Capítulo 40: Mellizos

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―No te imaginas lo que están viendo mis ojos ahora mismo... ―dijo con tono de voz serio, lo que alarmó a su esposa.

―¿Qué sucede cariño? ―Preguntó Lindsay desde el otro lado de la línea―. Mel, dime...

―Nuestro querido hijo en un banco del parque con gente de su edad bebiendo y fumando a estas horas ―bufó―. Y no creo que haya faltado el profesor de las últimas horas.

―¿Qué, qué? Bueno, Mel, cálmate. Teníamos una charla pendiente con él y la hemos ido posponiendo, pero de esta tarde no pasa.

―¿Cómo que de esta tarde? Lind, lo tengo a varios metros, no me voy a ir tan tranquila y hacer como si no lo hubiera visto.

―Mel, te conozco desde hace mucho ya. Estás alterada, es mejor en frío esta tarde, pero seriamente.

―Pero... ―intentó replicar.

―Mel, prométeme que no harás nada. Esta tarde. Es más, voy a llamar a ahora a Debby para que recoja luego a Jenny y se vaya a su casa a comer. Así que hoy vamos a hablar seriamente con Gass de su comportamiento.

―Está bien... ―suspiró Mel―. Pero de esta tarde no pasa. Y no te olvides de averiguar lo de los cuadros de Justin, ¿sí?

―No te preocupes, después de hablar con Debby me pondré con ello. Te quiero, cosita linda.

―Que melosa... Pero yo también. Y no te preocupes, que no haré nada, es más, ya me he alejado del parque y no me ha visto.

―Así me gusta, nos vemos luego.

―Adiós ―Mel colgó y negó con la cabeza, mientras observaba aún el parque―. Lo siento Lind, pero no voy a esperar a esta tarde. Este niño me va a oír.

A paso ligero cruzó la calle acercándose al parque donde Gass se encontraba con cuatro personas más. A simple vista se podía intuir que tenían edades similares. Justo cuando se puso a su altura, Gass daba un trago de un litro de cerveza mientras escuchaba lo que decía la joven que había sentada a su lado.

―¿Se puede saber qué haces, jovencito? ―De pronto, el campo de visión de Gass fue interrumpido por Mel. El joven dio un respingo y un suspiro de molestia, pues ahora no podía observar a las dos palomas que se encontraban enfrente peleando por unas migajas de pan.

―¡Mamá! ―Exclamó al sobresaltarse―. ¿Qué haces aquí?

―Nada, iba al trabajo y te he visto y me he dicho: Pues voy a tomarme una cervecita con mi hijo adulto que ya terminó hace años los estudios ―dijo con retintín.

―Mamá, no me avergüences ante mis amigos...

Cuando Gass se quiso dar cuenta, tan solo quedaba la chica y el chico que tenía a cada lado. Los otros dos se habían marchado al ver a Mel llegar.

―Señora, disculpe un momento ―dijo el chico que había junto a Gass―. ¿Puede hacerse a un lado? Es que estaba grabando a esas palomas pelearse por unas migajas de pan y nos lo estamos perdiendo. Además, el vídeo va a quedar mal si no lo continúo, luego a la hora de subirlo...

La mirada de Mel, junto al codazo de Gass, hizo que el chico se callase.

―¿Y bien, jovencito? ¿Algo que decirme? Y no me vale la excusa de que el profesor ha faltado, porque esa treta existe desde antes de Cristo.

―Pero si tú no crees en Di...

―¡Gass! ¡Vamos a casa ahora mismo! ―Ordenó.

―Pero entonces pierdo clase...

―Mira, jovencito, te puedes reír de quien quieras con tu sarcasmo, es más, sabes que ciertas ocasiones lo adoro, pero no te atrevas a vacilar a tu madre. Te voy a llevar ahora mismo al instituto.

―Mamá, pero no hagas que me avergüence, por favor... ―murmuró.

―¿Avergonzarte delante de quién? Si solo han quedado este par ―dijo señalando a la chica y el chico que tenía al lado―. ¿Sois mellizos? ―Preguntó de pronto.

―Sí ―murmuró la joven con timidez.

―Bien, no seré yo quien se encargue de vosotros, pero si me entero de quien es vuestra familia, hablaré seriamente con ella... ―sentenció mientras instaba a Gass a levantarse, quien tuvo que hacerlo a regañadientes―. Y después de clase, te espera una buena en casa. Ya verás cuando tu madre se entere...

―Pero... ―murmuró el otro joven pensativo―. ¿No es usted su madre?

Mel miró inquisidoramente a su hijo y después al otro joven. Después su mirada se dirigió a la chica, quien negaba rápidamente con la cabeza y le dedicaba una sonrisa a Mel. Tras esto, y sin mediar ninguna palabra, Gass tuvo que marcharse de allí siguiendo a su madre.

El reencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora