Capítulo XII

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En los días después del compromiso ambas madres no habían perdido el tiempo; los preparativos, tanto el enviar las invitaciones y pensar en la comida y ornamentación se llevaron acabo de inmediato. Sarah propuso que la celebración se llevara a cabo en el futuro hogar de los jóvenes, una casa de enormes dimensiones pero sin llegar a ser mansión que era un regalo que la familia Jones les hacía. Su madre, Elizabeth, instantáneamente había ido con la señora Molly para la confección del vestido de novia. Curiosamente, ella y Octavian habían alcanzado a verse en tres ocasiones más después del compromiso: para anunciarlo en sociedad, y las dos últimas veces para terminar de arreglar detalles.

Le había escrito con a sus hermanos con antelación para invitarlos a la boda y una semana después ya contaba con la respuesta de Thomas entre sus manos. Él estaría presente pero no así Mary Anne, quien se había negado a participar en el aval de un matrimonio arreglado, aun Rose sospechaba que le había causado dolor el hecho de que ella fuera quién se casara y no su hermana a causa de la lamentable muerte de Phillip.

Thomas llegó un día antes de la celebración. Su padre lo había ido a buscar a la estación en compañía de Alfred y llegaron en medio del caos. A penas la vio la abrazó fuertemente, después de todo era su hermana menor y no se veían hacía casi un año. No se hubo dado cuenta hasta ese momento lo mucho que lo había extrañado.

—Ya quiero conocer a tu prometido y darle unas cuantas advertencias— bromeó luego de separarse.

Su madre, claro, dio a conocer su disgusto ante la ausencia de Anne pero por otra parte se la notaba complacida con la presencia de Thomas.

(...)

Sabía que en algún momento de su vida tendría que hacer. Se estuvo preparando, o más bien su madre lo estuvo preparando para ello durante toda su niñez. Era el único heredero varón de su padre y el único que debía hacer que el apellido de éste perdurara ya que Pauline, y sus hijos cuando los tuviera, portarían el apellido del afortunado con quien ella se casara. Pero había algo para lo cual su madre no lo preparó, algo más allá de los cortejos y modales, de los estudios y las danzas de salón, y era esa sensación arrasadora de nerviosismo y ansiedad. La noche anterior no pudo dormirse hasta que la clara línea del horizonte amenazó con traer las primeras horas del día. Su propia hermana se había burlado de él durante el desayuno comparándolo con los muertos que aparecían en los libros de medicina que tanto le gustaban leer a escondidas. Durante esas horas nocturnas pensó en cómo sería el matrimonio, si sería tan agradable como el de sus padres o infortunado como el de uno de sus tíos. ¿Sería un buen esposo, un buen padre? ¿Rose Mary lo sería? No se habían visto lo suficiente como para determinarlo. Encontraba irónico el hecho de haberse preparado por años para algo que ya sabía prácticamente desde su nacimiento y sentirse como si le acabaran de dar la noticia solo cinco minutos antes. Pero allí estaba, esperando a su prometida a un costado del altar.

Podía ver a su familia en los primeros bancos de la iglesia y a al señor Owens y su hijo del otro lado. Reconoció el rostro de varios parientes y amigos de su familia y otros tantos que no, seguramente familiares y amigos de Rose. La gran puerta se abrió y en cuanto el órgano de viento comenzó a sonar las voces de los coristas llenaron el lugar. Rose Mary avanzaba por el largo pasillo que formaban las dos hileras de bancos en compañía de su dama de honor que era su madre. Se veía radiante en el claro vestido. La joven tomó su lugar a la izquierda del altar y él avanzó hacia éste para tomar el suyo. El obispo empezó a salmodiar los votos y Octavian no pudo contener el impulso de levantar el velo del rostro de ella. Sabía que debía hacer en el momento adecuado pero quería mirarla a los ojos, a esos ojos que mezclaban el color de la miel y de los pastizales, y también quería que Rose lo viese. Sus miradas se cruzaron y pudo ver en ella las mismas dudas y temores que él tenía. No podía darle respuestas y mucho menos certezas, pero podía darle comprensión.

(...)

 Desde que hubo empezado la celebración de sumatrimonio en su nuevo hogar había deseado que se acabase. Quería dejar desaludar y dar las gracias a un montón de personas, no quería seguir hablandocon los conocidos de su padre sobre las exportaciones de té, incluso no queríaseguir escuchando las melodías que la pequeña orquesta tocaba, por mucho queamase la música. Lo único que había querido desde el momento en que llegaron ala casa era estar a solas con su esposa. "Los hombres son como bestias, torpes e incapaces de controlarse" había dicho su abuela una vez cuando él era niño, claro que a la edad de diez años no lo hubo entendido y solo se había mostrado ofendido con ella por insultar a los caballeros de su familia, pero ahora lo entendía y le daba la razón.

A penas cruzó el umbral ambos se fusionaron, como si la joven también lo hubiese estado esperando y anhelando durante todo el día al igual que él. La manos de Rose se movían delicadas por Octavian y sus ropas, de las cuales lo iba librando lentamente. Intentó hacer lo mismo con igual delicadez pero fue incapaz, la impaciencia y el deseo ya lo estaban consumiendo. Se tendieron sobre la cama donde comenzaron a besarse rítmicamente, al principio lento y luego con más fuerza y necesidad, dejando pequeños espacios y lapsos de tiempo para poder recobrar la respiración aunque igual se sintieran ahogados.

—Rose —le susurró mientras ella le besaba el cuello.

La joven se apartó un poco y tomó su rostro entre las manos.

—Mary, llámame Mary. Todo esto es nuevo y yo también quiero ser alguien nuevo para ti.

—Mary —susurró Octavian esta vez antes de volver a besarla.

Después de esa noche sintió que todos sus temores desaparecían y pensó que había sido un tonto por creer que algo podía salir mal. 

 

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Mary's IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora