Capítulo XXII: Bucle sin fin de la venganza.

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"Los ojos violáceos de Hinata estaban temblorosos, desorbitados. Su boca se secó, su corazón latía con rapidez. 

¿Qué rayos había hecho?

—Shinki... te dije que no lo hicieras —su voz sonó trémula y sin fuerzas. Solo había salido a asegurar el perímetro, solo había salido unos instantes a verificar que ningún enemigo siguiera de pie y que sus compañeros estuviesen a salvo. Le había pedido a Shinki cuidar a ese par de niños que lloraban desconsoladamente en una esquina sin entender que estaba pasando. Había sido un gran error.

Shinki la miro sin emoción alguna en su joven rostro. Era una expresión que hasta a un adulto se le dificultaría mostrar. Era una emoción que Shinki tenía comúnmente en s semblante y mirada.

—Si los dejaba vivos entonces crecerían y después buscarían venganza. Oí por ahí que la venganza puede provocar un bucle sin fin, así que prefiero evitarlo a toda costa —sacudió su espada y la enfundo lentamente ante la vista atónita de la que se había vuelto su mentora. 

A pesar de que solo era un niño de diez años, no podía evitar temerle profundamente.

—Acabas de cometer un error... ellos no tenían la culpa de los pecados que su madre cometia. Ellos eran como tú...

—¡No! —gritó colérico, viéndola con las retinas rojas —. Ellos no vivieron un calvario ni suplicaron que llegara el día de sus muertes. Ellos seguro amaban a su madre y pensaban que era una tierna mujer. Si los dejábamos vivos habría una oportunidad para un nuevo par de vengadores que recorrerían el mundo con tal de matarnos o de matar a quien sea hasta lograr su cometido. Mi decisión fue la correcta, Hinata-sama y espero que usted comience a dejar de ver el mundo como una simbólica paloma blanca de la paz —dicho esto, dejó a la incrédula Hinata hecha piedra en su lugar y salió de la casa sin mirar hacia atrás.

Hinata se dejó caer de rodillas y llegó hasta los cuerpos de los niños a gatas.

Puso ambas manos en sus frentes y con lágrimas bajando por sus mejillas susurró: «perdónenlo.»

Cuando vio la fotografía y dio su explicación ante el Hokage y Kakashi, no pudo permanecer demasiado tiempo en la habitación y salió huyendo, diciendo que necesitaba estar a solas. Sumiye había entendido y la había dejado ir, mientras que Kakashi y Naruto se quedaban preocupados en el despacho del último nombrado.

No había encontrado mejor sitio para relajarse que la montaña de los Kages, bajo un irregular y frondoso árbol que había crecido ahí, retando a la naturaleza.

El sonido de unos pasos acercándose hacia ella no provocaron ningún movimiento en su cuerpo ni facciones. Hinata se mantuvo sentada en el mismo lugar, sintiendo el mediano pasto acariciando la piel de sus muslos y piernas. Su espalda estaba recargada contra el gran árbol que la protegía de los abrazadores rayos de sol que había ese día.

Cuando el dueño de dichos pasos llegó, se situó a su lado, sentándose a una distancia prudente entre ellos.

Hinata no lo vio. Sus ojos serenos se mantuvieron en el ligero movimiento del pasto, bailando e izquierda a derecha.

—¿Que encontraste?

—ADN —respondió él, mirándola —. Cabello blanco y sangre. Lo encontré cerca de la aldea donde Sumiye estuvo.

Hinata soltó una sonrisa cínica.

—Si, no hay duda.

Sasuke la miró sin emoción en su rostro.

Andāwārudo: La senda de Hinata Hyuga. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora