03. El famoso Callejón Diagon.

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La claridad de la habitación era obstruida por unas largas cortinas verde-oscuras. Dicho lugar estaba vacío, la cama estaba bien tendida y ni siquiera había un solo rastro de la niña que habitualmente dormía en esas cuatro paredes. Su guardián, Severus Snape; tenía un trozo de pergamino arrugado, que decía las siguientes palabras:

Señor Snape:

Salí a comprar los libros y el equipo correspondientes a mi curso de Hogwarts, decidí ir sola, ya que usted no es mi padre y no tendría por qué acompañarme a realizar dicha actividad familiar. Volveré luego de comprar todas las cosas requeridas.

Muy cordialmente, C. M. O. D. S. (Cassiopeia Metis Orwell Drakonis Slytherin).

Las reacciones de Severus podían haber sido muy variadas, podría haber blasfemado hasta el cansancio, ya que la niña no se encontraba ahí para escuchar ni reproducir dichas palabras. Podría haberse embriagado con Whiskey de Fuego o reportar su desaparición a los Aurores. Pero, decidió hacer la más efectiva; ir al Caldero Chorreante y traer a la rebelde niña a punta de varita. Severus Snape se puso su levita, junto a su capa y salió de su casa; literalmente, echando humo por las orejas a causa del enojo.
Ya vería esa mocosa insolente y escapista, nadie lo hacía enfurecer sin sufrir las consecuencias.

Ya vería esa mocosa insolente y escapista, nadie lo hacía enfurecer sin sufrir las consecuencias

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Escaparse de la calle La Hilandera, había sido pan comido. Espero a que su guardián estuviera dormido profundamente, gracias a la poción de Dormir sin sueños, que ella misma había hecho la tarde anterior, para experimentar y en cuánto supo que dicha poción le había funcionado; se preparó temprano en la mañana, para salir del barrio londinense hacía el Caldero Chorreante y después de ahí, hasta el Callejón Diagon. 

Se puso su capucha de la sudadera hasta que está consiguiera taparle el rostro y salió hacía la parada del metro muggle.
Pagó su boleto correspondiente y fue hasta dónde se encontraba el Caldero Chorreante, escondido cómo siempre de los muggles, que no veían nada que fuera mágico.

Entro al local y paso directo a la pared mágica de ladrillos que daba al famoso Callejón Diagon, debía tocar el ladrillo correspondiente con una varita... Que todavía no tenía.

 
Cassiopeia se dio un golpe en la cara a causa de la frustración por su propia estupidez. ¿Cómo era posible que se hubiera olvidado de ese gran detalle?, quería hacer como los elfos domésticos y golpearse con un ladrillo en la cabeza, así se le acomodaban las ideas de algún modo.

—Estás por el primer curso, ¿no es así? —preguntó, una voz gruesa detrás de ella.

Un chico alto para su edad, sería un año mayor que la propia Cassiopeia; ropa muggle un tanto desgastada y con los ojos tan negros cómo Severus Snape, la miraba con una sonrisa ladeada en su alargado rostro. A su lado, se encontraba un chico unos centímetros más alto que el primero, de ojos azules, cabello rubio oro y con ropa parecida a la de su amigo; aunque está era más deportiva. Ambos miraban a la niña pelirroja y bajita de distintas maneras. El primero la miraba de forma calculadora y el otro la miraba de manera desinteresada.

Cassiopeia Orwell y la piedra filosofal [Saga: LPDMM #01]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora