24.- La profecía de Samael

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La familiar Puerta del Hades, envuelta en un anaranjado fuego candente que nunca dejaba de arder, los recibió imponente y amenazadora como siempre. Era el único lugar por el que los demonios podían salir del Infierno, ya que Lucifer usaba sus propias alas para ese fin. 

Y estaba abierta de par en par, funcionando y dejando entrar a las nuevas almas. Amenadiel había mentido, por supuesto. Si hubiera tenido delante al arcángel lo hubiera estrangulado con sus propias manos.

Los demonios de Administración se quedaron helados al verla cruzar la Puerta. Al fin y al cabo, si Lucifer no estaba presente en sus dominios, sus nueve generales eran la máxima autoridad. Les temían casi tanto como al propio Lucifer y Leraie era consciente de ello.

—General. No os esperábamos.— se inclinó ante ella Ekkonith, uno de los encargados en distribuir las almas en su lugar correspondiente. El demonio miró con disimulo e inquietud a quién venía con ella.— ¿Y nuestro Rey?— preguntó, observando de soslayo a Uriel, que aguardaba silencioso.

—En la Tierra, ocupándose de asuntos urgentes. Ekkonith, da aviso a los generales de todos los Círculos. Diles que Leraie los convoca en el Torreón con urgencia.

—Pero...

—YA.

El demonio conocía su posición frente a una de las generales y se inclinó como un servil gusano, largándose rápidamente entre las calles del Infierno para cumplir con sus órdenes. Uriel carraspeó, mirando la triste fila de almas que esperaban su turno para cruzar la Puerta del Hades.

—Una visión encantadora.

—Te acabas acostumbrando.— respondió Leraie con indiferencia.— Sígueme.

Tras semanas alejada de su hogar, Leraie se sintió plenamente en casa recorriendo los familiares pasajes del Infierno que habían su casa desde que había nacido. Cuantos se cruzaban con ella, almas y demonios, la observaban con interés. Hasta el último habitante del averno sabía que Lucifer se había largado con Mazikeen y ella, sin dar más explicaciones. Nadie sabía a ciencia cierta si el rey del Infierno pensaba volver, y desde luego que no se iban a atrever a preguntárselo a ella.

En el centro se elevaba el Torreón, solitario y aislado entre los tranquilos pasajes del Limbo. Leraie se sintió inquieta al pensar que Lucifer no estaba ahí para recibirla, sino solo en la Tierra, tan solo protegido por la increíble y mortífera testarudez de su hermana Mazikeen. 

—Nunca me ha gustado del todo este lugar. Pensar en mi hermano aquí, solo...— comentó Uriel, antes de entrar en el Torreón. Levantó la vista para admirar la alargada e inexpugnable construcción.

—Tu hermano no estaba solo aquí a menudo, créeme.

Los dos demonios que custodiaban la entrada al Torreón se cuadraron al verla.

—General Leraie.

—Rolror, Vhesyra.— los saludó ella, distante.— Espero en breve la presencia de todos los generales. Hacedlos pasar con premura en cuanto lleguen. Estaré en el tercer piso.

—Sí, general.— respondió la demonio Vhesyra, abriendo las puertas del Torreón para dejarles pasar.

Nada más entrar, Leraie divisó el abandonado trono de obsidiana, frío y vacío. El fuego no ardía ya en las antorchas de las paredes y el lugar parecía inerme y sin vida. Sin Lucifer. Era una visión que no le gustaba nada. Desechó ese pensamiento y se volvió hacia su acompañante.

—Como puedes comprender no puedo dejarte reunir con nosotros. Tu presencia no es bienvenida entre los generales, Uriel.

—Lo comprendo perfectamente.— el ángel unió sus manos con tranquilidad, observándola.— ¿Vas a leer la profecía al completo, no es cierto?

The Fallen One [Lucifer]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora