Capítulo 10: Alergia

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—No me convence...

Presley y sus peros convertirían a Dimitri, agente de la inmobiliaria que tanto le han recomendado unos <<terceros>>, en un alma en pena. No le gustan las cocinas cerradas, si no de concepto abierto. No le gustan las ventanas altas, pero sí bastantes que atraigan con ellas la luz natural. No le gusta el típico departamento de soltero repleto de azules, verdes, negros y cuero, pero sí sillones de hormigón y alfombras de piel, o de peluche o de alguna imitación cercana a un felino. Y no le gusta el poco espacio; más, mejor.

Lo que olvida es que ella no se mudará. Quien busca departamento, soy yo.

—A mi me gusta —dije contrarrestando.

Dimitri pareció salir del letargo de los noes y sonrió. Pero una sonrisa de haberse ganado una cesta de frutas con chocolate funge esparcido. La sola idea me da hambre.

—¿Tiene alguna objeción? —preguntó cúal protocolo—. Porque podemos seguir buscando, señorita Denver. Recuerde que para vivir bien, se debe sentir bien.

Di un segundo recorrido al techo; a las lámparas sencillas; los muebles neutros adornados con cojines mas vistosos, unos estampados y los que no, como peluches redondos; una alfombra blanca de la que me arrepentiré mas tarde por su aseo y por su textura cercana a los cojines peluches; y las paredes de un durazno más cercano a pastel que al propio.

—No tengo ninguna.

—¡Monilley! —se quejó Presley en la cocina, revisando los electrodomésticos que sí son suficientes para una persona que vivirá sola. Le negué a Dimitri.

—Lo quiero —digo segura.

No he visto hombre mas feliz. Habló y habló, informando y sobre informando de los siguientes pasos a dar y que en unos días, por ser un apartamento nuevo, podré disponer de él. Repitió lo de los acabados, la cocina de mármol, los azulejos de los baños, de qué están hechas las colchas y lo dejé ser; dos semanas de ver y solo ver merecían una celebración.

Estaba ansiosa. Ser compañera de cuarto de Presley ahora no es igual a serlo en la universidad.

Nos despedimos. Nosotras yendo al Nissan descapotable de un par de años a este que usa Presley en pocas ocaciones y Dimitri a su lindo escarabajo, de apariencia un vejestorio, pero si oías bien el motor es de los buenos. Encendí mi móvil el cual no quería que interrumpiera las vistas anteriores y revisé que no hubiesen llamadas perdidas; en cambio una, vino en ese momento.

De Leitan.

—¿Qué esperas? —dijo Presley, ignorante de que su duda era la misma que me hacía.

¿Qué esperas, Monilley?

—¿Si, diga?

Hola, Sofie.

Me equivoqué. No debí responder. Debí colgar y fingir un capricho mío, porque no soporto estar tan nerviosa.

—Hola.

Ríe un poco.

¿Solo hola? —actúa ofendido—. ¿No dirás <<Leitan, hombre de poco tacto>>?

Presley hace sonar el claxon y nos recuerda por medio de su agenda electrónica que tenemos dos citas, una con el proveedor de telas y la siguiente con el dueño de uno de los mejores hoteles en la ciudad que, además, tiene un excelente salón; y lo necesitamos urgentemente.

—Como si fueses a prestarme atención —bufé. Deletreé el nombre del susodicho y Presley sonrió, meneando las cejas. Yo a duras penas las arqueo, si estoy molesta.

Si el Vestido te quedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora