Capítulo IX

75 18 4
                                    

Después de la noche del cumpleaños de Lorna las cosas cambiaron entre Rose y Oliver. Si bien acostumbraban a verse con frecuencia por su amistad, las tardes de té y paseos se había convertido en intensos encuentros que, para la suerte de la reputación de Rose Mary, no habían pasado a mayores. Jamás pensó que podría sentirse así en relación a su amigo y que él se hubiese fijado en ella, cuando había creído estar completamente segura de que el interés del joven estaba puesto en Anne.

Terminó de armar la cesta con las galletas y jugo que había pedido a Alice que prepara, puesto que esa tarde iría a merendar a casa de Oliver. Cerró la pequeña cesta de mimbre y se dirigió a cambiarse de vestido, reemplazando el floreado que tenía puesto por uno liso color verde oscuro. Cuando regresó a la cocina vio a su madre husmeando el contenido de la cesta.

— ¿Irás a ver de nuevo a Oliver? —preguntó cerrándola.

—Sí. Creí que sería buena idea llevarle galletas al señor Jenks.

—Es algo gentil de tu parte. Dime, Rose, ¿qué planeas hacer?

La joven miró con sorpresa a su madre ante la pregunta.

—Sé que hay algo más en tus encuentros con el hijo del señor Jenks. Sé que hay interés, y no te atrevas a negarlo —dijo Elizabeth. Su hija permaneció en silencio.

— ¿Mi padre lo sabe? —Quiso saber al cabo de un rato.

—No me pareció necesario decirle, aún.

La mujer camino hasta donde se allá su hija para ubicarse frente a ella.

—Mi Rose Mary, mi hermosa niña. Oliver es un buen joven, pero sabes bien que no es posible que estén juntos. Debes casarte con alguien adinerado que nos ayude a salir de esta situación en la que tu padre nos metió.

—No he conseguido a nadie así todavía.

—Hace tiempo que con tu padre nos hemos estado ocupando de eso, como supe decirles hace un tiempo. Estuvimos hablando con una familia amiga de tu tía Louise, los Jones, y con los Warren. Con tu padre teníamos pensado que Mary Anne se casara con el joven Jones y tú con el hijo de los Warren, pero dado a su partida a Francia, supongo que podrás elegir con cuál de los dos casarte.

— ¿No es algo pronto? Yo creo...

—Tonterías —la interrumpió Elizabeth. —Es algo que llevamos acordando por meses y tú ya tienes la edad más que suficiente. Acordaremos una reunión lo antes posible para que se conozcan.

— ¿Qué hay de Oliver?

Su madre suspiró con exasperación.

—Si en verdad te quiere lo entenderá y querrá tu buen por venir —respondió la mujer saliendo de la cocina y dejando a su hija con un nudo en la garganta.

Rose tomó la cesta y salió de la cocina para dirigirse a la puerta de entrada y por fin salir. Ya había tardado lo suficiente y necesitaba contarle los planes de sus padres a Oliver aunque no supiera de qué forma o cómo reaccionaría él. 

Llegó a la casa de su amigo con las manos sudadas por los nervios. La manija de la cesta le había quedado marcada en su palma izquierda. Secó su mano libre con la falda de su vestido y llamó a la puerta.

—Rose, adelante, pasa —dijo Oliver apenas abrió la puerta, dejándola pasar.

—Lamento haber tardado. Buenas tardes, señor Jenks —saludó al padre de su amigo que leía en la sala.

—Buenas tardes, Rose Mary.

Los jóvenes fueron hasta el comedor donde Rose desarmó la cesta, colocando las galletas y el jugo de naranja sobre la mesa. Oliver, quien había ido hasta la cocina, regresó con una bandeja en la cual había tres vasos y dos platos.

—Le llevaré un poco a mi padre.

—Está bien. Yo acomodaré y serviré el resto.

Al cabo de unos minutos, ambos jóvenes estaban merendando en silencio. Silencio que fue irrumpido de repente por un incómodo Oliver.

— ¿Pasa algo? Estás muy callada. Es como si estuvieras ensimismada en algo.

Rose suspiró y luego se aclaró la voz. Había llegado el momento de contarle a Oliver lo que planeaban sus padres. 

—Hay algo que debes saber. Antes de venir, mi madre habló conmigo. Ella y mi padre van a prometerme, ya está decidido.

El joven pareció atragantarse con la galleta que estaba comiendo

— ¿Cómo dices? —Preguntó estupefacto — ¿Con quién?

—Van a acordar un par de cenas para darme a elegir entre el pretendiente que sería para Mary Anne y el mío.

Las facciones de Oliver se habían ensombrecido y apretaba la mandíbula, sin embargo, habló con calma.

— ¿Qué es lo que harás?

—Lo que debo. No tengo otra opción, Oliver. Mi madre sabe que lo nuestro ya no es solo amistad y si bien le agradas no quiere que perdure. Debo elegir un esposo por el bien de mi familia, para saldar las deudas de mi padre.

El joven se puso de pie y recorrió la habitación frustrado.

— ¿Y es lo que tú quieres?

Rose sintió una punzada en el pecho. Recordó la conversación que habían tenido el día del cumpleaños de Lorna, donde él le hizo saber que no siempre es buenos hacer lo correcto si no es lo que nos hace feliz. La idea de no poder estar con Oliver no la hacía feliz.

—No, no es lo que quiero, pero tampoco hay algo que pueda hacer.

Oliver corrió una de las sillas y la colocó frente a la de ella a menor instancia, sentándose con una expresión más animada.

—Si te digo que tengo una idea, ¿me creerías? —Le preguntó con una leve sonrisa.

—Dependiendo de cuál sea tú idea.

—Podríamos estar juntos aunque te casaras. Encontraríamos una forma de estar juntos sin que nadie lo sospechara mientras la economía de tu familia mejora. Luego podrías anular tu matrimonio.

Rose estaba perpleja. No podía creer lo que Oliver le estaba planteando.

—Anular un matrimonio está mal visto ante la sociedad, y sabes que si me caso tendría que entregarme a otro hombre. Perderías esa parte de mí.

El rostro de Oliver volvió a ponerse serio, pero su voz sonó con la misma calma que había hablado antes.

—Sé que me perdería esa parte, pero prefiero perderme de eso y no perderte por completo a ti. Y si te preocupa lo que la sociedad pueda llegar a decir, te llevaré a la parte del mundo que tú quieras.                  

Oliver le acarició la mejilla y luego la tomó de las manos. Rose no estaba segura de cómo marcharían las cosas en un futuro, y tampoco sabía qué pasaría si alguien, si sus padres lo descubrían, pero mirando los ojos del joven sabía que no podía negarse. Que quería tomar el riesgo.

— ¿Qué dices? —Preguntó Oliver ansioso.

—Bueno, siempre he querido conocer la gran ciudad de Nueva York y viajar en barco.

—Entonces espero que el viento sople a nuestro favor, señorita Owens.

—Entonces espero que el viento sople a nuestro favor, señorita Owens

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Mary's IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora