XXIII.

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Miguel suspira aliviado al ver que todo ya está en su sitio. Martin ronca sobre el sillón nuevo, con sus pies descansando peligrosamente cerca a los vasos y botella de pisco vacíos sobre la mesa de café. Miguel se aproxima con cautela, recoge un plato con galletas que quedó abandonado y contempla a su amigo.

-¿Martin?

Martin responde con un "Um" entre sueños, antes de acomodarse sobre el sillón. Miguel chasquea la lengua y aguanta una risa. Lo deja ser.

Pone una de las galletas en su boca antes de guardar el resto en la refrigeradora. Mastica despacio, apaga la luz de la sala y se dirige al cuarto. Pero luego recuerda que aún falta algo.

De inmediato, y cuidando de no hacer ruido, vuelve a la sala y hurga debajo del mismo sillón donde duerme el rubio. Ahí consigue el infame libro de recortes. Tiene suerte de que Martin no lo haya visto entre sus cosas.

Lo lleva a su habitación, donde lo coloca en su nuevo escondite: el armario. Pero entonces descubre que ver a ese libro ahí, descansando entre su ropa, en la oscuridad del closet de su nuevo apartamento, no le da ninguna clase de satisfacción. Empieza a preguntarse porque pensó que traerlo consigo sería algo bueno, y luego se pregunta porque pensó en regalarle eso a Manuel para empezar. 

Cuando lo único que Manuel había hecho era burlarse de lo "cursi" que era, y guardarlo en el estante del librero como si fuera una piedra o cachivache del montón. Jamás lo había apreciado, como nunca apreció todo lo que hizo por él, ni sus sentimientos, ni nada. Eso. Esa es la verdad.

Retira el libro de donde acaba de ponerlo, y lo tira a la basura. Da zancadas hasta alcanzar el baño. Ya cambiado y aseado, apaga la luz y se mete a la cama. Seguro que Manuel ni siquiera ha notado que se mudó, si últimamente actuaba como si Miguel apestara. Quizás hasta ya estaba saliendo con ese otro chico...

En la oscuridad, se pregunta si Martin aún recuerda el día que se quedaron hasta tarde cortando papeles. Reuniendo fotos, mensajes, cartas, poemas, y demás cosas que Miguel tenía guardadas por ahí. Fue justo antes de que se mudara con ese feo. 

Su relación siempre había sido muy complicada. En un comienzo peleaban tanto, que parecía que cada día que seguían juntos era algo así como una especie de milagro extraño. Porque incluso cuando tenía ganas de ahorcar a Manuel, eran felices. O eso pensó Miguel. Ahora ya no estaba tan seguro. De repente todo era cosa suya, y Manuel nunca sintió exactamente lo mismo que él. 

Había querido hacer algo lindo. Sí, era cursi, y sí, Martin le había advertido de que Manuel posiblemente se iba a reír de su regalo. Pero él había querido hacerlo. Tanto que incluso aguantó las bromas de Martín. E incluso si Manuel nunca lo apreció, existía por algo, ¿no? ¿Y por qué demonios había querido a Manuel así en primer lugar? ¿Estaba mal de la cabeza?

Tose en un intento por librarse del sabor agrio que se apodera de su boca. 

Se levanta, rescata el libro de la papelera de su cuarto, y lo esconde bajo la almohada. 


Par de IdiotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora