
Aquello no tenía que ver con lo que personalmente pienso al respecto.
Sí, tengo la respuesta, y no es satisfactoria.
Para mi la fantasía radica en que nosotros no nos habríamos conocido de no ser por mi abuelo, haya estado desvariando o en sus cabales, que podría apostar lo que poseo porque él me conocía lo suficiente y a ella, a mi Sofie, para imaginarse lo que pasaría de juntarnos. Y también creo que nos dio una lección a todos y cada uno de los miembros, por amor y porque no fuésemos tan vanidosos en dar por sentado algo que, realmente, nunca fue nuestro.
Mi abuelo soñó con ayudar a otros; consiguió, a su manera, de hacerlo pero él anhelaba más, y más, y más que valiera la pena, que viese resultados con los años y no sé cómo pero me contagié, ¡hasta yo soñaba con ello! Quería hacerlo verdad y que lo viera con sus propios ojos.
Riqueña unía dos cosas que amaba profundamente, el sentir que compartimos de dar, de crear, y en ello obtener riquezas para el alma, y el sentir que mi familia estaba incluida, que pudimos soñar juntos.
Pero en mis cinco años de levantar mi sueño con mis brazos, les vi. Comprendí que mi abuelo aun estando lejos reconocía a los que son suyos y por verlos bien, les dio una agria y dulce probada de lo que es perder y no tener cómo remediarlo. Les conocí partes de sí mismos que me hubiese gustado conocer antes. Así, tal vez le ahorraba malos tragos a Sofie.
Tal vez.
—Ya supe.
Aparté los papeles que leía —o fingía leer. No me concentraba en verdad— y les dejé en la mesa, atendiendo a lo que mi Sofie diría ahora. Usaba un delantal azul con nubes en él, algunas en tercera dimensión y otras en segunda. El cabello recogido en un moño alto, como el día que la conocí. Sonreí porque siempre que lo recoge, lo recuerdo.
—¿Qué supiste?
—Que tu madre quiere hacerse cargo de los centros de mesa. Es un no, Leitan. ¿Voy a tener que hablar directamente con ella?
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Si el Vestido te queda
RomantizmPrimera parte de la Trilogía "Si te queda". Una mujer enamorada, ilusionada y con un bello vestido puede ser todo un sueño. Brillas, idealizas y apruebas lo que no. Lastimosamente, no es el sueño de Monilley. Nunca tuvo oportunidad de decir que sí...