Capítulo 19: Postre

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Melina Rain es pura sorpresa e inocencia, respecto a ver y conocer novedades. Supuestamente Pres y yo somos una novedad, pero diseñadores hay millones y cientos, o menos, reconocidos. Claro está, Melina no lo ve con ese lente.

Ha estado hojeando un catálogo que Presley ha venido diseñando con el pasar de los años, las nuevas experiencias, conocimientos, técnicas, e inventivas que tienen más que ver con su vena inspiradora, una en la que nos parecemos bastante. En realidad, es la que nos unió.

Mi madre no es una persona que disfrute de ayudar a otros; la conciencia y el buen hacer, por el prójimo y sentimiento de bienestar individual, no colindan con ella. Tampoco lo hace la comprensión si no se incluye su progenie; a mí, concisamente. Si le traía una muñeca rota, la desechaba y alegaba que lo bonito está cubierto con una caja de cartón y plástico puesto en un estante de una juguetería.

Pero no se veía como desechable. Solo, había que coserla.

Presley jugaba con carritos, y me gustaban lo suficiente para presumirle a los varones que nosotras somos tan buenas conductoras como ellos, hasta que un día no pude volverlo a mencionar. Mamá chocó su propio auto y, casual, lo desechó y adquirió otro.

Me espoleaba. No daba lugar a la duda de que la cajita de cartón y plástico en que me encerraba, no se acoplaba a mí. La libertad se conseguía haciendo lo contrario, siendo distinta.

Asimismo, aprendí a coser la muñeca; aprendí a no botar porque parece que no sirve. Primero te cercioras de que su tiempo de vida terminó y después, sí, viene lo nuevo. Porque existe lo resplazable e irreemplazable.

A Belinda mis actos bizarros no le agradaron. Fui mochilera por meses siendo menor; comí cantidades de comida que no suelo pronunciar o recordar sus nombres; hablé, y hablé hasta no poder con cientos de personas, que me enseñaron nuevas maneras de comunicarse; visité lugares muy pobres, donde morir era una opción al día sin recursos de higiene o sanitarios; fui y vine, sin preguntar; me inspiré en lo abundante, y recibí poco, pero recibí. Y seguí siendo su hija, solo que no a su modo y ese será el trago amargo que nunca podrá superar.

Pres y yo no fuimos las amigas que somos desde pequeñas. Nos conocíamos, no obstante, teníamos nuestra forma a nuestro ritmo. Ella estaba loca, ¿como yo iba a lanzarme por un acantilado? Cierto que llegué a comer ratas, insectos y bichos, pero su método para activar su lado creativo era ridículo. Y Presley pensó lo mismo de mí. Que no me arriesgaba lo suficiente y que ser mochilero lo hacen muchos que quieren escapar de casa.

Nos afrentamos a la verdad: en este mundo, solo una cabe.

Y nos hicimos inseparables cuando entendimos que una completaba a la otra, y que comer comida caducada no ayuda a la inspiración. Sufrimos un poquitin para cruzar la meta, y nos encontramos, nos dimos oportunidad. Aprendimos del valor de los segundos chances.

Por tanto, este intercambio de miradas nuestro tiene parte en la curiosidad por lo que esté pensado Melina y si estamos haciendo bien en dejar que una desconocida mire lo que nos pertenece, sea muy fan o no. Como es bien sabido, Presley no lo soportará e irá al grano.

Falta poco.

—¿En qué piensas? —pregunta, corroborando mis cálculos bien hechos.

Melina despega la vista del catálogo y sonríe, dándome desconfianza; nata, por demás.

—En que no creo lo que veo. ¿Cómo siguen en el anonimato? —Ve a una, a la otra, abre su boca y niega, pasando hoja en hoja—. Necesito pedirles un favor muy encarecido.

—No te daremos descuento —le advierte Pres.

Nuestra visita ríe, graciosa con mi socia que habla en serio.

Si el Vestido te quedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora