Margaritas.
Leitan envió Margaritas y dejó con el mensajero un nota que pide, me exige con tiendo y amabilidad, que le deje participar en mi mudanza.
Es lindo tener un suspiro y que el dueño de ese suspiro exista, tenga la intención de que suspires por él y que, además, te lo recuerde constantemente.
Presley está feliz en medio del estrés. Tenemos un millón y medio de cosas por hacer, y consigue encantarle que estas flores no me den alergia. También me alegro. Lo que me pone en modo alerta, es que afirme ser la madrina más bella.
—No serás ninguna madrina —dije con dureza.
—Ahí vienes de nuevo —dijo suspirando, pasando a los lados de las telas en el suelo—. No dejas que sueñe. Leitan te interesa, ¿no es cierto?
—Cierto. Pero de interesar a querer, aun falta camino por pavimentar.
—Pues no se tú —toma una de las tantas margaritas que hay en su escritorio, y se la pone sobre el cabello, cerca del oído—. Yo sí voy a soñar con ser madrina.
El móvil sonó junto con el teléfono que hace poco pusimos como línea de comunicación general para los pedidos y las asistencias de nuestro trabajo. Presley respondió enseguida el teléfono, dejándome con mi llamada directa.
—¿Sí, diga?
—¿Te gustaron? Dime que te gustaron y que no hubo ni un estornudo.
Me fue inevitable reír a causa de su frustración. Está tan apenado por lo que pasó que no halla modo de compensarlo, aunque ya lo hizo.
—Me encantaron —digo, remembrado su sonrisa; esperaba haberle causado una—. Gracias, Leitan.
—Era lo mínimo, Sofie.
—Lo mínimo es que lo olvides —lo reafirmo—. No sabes lo incómodo que es que me regalen cosas; no lo supero con facilidad.
—Tendremos graves conflictos, ya veo. Me gusta dar obsequios sin razón aparente.
—Bueno... Entonces, también te daré. Sería justo.
—No me molestaría recibir regalos. ¿Desayunaste? —Rotó el tema, a su favor—. Te invito a almorzar.
—No me invites —demando en una queja que me sale del alma—. Es más: yo te invito, y si me rechazas...
—Acepto —dice con un aire risueño—. Ven por mí, también.
—El transporte público es una buena manera de hacer caer a los vanidosos de sus pedestales. ¿No opinas lo mismo?
Ríe de nueva cuenta para decir—: Llego en veinte minutos.
El ramo de margaritas que está en mi mesa se está burlando de mí; es precioso, como pocos. Me sentí, al recibirlo, como una mujer que tiene todos los derechos del mundo a la ilusión. Y al idealismo, si se puede.
—¿No quieres acompañamos...? —Irrumpió Presley con un alarido de espanto.
—No señora —niega dando el largo recorrido de su escritorio, al mío—. Ser mal tercio, no volverá a suceder.
Aquello trajo a colación a lo que ella se refería.
—¿Era muy incómodo? —pregunté apenada—. Pres, no me daba cuenta...
—Eso ya lo sé —Se sienta en una de las esquinas de la superficie—. Miguel sí, pero eran mis mejores amigos. ¿Cómo rechazarlos? Lo hacían con cariño e inocencia. En cambio ahora —arruga su entrecejo, elevando también una ceja. Sorprendente—, no eres inocente. Podemos un día tener una cita de cuatro.
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Si el Vestido te queda
RomancePrimera parte de la Trilogía "Si te queda". Una mujer enamorada, ilusionada y con un bello vestido puede ser todo un sueño. Brillas, idealizas y apruebas lo que no. Lastimosamente, no es el sueño de Monilley. Nunca tuvo oportunidad de decir que sí...