1. El Despertar

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La luna también sufría pero el lobo nunca podía ser consciente de ello en su eterno aullido nocturno.

Y es que ella una vez fue a rescatarle de las frías tierras y le amó hasta más cuando él no pudo ni amarse a sí mismo.

Él llegó al punto de renunciar hasta a su propia felicidad, ella se vio obligada a hacerlo.

Y ahora de nuevo les separa un abismo.

El lobo, tan blanco como la nieve, sigue aullando con melancolía a la luna plateada eternamente.

Ella nunca volverá -se decía el lobo.

Pero ella nunca quiso irse.

"Nunca quiso irse, nunca quiso irse..."


VOLANTIS

Dormía durante todo el día, fuese tarde o fuese mañana, y después, al caer la noche el insomnio le daba la bienvenida. Era entonces cuando el delirio se apoderaba de su ser, tanto que deseaba poder desmayarse pero para su desgracia no terminaba de perder la consciencia. A veces le daba una tregua y era entonces cuando al fin podía pensar con claridad, pero inexplicablemente aquello era aún peor pues él volvía a su mente y las oleadas de dolor resurgían logrando hundirla con su fuerza. Una y otra vez se veía asaltada por el mismo recuerdo. Entonces un dolor punzante oprimía su corazón.

En aquellos momentos de lucidez a veces lograba captar voces. Las escuchaba lejanas por eso no estaba segura de si venían de otra habitación o de lo más profundo de su sueño. De lo único que estaba segura es que ahora no era una pesadilla porque de entre ese runrún de voces logró captar una que la animaba y reconfortaba enormemente. Era el sonido más hermoso que su oído podía captar, pese a que apenas era un balbuceo era el único que podía hacerle elevar su espíritu como lo hacía ahora. Pero para cuando se dio cuenta de que se trataba de un bebé, su sonido se desvaneció. Quería seguir escuchando esa voz pero por qué se suponía que debía luchar ¿por no quedarse dormida o por no despertarse?

No pasó mucho tiempo cuando otro ruido mucho más nítido logró alterarla y sus párpados lograron ceder al peso. Aún se encontraba desorientada pero ahora al fin era capaz de distinguir la realidad del sueño.

A su lado una mujer de cabello largo y oscuro vestida completamente de rojo la miraba sumamente preocupada.

- Debe dejar todo eso que le altera atrás majestad, solo así podrá continuar.

Por su apariencia supuso que era Kinvara, la Suma Sacerdotisa Roja del Templo Rojo. No sería la primera vez que acudiese a ella, tiempo atrás ya acudió a Meereen para dar su total apoyo. Los que fueron sus asesores, quienes la recibieron, la informaron de que ella afirmaba que era la Princesa que fue Prometida. Pero eso no era verdad, los muertos habían sido ya derrotados y no por ella, y después condenó a miles de inocentes a las llamas para nada. No podía ser la prometida si nadie la amaba.

-Aún no me han dicho donde estoy.

-En Volantis, en el Templo Rojo. No debe preocuparse, aquí está a salvo.

-¿Qué? pero yo...

Daenerys no daba crédito a eso, estaba muy lejos de allí en el salón del trono, estaba con Jon la estaba besando y...

Se llevó la mano a la parte superior de su abdomen y seguidamente sacudió la cabeza. No, de nuevo no podía pensar en ello.

-Parece una locura pero no, en realidad fue Drogon quien la salvó. El le trajo hasta aquí y yo con la ayuda de mis más fieles conseguimos reanimarla.

El retorno de Daenerys TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora