5.- El arcángel más aburrido del mundo

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Ser el señor absoluto del inframundo era sin duda una profesión fascinante, pero ser el dueño del Lux era algo mucho más excitante para alguien tan inquieto como Lucifer.

Sus alados hermanos siempre le habían acusado de ser demasiado soberbio, incapaz de tomarse nada en serio. Y tenían mucha razón. Lucifer nunca había soportado toda la pompa y solemnidad con la que se vivía en el Cielo. Su padre no era el alma de la fiesta, pero sus hermanos eran aún peor. Eran estirados e insufribles hasta la náusea. 

Lucifer, desde lo alto del piso superior del Lux, se apoyó en la barandilla de hierro forjado y contempló sus nuevos y exitosos dominios.

En pocas semanas el Lux se había convertido en la gran sensación de la ciudad. Los famosos acudían al lugar, atraídos por la libertad sin culpas que se respiraba entre las paredes del club. Y también por la enigmática figura de Lucifer Morningstar, de quién se rumoreaba que concedía favores de todo tipo a cambio de otros favores más privados. Se decía que el elegante dueño del Lux, con su cuidado acento británico y su estilizado metro noventa de altura, seducía a propios y extraños con sus encantadoras maneras. Y siempre, siempre cumplía su palabra. Al fin y al cabo, era la sagrada palabra del diablo.

Los Ángeles era la ciudad perfecta para reinventarse a uno mismo. Por ello todos los aspirantes a actores, cantantes y artistas de tres al cuarto acaban subiéndose a un autobús destartalado que les llevaba desde sus paletos pueblos del Medio Oeste de Estados Unidos hasta la ciudad dónde podían convertirse en estrellas. 

Sin embargo, la fama no era algo que Lucifer buscara. Ya había sido suficientemente famoso durante siglos sin que él hiciera nada más que castigar a los villanos que llegaban al Infierno. Él no era culpable de ninguno de los horrores que se le atribuían, pero los humanos seguían empeñados en inventarse sus propios demonios para justificar sus atroces acciones. Eso era algo que había llegado a fastidiarle en extremo.

—¿Señor Morningstar?— dijo una voz femenina a sus espaldas. Lucifer se giró para encontrarse a una muchacha de ojos azules desvaídos y bucles rubios como el trigo. Era bonita; pero no era diferente de las miles de chicas que acababan en Los Ángeles buscando su pedazo de gloria personal.

—¿Sí, querida? ¿Qué puedo hacer por ti?

Ella empezó a respirar de forma agitada con una amplia sonrisa dibujada en su rostro, sin poder evitarlo. Era el devastador efecto carnal que Lucifer provocaba en gran parte de las mujeres y de los hombres. A veces era jodidamente complicado mantener una conversación normal cuando la otra persona solo podía pensar en arrancarte la ropa y follarte.

—Me llamo Delilah y...

—Vaya, un nombre apropiadamente bíblico. Encantador, sin duda. ¿Es tu nombre artístico de futura artista del topless?

—¡No!— la chica quiso enfadarse por la ofensa, pero la lujuria seguía planeando sobre ella y haciendo de las suyas, así que no pudo evitar volver a sonreír en un intento seductor.— Yo... he escuchado que concede favores.

—Así es. Contribuyo a la felicidad de la humanidad otorgando estupideces que vosotros los mortales consideráis importantes.

Delilah parpadeó confusa y sacudió un poco la cabeza.

—Ehmm, vale. ¿Podemos hablar en privado, señor Morningstar?

—Puedes llamarme Lucifer. O Satanás, si lo prefieres. Belcebú no, siempre me ha parecido un poco pedante.— sonrió él, tomándola de la cintura.— Iremos arriba, a mi apartamento.

—Lucifer...

En aquel preciso instante las puertas del ascensor que subían hasta el ático de la Sunset Tower se abrieron, y Leraie, vestida con unos imposibles tejanos rojos ajustados hasta la demencia y un top negro de escote recto, salió de él. La demonio se los quedó mirando a ambos, con sus ojos verdes chispeando de curiosidad.

The Fallen One [Lucifer]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora