Capítulo 41: Incómodos encuentros

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A paso firme caminaba Mel seguida de su hijo Gass, quien bufaba entre dientes a cada paso que daba.

―¿En serio me vas a llevar al instituto? No me hagas esto...

―Jovencito, te has portado mal, así que tómalo como un castigo.

―Oye, me dirás que tú nunca te has saltado ninguna clase, ¡venga por favor!

Mel se paró haciendo que su hijo tuviera que hacer lo mismo.

―Si es así o no, no viene a cuento. Aquí yo soy la adulta y tú el adolescente. Me parece que en más de una ocasión te hemos malcriado y permitido muchas cosas, entiendo mi parte de culpa, pero soy tu madre y si no vas por tu cuenta a clase, te llevo yo.

―Mamá, por favor... Podemos hablar las cosas, no me hagas pasar vergüenza...

―Ah, que enterarme de que mi hijo no le cuenta a sus amistades que tiene dos madres es hacerme sentir feliz... ¿No?

―¡Oh, venga ya! No es para tanto... No creo que te avergüences por eso... Además, si no le dije nada a él, es porque...

―Me da igual el motivo, me he sentido dolida... ―murmuró.

―Mamá... ―Gass agachó la cabeza.

Antes de que la conversación continuara alguien se les acercó interrumpiéndolos.

―¿Mel, Gass? ―Preguntó la madre de Susan mirando a ambos―. Buenos días.

―Buenos días ―respondió Mel intentando ser educada, sin embargo, su hijo no dijo palabra alguna.

―Vaya, no esperaba encontraros a estas horas por aquí. ¿Está malo tu hijo?

―No, ¿por qué?

La mujer ser miró el reloj y negó con la cabeza.

―Ah, nada, como es horario escolar...

―¿Perdona? ―Preguntó Mel cruzándose de brazos.

―Oh, no me malinterpretes, solo me pareció raro, nada más. Pero bueno, la gente modernilla sabréis lo que hacéis con el cuidado de vuestros hijos... ―murmuró―. Mi Susan debía de estar muy mala para faltar a clase. Nunca pensé siquiera en sacarla en horario escolar, pero supongo que los tiempos cambian, ¿no?

―¿Pero qué...?

―Aunque la verdad, creía que Gass estaba malo, porque me parece raro que no me haya dicho ninguno de sus improperios propios de la adolescencia rebeldina...

―Mire, en primer lugar, si mi hijo no está en clase, es porque ha faltado su profesor y amablemente he ido a por él, cosa que seguramente usted nunca hubiera hecho por su hija. Segundo, mi hijo tiene la edad suficiente de no ir a clase si lo desea, ya que le recuerdo que con dieciséis años no es obligatoria la asistencia. Y en tercer lugar, hay yogures muy buenos en el supermercado de la esquina, a ver si se le cura el estreñimiento y la cara de amargada ―fingió una sonrisa amable la cual estaba llena de sarcasmo―. Y ahora si me disculpa, me he pedido estas dos horas libres de mi trabajo para pasar el rato con mi hijo, buenas tardes ―tomó del brazo a Gass y continuaron andando hasta perderla de vista.

Tras un rato caminando en absoluto silencio, madre e hijo estallaron en risas.

―¡Dios! ¡Has estado genial! ―Exclamó Gass.

―Esa mujer me tiene hasta el gorro, juzgando siempre todo y metiéndose donde no le llaman. No será ella quien resuelva nuestros problemas familiares, de eso no me cabe duda.

Continuaron andando mientras hablaban de la madre de Susan, hasta que Gass se paró de pronto.

―Mamá, ¿pero no íbamos a casa? ―Preguntó mirando alrededor de aquella calle―. Aquí no está nuestra casa, aquí está el...

―¡Gass, ya te lo he dicho! Vas a clase y punto, aunque tenga que llevarte de la oreja ―sentención la mujer.

―Pero si antes le has dicho a la madre de Susan que...

―No, cielo, no. Ya lo hemos hablado, no vamos a hablarle a esa señora de nuestros problemas en casa. No iba a contarle que te llevaba a clase cuando le habíamos dicho otra cosa.

―Pero si solo han sido un par de clases ―fingió un puchero.

―Gass, esa mirada te servirá con Lindsay, pero no conmigo. Vamos a clase inmediatamente. Y esta tarde tendremos una charla familiar de la que no te librarás.

Lindsay había aprovechado la última hora de trabajo para hacer algunas llamadas para la sorpresa de Justin: Había aprovechado un hueco que tenía libre. Se sentía afortunada de que su trabajo le facilitara mucho las cosas, sabía que si no fuera por este hubiera sido casi imposible contactar y menos de forma tan veloz. Todo iba sobre ruedas, y había encontrado varios cuadros de Justin, de diferentes exposiciones, que podían utilizarse para la exposición en Babylon. Aún le quedaban varios sitios más donde llamar, pero algunos comunicaban o no estaban disponibles en aquel momento. Así fue como se topó con algo que no le cuadraba. Las últimas que había realizado, para buscar información sobre los últimos dos meses de Justin en Nueva York, no habían dado sus frutos, sino todo lo contrario. No había registro de ninguna pintura ni exposiciones a su nombre. Ningún dato artístico de él en aquellos meses. Nadie le confirmaba nada más que eso, pero era imposible, Brian les había hablado de lo bien que le estaba yendo en aquellos meses a Justin, y de lo ocupado que se encontraba. ¿Qué estaba pasando? Algo no encajaba y Lindsay estaba dispuesta a descubrirlo.

El reencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora