8.- Oh, pecador

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Leraie se cruzó con una tambaleante rubia en ropa interior que llevaba una sonrisa de oreja a oreja. Era una de las chicas que se habían traído del club Joi. Le aguantó las puertas del ascensor para que a la rubia le diera tiempo a meterse en él. La mujer estaba tan embobada que ni se despidió.

—¡Preciosa!

Envuelto en un batín de seda rojo, Lucifer la recibió con los brazos abiertos. Un caluroso amanecer ya asomaba tímido por el horizonte. Él la tomó de la cintura y la besó profundamente, con la lujuria cadente que flotaba todavía en el ambiente del ático tras una larga sesión de sexo.

—Esa chica se ha ido sin llevar puesto su vestido.— susurró ella divertida, apoyando su frente en la de Lucifer.

—Pero llevaba puesta una sonrisa, ¿no es cierto?

Lucifer deslizó ambas manos por su cuello dispuesto a besarla de nuevo, pero Leraie lo detuvo, mirando por encima de su hombro.

—¿Estamos solos? ¿O aún quedan los otros dos?

—Me he quedado con David y he despedido a las chicas. Por si me entra hambre antes de desayunar.

—Necesito hablar contigo a solas. Sin humanos sedientos de comerte la polla.— pidió Leraie, logrando apartar a Lucifer a duras penas.— Sácalo de aquí. Si te quedas insatisfecho, yo me ocuparé de ti.

—Suena muy prometedor.— sonrió Lucifer, chasqueando los dedos en el aire.— ¿¡David!?

Una figura masculina se levantó de la cama de Lucifer, mirando confuso a su alrededor.

—Pobre, está tan perdido, ¿no es así?

—Suele pasar cuando te comes una polla por primera vez.— replicó Leraie, abriendo la botella de Chardonnay que había subido del Lux. El tal David bajó las escaleras que separaban el dormitorio de la sala, abrochándose los pantalones y mirándolos a ambos como si fueran la encarnación del mal.

—¿Qué... qué he hecho? Soy un hombre casado.

—Oh, pecador.— se burló Lucifer con su eterna sonrisa juguetona.— ¿Qué será de ti ahora?

—Dios mío.— se lamentó David, llevándose las manos a la cabeza.

—No le atribuyas el mérito a él; es todo mío.

—Tú...— David lo señaló con el dedo. Lucifer no se inmutó y Leraie tampoco. Aquel infeliz no representaba peligro alguno. Solo era un humano frustrado por haber cedido a sus deseos más profundos.— Tú me has obligado a hacerte cosas.

—Ah no, querido. Yo jamás obligo a nadie a hacer absolutamente nada. No significa no, y yo siempre lo respeto. Es feminismo de primer nivel.

—¡Soy heterosexual!

Lucifer miró su copa de vino y luego clavó la mirada en David, que quedó pasmado de nuevo ante el mismísimo diablo. Los ojos del invitado se volvieron turbios por el poder de Lucifer.

—Dime, David, ¿qué es lo que realmente deseas?

—Volver a chupártela.

Leraie se carcajeó y el sonido de su risa pareció sacar a David del embrujo en el que había caído.

—Hazte un favor a ti mismo y deja a tu mujer. Serás mucho más feliz con una vida plenamente gay, porque eso es lo que eres, me temo.— sentenció Lucifer, dándole una amistosa palmada en el hombro y acompañándolo hasta el ascensor con paso firme.— ¡Adiós, David, hasta nunca!

Las puertas del ascensor se cerraron ante la cara aún algo confundida de David. Lucifer se giró hacia ella de buen humor. Se empezó a desabrochar el batín rojo y lo dejó caer al suelo sin más, quedándose en su gloriosa desnudez ante la privilegiada vista de Leraie. Esta no pudo evitar sentir algo parecido a un relámpago entre sus piernas.

The Fallen One [Lucifer]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora