9.- Nacer para servir

2.1K 179 7
                                    

Ozotath miró de uno en uno a toda la nueva camada de demonios que Lilith le había enviado para su correspondiente instrucción.

—Todos y cada uno de vosotros sois el último grano en el culo del Infierno.— dijo el instructor, paseándose con paso firme sobre el campo de Ares.— Si morís mañana, a nadie le importará. Y si morís en dos o tres años, seguirá sin importarle a nadie.

Leraie miró a Maze, que estaba firme como una roca, con la mirada al frente y las manos a su espalda. Quiso llamar su atención de alguna manera, pero su hermana no estaba por la labor de hacerle caso. Maldijo por dentro y volvió a prestar atención a Ozotath.

—El propósito de vuestra estúpida vida es uno y solo uno: servir a Lucifer. Habéis nacido para eso y para nada más. Me importan una mierda vuestras cavilaciones sobre absolutamente nada. En el alma inexistente de un demonio no hay lugar para nada más que para el deber. Aprenderéis a luchar. Y aprenderéis a morir. Por Lucifer.

Los ojos grises de Ozotath se clavaron en los suyos, mirándola con un desdén que podía helar la sangre. Leraie continuó mirando al infinito, concentrada en no abrir la boca para soltar toda la sarta de preguntas que le bullían en la cabeza.

—Bien.— Ozotath volvió a colocarse delante de todos con los brazos cruzados.— Vuestra presencia en la Tierra está terminantemente prohibida hasta que termine la instrucción y seáis presentados a Lucifer. Si él decide que vuestra cara es prescindible, moriréis en ese preciso instante y vuestro nombre caerá en el olvido. Si alguno de vosotros me desobedece y hace una escapadita a la Tierra, yo mismo me encargaré de cortarle el cuello. ¿He hablado suficientemente claro?

—Sí, señor.— respondieron el centenar de demonios a la vez. Sus voces disciplinadas retumbaron en la inmensidad del campo de Ares hasta perderse en la lejanía de las calles del Infierno.

—Bien. Ahora elegid un arma.— Ozotath les señaló unos estantes y mesas cubiertos de diferentes tipos de armas.— Y elegid todo lo bien que vuestras vacías seseras os lo permitan, porque no os separaréis de esa arma en años, hasta que sea una prolongación de vuestro propio brazo.

Las manos de Mazikeen escogieron enseguida unos cuchillos curvados. El resto de sus hermanos se lanzaron sobre espadas, dagas, mazos y hachas. Leraie, tras mucho pensar, se fijó en el par de extraños tridentes que nadie había cogido. Acarició el mango de uno de ellos y lo sopesó sobre la palma de su mano. Eran ligeros y finos. Se ató dos fundas en los muslos y metió las armas en ellos. Se sintió sorprendentemente bien al hacerlo.

No es que aquella fuera la única arma que aprenderían a usar, por descontado. Pero sí sería la que les definiría como guerreros. Cuando terminara la instrucción todos debían ser expertos en todo.

Tras la elección del arma Ozotath les puso a correr en el campo de Ares durante horas, combinando el ejercicio con luchas individuales agotadoras. El látigo del instructor chasqueaba en sus espaldas, hostigándolos a continuar el entrenamiento hasta el anochecer.

Al terminar el primer día de instrucción, Leraie cayó rendida en su cama. Se les había asignado habitáculos a todos ellos y ella compartía el suyo con Maze.

—¿Maze?— preguntó, mirando el techo con los ojos entrecerrados. Maze se estaba sacando las botas con gritos ahogados de dolor por las rozaduras y el cansancio del día.— ¿Es verdad lo que ha dicho Ozotath?

—¿El qué?

—Lo de que no importamos. Que no tenemos alma. Es que... yo no me siento así. ¿Y tú?

—Ay, joder. Lera, no. No lo hagas.

—No he hecho nada.

—Ya. Como si no te conociera. La curiosidad mató al gato, Leraie.— Maze se tumbó en su cama, sin mirarla. Ella quiso callar, pero no fue capaz de mantener la boca cerrada por más de un par de minutos.

The Fallen One [Lucifer]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora