El padre de Presley la concibió a una edad muy tardía y la diferencia con su madre era de unos quince años. Su embarazo fue peligroso, y al tenerla con ellos entre ser padres y ser abuelos, casi fueron más lo segundo. Fue un buen amigo de mi abuelo Billy, el padre de Belinda. Así que su despedida fue sentida, de los más cercanos, y ellos estaban presentes.
La casa en que se recibieron a quienes darían el pésame para la tarde se vació y Presley con su madre fueron a descansar con mi repetida y molesta insistencia. Leitan y yo nos ofrecimos a recoger, pero antes mi mamá vino a saludarme como no tuvo oportunidad en toda el día. Nos apartamos en medio de uno de los pasillos; este conducía al jardín en una punta y la otra a la salida.
—No entiendo el que estés aquí, Monilley —dijo y si no es porque la conozco habría mal interpretado esto como un reproche. Pero no, está preocupada—. Tu decidiste irte por una razón, una fuerte razón.
Por unos segundos sentí como si el sol de pronto me cegara. Una incomodidad de a quién pertenece el lugar y de quienes estén cerca. La experiencia de que escuche hasta los cuadros, es amplia.
—No creo que sea el momento, mamá. —Tomó mi brazo, estancándome en un solo sitio.
—¿Y cuándo será ese, Monilley? —exigió—. ¿Cuando ya no te reconozca? Estoy... —parpadeó rápidamente, soltando el agarre y uniendo sus manos en una pose mas a su estilo de señora bien portada—. Estoy ansiosa, por ti y por los pasos que quieras dar. Me entero de tus planes por medio de Patrick.
—Estoy bien, de verdad. —Tal vez la septuagésima vez que lo proclamaba. Falta un gran megáfono para hacerlo importante y público para viralizar.
—Te ves entera, sí —confirma levantando su barbilla, prepotente—. Pero no lo estás.
—Mamá —respiré agotada por ella—, dilo y te vas con el abuelo que debe estarse muriendo de cansancio, como yo.
Suspira eriguiendose tal cual la ofensa personificada. Me guardé mis risas; no las entenderá.
—¿Por qué estás acompañada por Leitan Manriqueña? Es nieto de Estéfano y sé que lo quisiste mucho, pero no quiere decir que les debas estar donde no quieras, hija. —Sonríe y da un paso cerca—. ¿Es por dinero? Porque tu abuelo...
—No tengo deudas, gracias —dije ofendiéndome lo suficiente—. Las he pagado.
—Por tu terquedad —tachó gruñona.
—Se llama dignidad, mamá. Por favor —imploré expresando con mis manos el exceso de esto—, por favor no me obligues a comportarme como Owen.
—No está en mis metas incomodarte, Mony. —Retrocede, reanudando la pose—. Pero no puedo aislarme, no cuando lo que viviste fue duro, tanto para irte con tu padre y no desear regresar. ¿Qué es tan importante y decidas, de un día al otro abandonar una vida que te costó tantísimo tener? ¿con qué objeto? ¿Revolver lo que jamás has revuelto? ¡Me pongo en tu sitio y menos lo entiendo!
—Si quiere yo puedo decírselo.
Tardé en volverme, pero a mi madre no le surtió el efecto que me produce el que Leitan hable de pronto. Supongo que se debe a que no me acostumbro a su voz ni a que tienda a hablar si hay mucha quietud, como si fuese a propósito.
Se ha quedado en las pantalones negros plisados y la camisa gris que usó desde temprano, excepto porque las mangas de esta están dobladas varias veces hasta posicionarse arriba de sus codos. Nos dividimos las tareas por hacer, yo recogía lo que se sirvió y él llevaba la basura a su lugar.
—Mucho gusto —se presenta. Mi madre lo ve con cautela—. Leitan Manriqueña, el futuro esposo de su hija.
Qué buena broma.
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Si el Vestido te queda
RomancePrimera parte de la Trilogía "Si te queda". Una mujer enamorada, ilusionada y con un bello vestido puede ser todo un sueño. Brillas, idealizas y apruebas lo que no. Lastimosamente, no es el sueño de Monilley. Nunca tuvo oportunidad de decir que sí...