Original del Epílogo IV: ÚLTIMA OPORTUNIDAD

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(N/A: ésta es la versión trágica, LA MISMA QUE PUBLIQUÉ EN UN PRINCIPIO. La versión suavizada es el capítulo anterior).

[Por Arthit]

Cuando el juicio acabó, mis atormentados ojos hicieron contacto con él, buscando su rostro victorioso, pero Kong no se atrevió a mirarme. No podría hacerlo luego de hacerme semejante canallada.

Su padre, sin embargo, se acercó a mí con tristeza. Jamás pensó que las cosas terminarían así para nosotros. —Lo siento mucho Khun Arthit... —se disculpó él con el rostro agachado. —No sé en qué momento ustedes llegaron a este punto sin retorno pero es terrible. No quiero imaginar cómo seguirá su relación de aquí en adelante.—

—Nos destrozaremos mutuamente. —respondí. Kong había cometido el peor error de su vida: Arrebatarme a mi hijo.

—Lo sé y es lo que más me duele. Son tan tercos y orgullosos que de ninguna manera pueden acabar bien.—

—Ha sido su hijo quién decidió continuar ésta guerra. Yo sólo quería el divorcio.—

—Solo espero que recapaciten y hagan lo mejor por esos niños. —su padre, adoraba a Kongpob pero no tomaría partido por ninguno de los dos en ésta oportunidad. Ambos lo habíamos decepcionado. —Adiós Khun Arthit. —se despidió el hombre. Yo no respondí nada y luego de unos segundos lo vi irse de la sala de la mano de su esposa.

Kongpob también se retiró con ellos cabizbajo, caminando detrás de sus ostentosos padres. En frente de todos, ellos serían incapaz de provocar una escena pero en privado sé que harán de su victoria un espantoso mal trago.

♦•♦•♦•♦•♦

Regresé a mi departamento destruido. Sólo quería llorar. Necesitaba acabar con tanto dolor que me comprimía el pecho, pero no sabía cómo.

Recurrir al suicidio era ciertamente tentador, pero aún era demasiado pronto para eso y todo el odio en mi interior en realidad quería infringir dolor a alguien más. A Kongpob.

Tal vez ir a una institución mental resultaría menos odioso que estar con él, pero no le daría la satisfacción de encerrarme y alejarme de mi hijo. En esos sitios una vez que entras no puedes salir. Tardan años en darte el alta y vives drogado por el personal médico, aunque ni siquiera lo requieras. Yo no quería eso. Necesitaba estar cerca de mi hijo, de lo que me pertenecía.

♦•♦•♦•♦•♦

Aquella fue una noche larga. No pude dejar de llorar. Se sentía como si de repente me hubieran robado algo. Una sensación de vacío en cada sitio de mi alma que me llenaba de angustia. Kongpob me había ultrajado de muchas maneras en aquel juicio. Me sentí tan vulnerable, tan expuesto y humillado que algo de mí dejó de existir, una parte importante: mi vida.

Recogí mis cosas con lentitud. Regresar a ese infierno era peor que perder a Yue. Verle la cara a ese imbécil cada día sería una tortura insoportable.

En la mañana del día siguiente, creí que se aparecería frente a mí puerta, pero él nunca llegó por mí. No tuvo los testículos para hacerlo o tal vez esperaba que yo optara por recluirme en un hospital psiquiátrico, donde nadie más pueda tenerme.

Llegué a la mansión dos días más tarde, cuando el plazo dado por el juez se había cumplido. Kong, abrió la puerta de la casa y me vio con sorpresa. —Creí que preferirías internarte que estar aquí. —dijo él. Yo tuve que respirar muy profundo para no golpearlo.

—Sabía que era lo que estabas deseando... Malas noticias, tendrás que soportarme. —dije, con una falsa sonrisa en mi rostro. El prometió hacer de mi vida un infierno. Yo haré de la suya una tortura constante. Seré esa persona que arruina tu día cuando has llegado contento del trabajo o el conductor que no frena cuando el bus está vacío. Seré un desayuno amargo que cae mal y quién grite en tu oído apenas despiertes. Seré ese hijo de perra que un día lluvioso conduce rápido y te empapa de lodo a propósito. Ese maldito dolor en el culo seré a cada instante para él.

Malditas HormonasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora