CAPÍTULO 62

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POV Natalia

Presioné con más fuerza sus glúteos, evitando que perdiera el equilibrio cuándo su cuerpo entero empezó a convulsionar. 

Ver desde abajo cómo se aferraba al cabezal de la cama y se inclinaba en medio del clímax era todo un espectáculo. Pero era mi nombre, saliendo de lo más profundo de su garganta, lo que animaba mis ansias por seguir alimentándome de ella. 

Como un animal famélico delante de su presa favorita.

Me había vuelto adicta a su elixir, me había vuelto adicta a la forma en la que sus pupilas se dilataban... Me había vuelto adicta a hacerle perder la consciencia por exceso de placer.

Era salvaje, era primitivo. 

Era ella.

— ¡Joder, Natalia! ¡Por favor!

Sonreí viendo cómo cerraba los ojos y apoyaba la cabeza en el dorso de sus manos. Tenía que parar de agotarla, así que separé mi boca después de dejar un último beso sobre su centro palpitante. 

Se suponía que debía lubricarla, no dejarla seca.

— Vale, vale, ya paro.

Que se me escapara una carcajada envió un golpe de aire directo a su zona más sensible, provocando que volviera a estremecerse.

— ¡Nat!

Pegué mis labios a cada una de sus ingles a modo de disculpa, reacomodando mis cervicales sobre el colchón, antes de hacerme con el tubo de gel que descansaba en mi estómago.

Estaba frío, olía casi tan dulce como ella y podríamos no necesitarlo si ninguna tuviese tan poco aguante. No había sido fácil encontrar uno totalmente vegano y a gusto de las dos, pero con la tontería de probarlo, ya nos habíamos gastado más de la mitad del envase dibujando en nuestra piel.

— Estate quieta, gatita. — Le advertí para que no acabáramos igual.

Su mirada encontró la mía y torcí el gesto para besar la cara interna de su muslo. Pero después de eso, toda mi atención pasó a estar en su centro rosado mientras mis dedos esparcían aquel gel entre sus pliegues.

Si veía como aquello le afectaba, no iba a poder detenerme.

Tres días llevábamos intentando utilizar aquel juguete, pero éramos demasiado impacientes y al final siempre acabábamos haciendo otras cosas. Demasiadas cosas.

Me mordí el labio cuando dos de mis dedos se colaron en su interior, sacándole un nuevo gemido que me puso la piel de gallina.

— Respira, gatita. — Murmuré.

Sus costillas volvieron a moverse y salí de ella lentamente, rozando a propósito su punto débil.

— ¡Natalia!

Reí y me abrí de piernas para introducir esos mismos dedos en mi propia hendidura, pero en cuanto se dio cuenta, se apartó y dejé de tener esa bonita pieza de arte a escasos centímetros de mi boca.

Mecachis.

— Oye, eso no es justo. — Reclamó arrebatándome el tubo —. Yo también quiero.

Me incorporé para quedar sentada frente ella, subiendo mi mano empapada hasta su boca.

— Pues pruébanos, cariño.

Aceptó envolviendo sin dudar mis dedos con su lengua, chupando y mordisqueando, sin romper el contacto visual.

Estaba lo suficiente distraída como para no notar cuándo se echó parte del lubricante en su mano, pero sí que noté la exploración exhaustiva que empezó por mis tejidos - ya de por si - humedecidos.

Come Out And PlayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora