Capítulo III

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Los días se volaban como los pétalos de las rosas de su madre cuando éstas se secaban y el viento corría desprendiéndolas para darle lugar a nuevos pimpollos. Había intentado seguir el consejo que su hermano le había dado y, si bien a veces le era imposible medirse y comenzar una nueva pelea con Mary Anne, esos sucesos se habían reducido bastante en el último tiempo. El día estaba nublado con algunas nubes plomizas y el aire cálido estaba cargado de humedad, sin embargo, ambas seguían pensando en llevar a cabo su almuerzo al aire libre junto a Oliver en los jardines de una casona que éste estaba cuidando y en la cual solo lo dejaban entrar en las afueras de la casa. Anne terminaba de guardar la manta en la cesta mientra que ella empaquetada la comida que llevarían con ayuda de Alice, la criada, cuando Thomas cruzó el umbral de la cocina y sacó uno de los emparedados que aún no guardaban.

—Puedes venir con nosotros si quieres —le ofreció Rose—. A Oliver no le molestaría y sería divertido.

—A Oliver no le molestaría pero a mi sí, además, tengo un mal recuerdo de lo que significa diversión para él.

Anne comenzó a reírse y Thomas, que estaba limpiándose las migas de su boca la miró con advertencia.

—Acéptalo, es gracioso que aún no superes lo de tus figuras de madera quemadas —dijo ésta encogiéndose de hombros.

—Como si tu no fueras rencorosa, Mary Anne. Por poco no anotas cada vez que te peleas con alguno de nosotros en un diario.

—Oh, claro, ahora tendré que anotar ésto de inmediato.

Rose se río ante el jugueteo de sus hermanos y envidió la relación que éstos tenían. Sabía que cada vínculo entre personas era diferente y que ellos también bromeaban con ella, pero también sabía que nunca formaría parte de ese estrecho vínculo.

—Bueno, creo que ya está todo listo —anunció alzándose la falda—. Será mejor que nos apresuremos.

Su hermana asintió y fue en busca del cochero para avisarle que ya estaban listas, no sin antes empujar levemente a Thomas.

—¿Seguro que no quieres venir?

—Lo estoy, Rosie, créeme que lo estoy. Diviértanse y no vuelvan demasiado tarde —las despidió.

En la entrada de la casona ya las esperaba Oliver apoyado contra uno de los pilares de la entrada. Las condujo por un estrecho pasillo lateral que comunica el jardín delantero con el de atrás, y una vez allí desplegaron un gran manta sobre el césped. Anne tendió la mesa y seguido se eso Rose comenzó a sacar la comida. Oliver rió mientras servía la bebida al ver que lo que habían traído eran copas en vez de vasos.

—Espero nuestra madre no se moleste por usar sus copas.

Anne chasqueó la lengua ante el comentario de su hermana.

—No debería, después de todo ella siempre ha dicho que la elegancia es lo primero.

—Y bien, Anne, ¿ya sabes cuándo regresará Phillip? —inquirió Oliver cambiando de tema. A Rose le sorprendió que él lo supiera, por más que ellos fuesen amigos no creía que se lo hubiera contado.

Su hermana tragó rápidamente con ansias de responder la pregunta. Siempre se emocionaba cuando hablan del joven.

—Me envió una carta hace un par de semanas diciendo que zarparía de regreso a Inglaterra en esos días.

—Seguramenten la semana que viene ya está de regreso acotó ella.

—Espero que así sea. Lo he extrañado bastante estos últimos tres meses.

Oliver, quien había mostrado curiosidad en un principio, había perdido el interés pareciendo aburrido.

—¿Alguno quiere tarta? —preguntó antes de que surgiera un silencio incómodo.

El resto de la siesta transcurrió con normalidad entre risas y burlas. Hablaron de sus planes a futuro, o al menos los de ella y Oliver, y de los intereses de cada uno. Su hermana mencionó que le pediría a su padre tomar clases de piano, y Rose en verdad esperaba que éste se lo concediera.

El plomizo cielo tronó y la lluvia comenzó a caer, las gotas como un conjunto de alfileres cayendo y mojando todo. Rápidamente recogieron las cosas y las guardaron en la canasta.

—No podemos entrar aquí. No me dieron las llaves para poder pasar al interior —dijo Oliver mientras se refugiaban bajo el techo de la galería.

—Podemos quedarnos aquí y esperar a que pase —sugirió Anne.

Oliver negó con la cabeza.

—No sabemos cuánto podría durar la lluvia.

—No estamos tan lejos de casa, solo unas cuantas cuadras. Podríamos caminar de prisa hasta allá y luego cambiarnos. Hay ropa de mi hermano y de mi padre que podrían servirte.

—Es buena idea, Rose. Vamos, pongámonos en marcha.

Caminaron por las veredas empapadas lo más rápido que pudieron, pegándose contra las estructuras para evitar mojarse demasiado en un intento casi inútil. Para cuando llegaron a la casa sus ropas estaban pesadas y frías contra sus pieles. Encontraron al señor Nilson con un paraguas frente al buzón. Anne salió corriendo hacia donde se encontraba mientras Rose y Oliver la seguían.

—Señor Nilson, trabajando hasta con lluvia —lo saludó.

—Es un gusto verlas, señoritas. A usted también, señor Jenks —y éstos dos últimos asintieron en forma de saludo.

—¿Hay alguna carta que sea para mi?

—Déjeme ver, señorita Anne —el hombre rebuscó en su bolso y sacó unas cuantos sobres—. Veamos, éstas dos son de su padre y esta otra de por aquí es de su madre, y ... y ésta es suya.

Rose tomó la correspondencia de sus padres ya que su hermana solo se había encargado de agarrar la suya.

—Bueno, si me disculpan, seguiré con mi trabajo —dijo el señor Nilson y luego de eso cruzó la calle para seguir con sus entregas.

—¿Es una carta de Phillip? —le preguntó a su hermana.

—Es de Elliot, su hermano.

Un leve viento sopló y fue suficiente para hacerlos estremecer a los tres.

—Será mejor que entremos. Oliver, espero que quieras quedarte a tomar el té, porque dudo que el clima mejore.

—Me complace saber que se preocupa por mí, señorita Rose —bromeó éste.

—A mí me complacería entrar y leer mi carta —los apuró Anne, haciendo que finalmente ingresaran y se resguardaran en el interior, lejos del agua y el aire.

—A mí me complacería entrar y leer mi carta —los apuró Anne, haciendo que finalmente ingresaran y se resguardaran en el interior, lejos del agua y el aire

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