Capítulo XII: Taza de té.

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«Sus lágrimas la ahogaban.

Trataba de respirar, pero no podía parar de sollozar mientras que veía todo el caos a su al rededor. Tenía un fuerte dolor en el corazón. Un dolor en el alma. Un dolor que jamás podría desaparecer.

—Si yo hubiese sido más fuerte...

—Alto. No es culpa de nadie —la mujer de cabellos castaños se hincó a su lado y la tomó de los hombros, obligándole a verle —. No es tu culpa. No te tortures de esa manera.

—Pero... se supone que para eso soy kunoichi...

—Cariño, no eres la primera ni la última a la que le van a pasar este tipo de cosas a las personas que ejercen este trabajo tan difícil. Es cuestión de que aprendas de las experiencias.»

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—Permítanme ver el cuerpo de Majime.

Naruto se mostró escandalizado ante la petición de Hinata. No quería que la pobre se perturbará más de lo que ya estaba.

—Hinata...

—Por favor —pidió esta vez con voz suplicante, rompiéndose ante Naruto por primera vez luego de muchos años.

Naruto asintió en silencio y se levantó, esperando a que ella lo siguiera.

Hinata se levantó delicadamente, tratando de no caerse ante lo débil que se sentía. Sentía que toda su fortaleza se había ido y que había quedado aquella muchachita de diecinueve años que se había ido de la aldea. La chica de veintiún años que Majime había ayudado a forjar... estaba rota y quería descansar para curar sus heridas frescas. Así que, en ese momento, solamente se encontraba la antigua Hinata, queriendo llorar y suplicar que todo sea un sueño.

Caminaron por los pasillos de la instalación de investigación. Los pasillos eran grises, apagados y las luces a penas y alumbraban su camino. ¿Podía ser todo más deprimente?

Luego de un rato, pararon frente a una puerta. Ahí estaba el cuerpo de Majime.

Hinata tomó la perilla, pero no alcanzó a girarla debido a la voz de Naruto.

—¿Estás segura de que quieres volver a verla?

—Lo necesito — no quería volver a verla. Por Dios santo que no quería, pero tenía que entrar ahí. No podía dejarla ahí sola, encerrada.

Debido a la manera en la que murió... seguramente así estaba.

—Si necesitas algo... te estaré esperando aquí — no le ofreció entrar con ella porque sabía de sobra que ella lo negaría rotundamente.

Hinata no contestó, solo entró a la fría habitación y cerró la puerta tras ella enseguida. Se quedó ahí, parada frente a la puerta mientras veía el cuerpo cubierto de Majime sobre la fría y dura plancha de metal.

Se acercó al cuerpo lentamente, escuchando los latidos de su acelerado y triste corazón. Una vez estuvo al lado de este, tomó la orilla de la manta blanca con delicadeza, levantándola con temor.

Cuando pudo ver el rostro de Majime, paro de mover la sábana y se quedó ahí, admirando la funebre belleza de su amiga y compañera. Su mejor amiga, como una madre. La madre de todos.

Lentamente llevo su otra mano hacia la frente expuesta de Majime y lo supo.

—Ahí estás —soltó con pesar —. Maldita sea, cuando siento que estés aquí todavía —murmuró quebradamente, soltando lágrimas que descendían hasta el rostro frío de la chica —. Te daré paz, lo prometo.

Andāwārudo: La senda de Hinata Hyuga. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora