XXX.

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Miguel divisa a Manuel sentado en la parte de atrás del café, donde la gente bebe al aire libre. Donde la gente normal nunca se sentaría en invierno. Manuel está ahí solo, sentado en una banca, sorbiendo de una taza y chequeando el celular.

Supone que no ha esperado tanto. Miguel entra al local, y pide una taza de café con leche. Frota sus manos, tratando de quitarse el frío de encima, y observa sobre su hombro. Le entregan su pedido, agradece y—casi como si se estuviera escabullendo entre la gente—se dirige hacia la parte trasera.

El aire helado vuelve a golpear su cara y Miguel maldice bajito.

No sabe si Manuel levanta la mirada del celular porque lo ha escuchado o por simple coincidencia, pero lo toma desprevenido. Por un segundo se debate si estuvo bien ir ahí ese día. Se imagina que cualquiera diría que es una huevada. También piensa en el lapo que le daría Martín o Julio si alguno llegara a enterarse.

Manuel hace una mueca. Miguel levanta una mano, sin saber realmente cómo saludarlo. Fuerza una sonrisa y se acerca.

-Hola.

-Hola.

Se sienta a su lado. Ambos tienen la vista fija en la calle del frente, donde pasan varias personas ensimismadas con las cosas del día a día. Beben despacio de sus tazas; casi pareciera que no se les ocurre un tema de conversación. Sería normal después de seis meses...

-La verdad es que me sorprendió que quisieras venir aquí.

-¿Por qué?

-¿Malos recuerdos?

-Ah.- Manuel aparta la mirada, y bebe de su taza. Cuando vuelve a hablar, lo hace bajito. Es bueno que estén sentados tan cerca uno del otro. -Es que el té que sirven aquí es muy bueno.

Miguel ahoga una risa.

-Ya. ¿Pero no hubiese sido mejor sentarse adentro? Digo, para evitar morirte de frío...

Manuel niega, y sonríe de lado como quién está acostumbrado a esa clase de comentario.

-Por cierto, te demoraste un tanto, ¿no? Por un segundo pensé que no ibas a venir.

Miguel se relame los labios. Toma un sorbo corto de su café y le susurra.

-Es que no iba a venir.

Manuel lo mira a los ojos, y Miguel no se molesta en evadirlo. Después de todo, no esta mintiendo. Manuel asiente y vuelve a contemplar la avenida.

-Me imaginé que era una posibilidad.

Miguel traga saliva.

-Entiendes que es un poco difícil, ¿verdad?

-Sí, es difícil.- Manuel se aclara la garganta. -Admitir que la cagaste siempre lo es.

Miguel sonríe de lado.

-¿Lo dices por la olla que quemaste el otro día?

-Muy chistoso. Estoy tratando de hablar de algo serio, ¿sabes?

-Lo se.- Miguel suspira. -Es que realmente pensé que era la última vez que...ya sabes.

Tiene que dejarlo en claro. Porque a pesar de que nunca dejaron de hablarse por completo--a espaldas de sus amigos, y limitándose solamente a los mensajes de texto--y habían tocado ya varias veces el tema de su relación, seguían siendo exes.

Y tomar el siguiente paso era imposible si uno de ellos no estaba del todo convencido.

-Todavía puedes cambiar de opinión.

-Nah, ya estoy aquí, ¿no?

Miguel siente las esquinas de sus labios encorvarse ligeramente, contra su voluntad. Nunca ha sido bueno pretendiendo ser duro. Ni extremadamente rencoroso. De lo contrario, quizás seguirían exactamente donde se habían quedado hace meses atrás: con una reja en medio.

Aún tiene una duda que necesita sacar de su cabeza.

-Lo que dijiste ese día,- continua Miguel, -no era sobre esa pelea que tuvimos antes de que me mudará, ¿verdad?

Manuel deja salir un "hm" en afirmación. Se escuda en su café. Miguel frunce el ceño.

-¿Entonces por qué terminaste conmigo?

Espera pacientemente, buscando algún indicio de la respuesta en las expresiones que Manuel, claramente, quiere reprimir. Finalmente, el chileno termina por dejar salir un suspiro silencioso.

-Estaba...confundido.

-Ah.

Miguel se remueve.

-Perdón.- Manuel se aclara la garganta. Ahora es él el que busca la mirada de Miguel. -En serio. No se que pasaba por mi cabeza.

...

-Te perdono.- Miguel toma un largo sorbo de aire. -Perdón por lo del libro. Se que fue un poco inmaduro.... De verdad, no pensé que fueras a notar que no estaba. Además, en serio parecía que...

Se encoge en hombros cuando ya no se le ocurre qué más decir. Nunca fue bueno con las palabras.

-¿Extrañaste mucho el pastel?

-Oye. Ya te dije que no era solamente por eso que quería el libro.

-¿Qué?¿O sea que también me extrañaste a mi?

-Mentiría si dijera que no te extrañe.

-Ah. Es bueno saber que no solo me extrañan por mi comida.

Aunque suave y discreta, a Miguel no se le escapa la sonrisa que se dibuja en los labios de Manuel. Tampoco puede ignorar como, de repente, siente un impulso familiar despertar en su pecho. Sonríe, porque ya no tiene caso pretender nada.

-No se si Martin ya te haya perdonado. Quizás tengas que llevarle flores o empanadas.

Manuel rueda los ojos, pero la sonrisa no se borra de su rostro. Sus manos chocan, sus dedos se entrelazan. Hay un silencio cómodo entre los dos. Cálido, incluso en la parte de atrás de ese café donde el mundo se vuelve hielo.

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-Vamos a parecer un par de idiotas.

Miguel ahoga una risotada.

-No importa. 

Par de IdiotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora