28.- Listos para la batalla

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—¿Y bien?— preguntó Lucifer, mirando a uno y a otro con una inquisitiva ceja levantada.— ¿De quién hablabais?

Uriel abrió la boca para contestar algo evasivo, pero Leraie se adelantó con suma presteza.

—De una conocida común que tenemos en la Tierra.

—¿Alguien que yo conozca también?

—No, no es nadie importante.— mintió Leraie, dejando estupefacto a Uriel, que parpadeaba sorprendido ante la mentira de la demonio. Engañar a Lucifer era algo que se pagaba muy caro en el Infierno; por eso los demonios siempre solían ser sinceros.  Y aunque entendía perfectamente el motivo de tal mentira no pudo menos que sorprenderse por la destreza de ella al hacerlo.

Lucifer la miró con cierta perspicacia, como si supiera que en el aire cargado de sus habitaciones privadas flotaba una mentira enorme y peligrosa. Leraie le aguantó la mirada sin que en su rostro esculpido y pálido se reflejara emoción alguna. Al fin el rey del Infierno pareció aceptar las palabras de su demonio y se volvió a Uriel.

—¿Cuándo será la batalla?

—Mañana al atardecer. Michael descenderá sobre las colinas de Hollywood con los ejércitos celestiales para obligarte a volver aquí de una vez por todas. Así lo ha ordenado Padre.

—Por supuesto.— rió amargamente Lucifer. Con una mano dentro del pantalón del traje de seda, señaló despectivamente a su hermano, sin perder el rictus irreverente y socarrón de su atractivo rostro.— ¿Y supongo que tú estarás con ellos?

—Yo no puedo luchar a tu lado, Luci. Tú lo sabes. Tengo que... tengo que regresar al Cielo.

—Para mañana luchar contra mi, por supuesto.— terminó la frase Lucifer. Se apartó del paso que llevaba al pretil, invitándolo a irse de sus dominios.— ¿A qué esperas para correr al ladito de nuestro rubio y belicoso hermano?

Los ojos azules de Uriel parecieron dolidos, pero asintió sin decir una palabra. Echó un último vistazo a Leraie, que había permanecido impasible ante el intercambio de palabras de ambos hermanos, y salió volando por la ventana. El aire que sus enormes alas de ángel movió al irse despeinó un poco el cabello rojo de Leraie, que pareció reaccionar. Le dio la espalda a Lucifer para sacarse las astillas de cristal que aún estaban clavadas en la mano que había hecho estallar el vaso minutos antes de la llegada de Lucifer.

No sentía dolor alguno al arrancarlas de su blanca carne, solo un ligero cosquilleo. Las heridas cicatrizaban casi al instante. Ventajas de ser una demonio.

—¿Qué te ha pasado?— Lucifer le tomó la mano, dónde aún habían un par de trozos clavados en ella.

—Peleas de amantes.— bromeó Leraie, que se terminó de quitar las astillas que aún le quedaban y las lanzó sobre el mueble bar, cansada.

—¿Disculpa? Creí que el líder del grunge espiritual y tú no os habíais conocido bíblicamente hablando.

Ella se encogió de hombros, esquiva.

—Solo era una broma, Lucifer.

—Bien, que más da. Entonces dime.— Lucifer se apartó de Leraie para aflojarse la corbata con un gesto experto y se sentó en la enorme cama de la habitación.— Mi eficiente y atareada general, ¿qué has estado haciendo en mi ausencia?

—Reuniendo las huestes de los Nueve Círculos. Los generales están enterados de la situación y listos para la batalla en cuanto des la orden.

—Ahá. ¿Y esa profecía que te atormentaba?

—Bobadas sin sentido.— sonrió Leraie, ocultando la verdad detrás de una ristra de dientes blancos.— Amenadiel nos mintió cuando nos dijo que la Puerta del Hades estaba cerrada, y Uriel nos engañó en esa tontería de la profecía también. No hay nada de lo que debamos preocuparnos. 

—No te atreverías a mentirme, ¿verdad, querida mía?— el tono sombrío de Lucifer era inequívocamente desconfiado.— Sabes lo poco que soporto las falsedades. 

—¿Qué ganaría mintiendo?— la sonrisa de Leraie se volvió sugerente, seductora, hechicera. Con un gesto lento, perfectamente estudiado, se empezó a desabrochar la camisa que cubría su torso. 

La demonio caminó hasta situarse frente a Lucifer, que la miró desde su cómoda posición en el lecho. Tras tantos años al lado de Lucifer también Leraie había aprendido unos cuantos trucos para desviar una conversación incómoda y estaba dispuesta a llevarlos a cabo.

—Y bien, mi admirado, temido, poderoso e infernal señor.— le dijo ella, abriéndose la camisa y dejando ver sus pechos níveos y redondos— ¿Se os ocurre algo que debamos hacer en la noche previa a una batalla?

Las manos de Lucifer, tan suaves, tan expertas, tan conocidas, subieron por su estómago hasta que llegaron a los pechos. Los acarició con suavidad, hasta que los pezones se pusieron rígidos y demandantes de atención. Leraie cerró los ojos para disfrutar de las que quizás serían las últimas caricias de él. Su amante, su señor, su rey. Su único mentor.

El contacto de la lengua de Lucifer contra la sensible piel de sus pechos acabó despertando sus sentidos del todo.

Fuera del Torreón se escuchaba vagamente el tañido de las armas que se afilaban en las herrerías del Infierno. El sonido llegaba lejano pero era muy real, y en el ambiente flotaba la excitante tensión previa a una batalla que Leraie había experimentado cientos de veces en miles de guerras humanas observadas con sus ojos curiosos. Guerras luchadas al lado de Maze, de Amon, de todos sus hermanos, bajo el inteligente y avispado mando de Lucifer.

Aquellos recuerdos felices la atormentaron por un doloroso momento y Lucifer pareció notarlo.

—¿Dónde estás?— le susurró el ángel caído al oído, y el sonido de su voz provocó una dulce humedad en la intimidad de ella.

Leraie buscó el contacto de su piel, sacándole el traje con una deliciosa prisa que él tomó por pura pasión. Pero eran las ansias de vivir, de sentir, de apreciar todo aquello que siempre había dado por sentado y que ahora se le escurría de la mano de una forma dolorosamente inexorable.

—Aquí.— contestó Leraie, suspirando del intenso placer que le produjo cuando Lucifer la penetró y toda su mente se fundió a negro, encontrando al fin un poco de paz antes de conducir a los ejércitos infernales a una derrota segura.

Estaba segura que solo unas pocas horas la separaban de la muerte y había hecho ya las paces con ella.

+++

Al otro lado del universo, en las profundidades de la Ciudad de Plata, Michael contemplaba con orgullo las huestes de miles de ángeles que al día siguiente marcharían sobre las colinas del Hollywood para acabar de una vez por todas con la rebeldía endémica de su hermano.

Ardía de deseos que, al fin, darle una lección a aquel cretino y a todos los monstruos que lo seguían. Las órdenes de Dios habían sido claras, transmitidas a través de las palabras de Amenadiel: hacerle comprender a Lucifer cual era su lugar en el tablero.

Y de paso, sería una oportunidad para borrar de la faz de la Tierra a toda su maldita progenie. Uno a uno, hasta que no quedara ninguno.

Todos caerían ante él, el capitán del ejército del Señor.

Todos.

Todos

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The Fallen One [Lucifer]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora