Mi padre, Patrick Denver, se casó con Belinda Carson y tuvieron un matrimonio de tres años. En los primeros meses concibieron a Owen, cuando el idilio era hermoso y las exigencias superficiales de Belinda no eran tan exigentes. Al Owen cumplir los dos, vine a este mundo a unirlos obligatoriamente por mis primeros tres meses de vida. Pero no tardaron en separarse, para siempre. Mi hermano salió del país con papá, y yo me quedé con mamá.
Vivimos juntas en todas mis etapas; en mi niñez, mi adolescencia, mi pubertad y mi adultez. No éramos inseparables, pero conté con su asistencia en mi decisión más importante: la de convertirme en la esposa de Miguel. Y también conté con su respeto al mudarme con papá, porque necesitaba cambiar la combinación de colores que era mi vida.
Pero Patrick ha sido la roca en la que me planté cuando a mi alrededor solo existía arena movediza, hundiéndome en depresión, en angustia, en preguntas que nunca tendrían respuestas si el dueño de ellas desapareció y no dejó a decir porque. Una nueva versión de mí, a la que me acostumbré y nos llevamos bien, emergió gracias a él y el cariño que no nos pudimos tener, hoy sentía que no viviría sin tenerlo.
Para Owen es distinto. No cree en el amor que sienta Belinda, y de cierta manera, le cedo la razón. Ella no se ha interesado por él, solo por ella y sus caprichosas necesidades.
He supuesto que papá nos ve como lo único que le hace falta. No quiso casarse otra vez y, el irme, me sonaba a dar la espalda a todo lo que me dio. Un almuerzo no lo compensará, pero la comida siempre nos ha unido y rogaba porque este no fuese un no a la regla.
—Me comeré tu parte si no lo haces.
Observando su plato y el mío, él a punto de terminar y yo desperdiciando unos ricos champiñones en salsa blanca, supe que fingir no me durará mucho.
—Han pasado algunos días de que te contara lo que dejó el abuelo para mí y no me has dicho nada.
Se aleja de su propio plato, limpiando su boca por parsimonia y bebiendo agua.
—¿Qué puedo decirte, Monilley? —pregunta y noto que no está acusándome, sino que su cuestión viene de la preocupación—. No estoy de acuerdo con que te obliguen de una forma u otra a salvar a esas personas. No son nada tuyo, hija. Que te quede claro. Pero si quieres mi opinión, es porque tu misma no sabes qué hacer; que lo estás considerando.
—No te mentiré.
—Es un sí —asume, elevando sus cejas—. ¿Y cuál es la verdadera traba? ¿Yo?
Suspiré. Con las fácil que le es adivinar mis cavilaciones, no es de extrañar que no quiera dejarlo solo.
—Mony —sonríe y aprieta mis mejillas. Lo detesto, pero siendo él quien lo hace, no me molesta—. ¿En serio soy tan importante?
—Papá —lo reprobé, quitando sus manos—. Lo eres, tanto que si me dices en este momento que rechace ese testamento endemoniado, te prometo que lo hago.
Ríe entre dientes, no dejando que vea a otro lado que no sean sus ojos chocolates. Se mantiene en ello por un rato, y al romper el silencio, se rompen otras cosas también.
—Acéptalo. Abraza un nuevo futuro, tu lo vales.
—Pero papá...
—¿Pero qué? No vas a estar sola. Si algo sale mal, puedes echarte atrás porque es tu elección. No la mía, ni de ese muchacho, ni de Estéfano. Él te dio a escoger; no muy justo —agrega agitando la cabeza—, puede que sí. Ya te habrás preguntado qué de bueno tiene volver a empezar y si tu respuesta es la que creo, me estás usando de persiana, Sofia. —Se mostró severo, obligándome a hacer un mohín que poco me gustaba—. Ve el sol de frente, como quien eres: mi hija; una Denver que lucha por lo que quiere. No, como ella misma dice, una niña malcriada. ¿Vas a terminarte los champiñones?
Boqueé como un pez que no sabe qué decir. ¿Este es mi papá, realmente?
—No —fue lo que dije—. Son tuyos.
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Si el Vestido te queda
RomansaPrimera parte de la Trilogía "Si te queda". Una mujer enamorada, ilusionada y con un bello vestido puede ser todo un sueño. Brillas, idealizas y apruebas lo que no. Lastimosamente, no es el sueño de Monilley. Nunca tuvo oportunidad de decir que sí...