17.- Debilidad por los alzacuellos

1.1K 136 4
                                    

La iglesia de estilo español estaba situada en una de las zonas residenciales de Beverly Hills. A aquellas horas de la noche era imposible que hubiera nadie en la iglesia del padre Preston, pero cuando Lucifer aparcó el Corvette frente al edificio se encontraron con que algunas luces de la iglesia estaban encendidas.

—Es la una de la madrugada. ¿Por qué debe tener abierta la iglesia?— preguntó Leraie, con el ceño fruncido.

—Dímelo tú. Has tenido mucho más contactos con sacerdotes, curas y monjes que yo, querida.

—Sólo en mi mejor época de súcubo. Hay un alto grado de satisfacción en seducir a hombres castos y puros de Dios, Lucifer.

Lucifer rió, abriendo su pitillera de plata. Encendió un cigarro para Leraie y otro para él. La demonio lo aceptó, absorta en sus pensamientos, sin dejar de vigilar la iglesia.

—No creo que sepa para qué es la moneda, exactamente. Pero a los curas les encanta coleccionar reliquias.— pensó en voz alta ella.

Lucifer no contestó. Simplemente resiguió su perfil afilado, que conocía de memoria. Le sorprendió sentir algo parecido a la culpabilidad por haberla arrastrado a la Tierra. Sí, la había invitado a ir con él, y ella había accedido sin titubear ni por un momento. Maze había sido más reticente, pero al final ambas demonios habían cruzado la Puerta del Hades por lealtad a él.

Y se lo habían pasado infinitamente bien en las últimas semanas. Drogas, sexo, apuestas, alcohol, fiestas, carreras a toda velocidad por las calles de Los Ángeles. Hasta que, por descontado, su divino padre había decidido que hasta ahí llegaban sus vacaciones. Lo odió más que nunca.

—Leraie, ¿te arrepientes de haberme seguido a la Tierra?— preguntó en un impulso. La demonio abandonó la vigilancia de la iglesia para mirarlo interrogante. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro.

—Nunca. Incluso si llegamos a la guerra y yo dejo de existir mañana, no me arrepiento. He visto, literalmente, cada rincón de este mundo.— sonrió Leraie, con un brillo de emoción en la pupila de sus ojos.— Contigo. Y a tu lado. ¿Qué más puede pedir una demonio cualquiera?

—No cada rincón. Nunca he podido llevarte a la Ciudad de Plata.— se lamentó Lucifer con sinceridad. Sus dedos acariciaron la barbilla de Leraie, con cariño.— Y tú te mueres de ganas de verla, ¿no es así?

Ella tragó saliva. Se sentía culpable por aquel deseo que arrastraba desde que le habían hablado del Cielo. Sabía que ningún demonio que se preciara debería querer conocer la Ciudad de Plata, pero no podía evitarlo.

—Solo es por...

—Curiosidad, lo sé. Siempre la curiosidad.

—Aunque supongo que no será para tanto. Uriel me dijo que ahí arriba la risa no se prodigaba mucho. ¿Es eso cierto?

—¿Te lo contó antes o después del besuqueo?

—Lucifer.— sacudió la cabeza Leraie, volviendo la vista a la iglesia.

—Es verdad lo que te dijo Uriel. No hay mucha diversión ahí arriba. O al menos yo lo recuerdo así: todo solemne, todo serio, todo silencioso. Todo aburrido, en realidad.

—No me extraña que te rebelaras. ¿Prefieres entonces el Infierno?

—Mil veces. Nunca seré libre del todo, es lo que tiene tener un padre todopoderoso que lo quiere controlar todo, pero en el Infierno lo era. Y aquí aún lo soy más.— dijo Lucifer, fumando con calma.

—Aún así, si solo pudiera ver el Cielo una sola vez...— suspiró Leraie.— Supongo que ser una criatura sin alma que cuando muera nadie la recordará la hace a una tener pensamientos extraños.

The Fallen One [Lucifer]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora